miércoles, 28 de septiembre de 2011

27. Integrar el Doble que lleva cada uno: Lc 16, 1-15 



    Ningún servidor puede servir a dos señores, porque odiará a uno y amará al otro. No se puede servir a Dios y al Dinero. En esta parábola del administrador sagaz, y los dichos que le siguen, Jesús no sólo habla de nuestra ética para con Dios y el Dinero, al cual identifica con el demonio Mamona, uno de los que domina el mundo de las tinieblas, sino de esa contrapartida de nuestra personalidad que todos tenemos dentro, y que si no la integramos, se nos descontrolará, aparecerá en nuestra conducta y nos resultará maléfica. Como le pasa al administrador cuya habilidad es deshonestidad; o al que no sabe ganarse amigos con el dinero de la injusticia, o al que es deshonesto en lo poco y termina siéndolo en lo mucho. La razón profunda que da Jesús es que no se puede servir a dos señores al mismo tiempo. Y esa es nuestra abismal debilidad, tenemos dos o más señores que nos solicitan. Dijo Tolstoi que la mayor sorpresa de la vida es la vejez, y esa vejez que no está hecha para los cobardes, nos testifica de nuestros Dobles.
    La literatura y la psicología han ahondado en el Doble, que la Revelación llama el hombre viejo versus el nuevo, el carnal versus el espiritual, el justo versus el pecador, el que hace lo que no quiere versus el que integra sus pulsiones más oscuras y las controla, el terrenal versus el celestial, el trigo versus la cizaña, el primer Adán versus el Último que es Jesús.
    El Doble es mucho más tenebroso que nuestras sombras, lo opuesto de nuestras claridades; manso y corajudo, casto y lujurioso, fuerte y cobarde, generoso y amarrete, amable y odioso. Está más allá de nuestras sombras personales, familiares y culturales; que son como fragmentos; mientras que el Doble es el antagónico total de mi yo conciente. Por eso para Jung el Doble en el hombre tiene cualidades femeninas de ternura, la contrapartida del varón; y en la mujer tiene cualidades masculinas de fría lógica cerebral, la contrapartida de la feminidad. Así el animus no asumido de una mujer, le salta en opiniones taxativas con argumentaciones nada razonables extraídas de los parientes o periódicos que lee. El anima no asumida del varón, le salta en mal humor, berrinches, sensiblería y emotividad exagerada. Un varón y una mujer, que se relacionen a estos niveles, chocarán de forma estruendosa, sin diálogo ni complementariedad. Si un varón es dulce y tímido, el animus de la mujer lo atacará con una observación mordaz, y el varón le responderá con un sarcasmo.
    Jesús es todavía más radical. Piensa que la contraprogramación del Doble es la misma muerte diaria, terrena o eterna, que adquiere matices propios en la mujer y el varón. Es lo que llamamos el drama del misterio pascual; en Adán todos morimos, en Cristo todos somos llamados a la Vida resucitada. Y es obvio, pues lo más contrario a mi ser viviente de varón es mi cadáver y no sólo mi contrafiguración femenina, aunque esta tenga su peso. Y más si somos creyentes, pues nuestra vida es la visión de la Trinidad, y la muerte eterna o el infierno es la no vida para siempre, la no salvación, la autocondena, el no permitirle a Jesús que nos salve de todo lo malo que hay en cada uno de nosotros, la pérdida definitiva de la inmensa plenitud de Vida en abundancia que hay en el místico matrimonio espiritual con Dios.
    La integración del Doble es clave para permanecer en Cristo, en sus mandamientos y proyectos sobre nosotros. Si no lo integro la fidelidad a mi vida humana y cristiana; a mi vocación matrimonial, consagrada o sacerdotal; a mi orar leer y trabajar para llevar a término mi misión, están en alerta roja. Porque mi Doble es un infiel, un libertino que no sabe lo que es la obediencia de la fe al Verbo, no entiende de humanidades ni bienaventuranzas, y no quiere saber nada de llevar la Cruz de cada día, ni ser el grano que muere en el Espíritu, para dar mucho fruto según el designio del Padre, sino que quiere vivir a su capricho, sin descubrir al Yo verdadero, la Trinidad que me inhabita.
   Tengo que reconocer a mi Doble y cómo se agita en mi interior con sus demonios. Advertir sus proyecciones y transferencias malsanas, sacando primero la viga de mi ojo antes que pretender sacar la paja del ojo de mi hermano, no exigir a los demás lo que yo no hago, y saber que sólo quien está sin pecado puede arrojar la primera piedra. No rechazarlo, porque el Doble no es pecado mientras no lo consienta, sino reconciliarme con él, pues yo también soy el más marginado de los hambrientos, el más arrogante de los ofensores, el más criminal de los que están en la cárcel. Y utilizar su enorme fuerza de pobre becerro de oro, sólo para servir a mi Abba, el Padre de Jesucristo, mi único Señor.


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