domingo, 4 de septiembre de 2011

14. Alianza libre en el amor mutuo que transfigura: Mc 9, 2-10




    Éste es mi Hijo muy amado. Aquí, en su transfiguración, el Padre nos dice que él ama al Hijo. En su pasión Jesús dirá que es necesario que el mundo sepa que él ama al Padre. Así Jesús ama al Padre porque el Padre lo ama y viceversa. Tal vez, equivocados, pensamos que la caridad o amor divino, virtud teologal suprema de los cristianos, consiste sólo en amar, sin ser amados. Se trataría de un amor donde el eros, la sana concupiscencia posesiva aunque sin egoísmo, no tendría lugar, sino sólo la pura oblatividad. Un amor no de mutua reciprocidad bilateral, sino unidireccional. De hecho se nos exige el amor a los enemigos y a los que nos persiguen hasta destruirnos. No tenemos que amar sólo a los que nos aman sino a los que nos odian. Pero el hecho de que, ni en la Primera ni en la Nueva Alianza, jamás se diga que hay que odiar al enemigo, sino que hay que amarlo, de ninguna manera se sigue que allí está todo el misterio del amor. Es una excepción que no hace la regla.   
    En su esencia, si el amor no es recíproco no es amor. Desde el amor sexual, pasando por la ternura de las emociones del corazón, el diálogo amoroso cerebral y volitivo hasta el ágape sobrenatural infundido por el Espíritu Santo, se exige la mutua benevolencia. La pura beneficencia, te amo y te hago bien aunque me hagas daño, es una excepción en el arte de amar. El amor es amistad, mutua benevolencia fundada en la comunión de personas libres.
    El ser humano, en cuanto imagen de Dios, ha sido creado para ser amado y amar. El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano que no pude vivir sin amar. El hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor, no sólo porque ambos, en su diversidad, son imagen de Dios, sino porque el dinamismo de reciprocidad que anima el nosotros sexuado de la pareja humana, a través del don sincero de sí mismos, es imagen de la Trinidad. Entre sexo eros y ágape hay diferencia y comunión. Ningún ser humano puede vivir en exclusividad del amor oblativo, nadie aguanta estar dando sin recibir jamás.
    Quien quiera dar amor, debe a su vez recibirlo como regalo y como recompensa. Separar el dar amor del recibir amor es una caricatura, una forma mermada del amor que degenera en la tragedia de la violación. Como toda virtud, el amor se sitúa en el justo medio entre dos extremos. La puntualidad no consiste en llegar temprano o tarde sino a la hora acordada. El amor no consiste en entregarme sin que el otro se me entregue, sino en la mutua entrega.
    Debo orar por mi enemigo pero no darle muestras especiales de amor, ni amar el mal que me hace, lo que está prohibido. Lo amo en Jesús que es la única motivación de la caridad. El martirio es el supremo don del amor de Jesús a su seguidor que ama entregando su vida. La verdadera originalidad de la Nueva Alianza no consiste en nuevas ideas con respecto a la Primera, sino en el Rostro mismo de una Persona: El Verbo que da carne y sangre a aquellas ideas con un realismo inaudito. En su muerte en la cruz se realiza ese dramático ponerse Dios en contra de sí mismo, al entregarse en amor radical para salvar y dar la nueva vida del Reino a toda la humanidad y el cosmos. El mártir pone la mirada en el costado traspasado de Jesús y comprende que Dios es amor. Si se entrega al daño del odio es porque se entrega al bien del amor. Así la revelación bíblica no edifica un mundo paralelo u opuesto al amor humano. Teología y humanismo no son contrarios sino complementarios.
    El amor se funda por tanto en la mutua libertad de la Alianza, como todas las realidades del judeocristianismo. Eso es claro en el sacramento del matrimonio, donde Jesús el Hijo muy amado del Padre, ofrece su amistad a los esposos para que se empapen y crezcan en el Amor, que es su Espíritu vivificante. La expresión: Te amo, que se repiten entre ambos como una oración, por el sacramento del matrimonio adquiere un significado evangélico.
    Es como si cada uno declarara con toda la transfiguración de su sexualidad corazón y cerebro: Somos dos en una sola historia, por eso te reconozco, te valoro y te amo. Tú eres la persona más importante en mi vida y ya no morirás jamás. Porque te hago entrar en mi cuerpo en mi alma y en mi espíritu, hasta aquella intimidad en que he entablado una relación de amistad trinitaria con el Amante el Amado y el Amor. Nuestros cuerpos se han despertado en el abrazo del deseo. Quiero que despiertes ahora a mi amor por Jesús y quiero darte la seguridad de que Él te ama con cariño a través de mi entrega, figura, palabras y gestos. Y experimento el éxtasis arrebatador de que tú me dices lo mismo.
    El amor es humano y divino. Tan instintivo y virtuoso que nadie tiene que enseñarnos a ser amados y a amar Y tan ambiguo y vicioso que sin educación en la Escuela del amor, la familia la sociedad y la Iglesia, como comunidades que manifiesten el amor trinitario del crucificado, es imposible disciplinarlo purificarlo y desarrollarlo. Tan natural como escalar una montaña. Y tan sobrenatural como transfigurarse en Luz y resucitar de entre los muertos. Su primer camino fraternal y sapiencial es que no hay amor sin libertad y justicia, sin alianza y responsabilidad, sin reciprocidad y comunicación de bienes, exigente posesivo y oblativo, bebiendo en la nueva fuente transfiguradora que es el Hijo amado del Padre.

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