domingo, 4 de septiembre de 2011

13. Conocer el amor Total de Cristo que sobrepasa todo conocimiento: Ef 3, 8-19




    Y mirarán el Amor del que ellos mismos traspasaron; y así podrán conocer el amor de Cristo, que supera cualquier conocimiento. Toda teología vital, ortodoxia y ortopraxis, tiene que ser hecha desde el Corazón de Jesús, desde el Amor de los Tres que nos aman en las entrañas del Dios hecho Cuerpo y Sangre, y en consecuencia desde el corazón de la tierra, el corazón humano y el Corazón de Cristo. Testimoniar este Amor encarnado es la misión de mi vida. Lo he hecho desde que Pío XII publicó el 15/V/56 Haurietis aquas. Ahora avanzando en nuestro amor desde la Teología del cuerpo, la Espiritualidad del corazón y la Antropología cisterciense, scientia amoris  para la cual el ser humano es un viviente que desea amar sin fin, integrando el cuerpo, el eros y el ágape con el Corazón de Dios.
    Dice Pío XII en su encíclica: Con toda razón es considerado el Corazón del Verbo encarnado como signo del triple amor con que el Redentor ama sin cesar al Padre y a todos los hombres. Es, ante todo, símbolo del divino amor que en él es común con el Padre y el Espíritu, pero que sólo en el Verbo encarnado se manifiesta por la fragilidad del cuerpo humano, ya que en él habita la plenitud de la divinidad en forma corporal. Además, el Corazón de Cristo es símbolo de la ardentísima caridad infundida en su alma. Por último, el Corazón de Jesús es símbolo de su amor sensible, pues el Cuerpo de Jesucristo, plasmado en el seno de la Virgen por obra del Espíritu, supera en perfección y en capacidad perceptiva a todos los demás cuerpos humanos. Ahora resucitado tiene un Corazón que no dejará de palpitar con imperturbable y plácido latido de  Amor hacia su Padre y el universo entero.
    Hay, pues, un triple amor en el Resucitado: Trinitario divino, agápico sobrenatural, y sensible afectivo. La división tomista es buena y da pie para aclarar y desarrollar la compleja estructura del amor, pero es incompleta, pronto se avanzará en el amor humano, sexual, y ecológico. 22 años después de la encíclica, Juan Pablo comenzaría sus catequesis de tres años sobre la Teología del cuerpo, y los teólogos se adentrarían en la Espiritualidad oriental del corazón. Quien pretenda amar a Dios sin amar a los seres humanos y las cosas terminará en una profunda crisis de amor e idealismos y quien pretenda amar a los seres humanos y las cosas, prescindiendo del amor a Dios, los amará mal y se hará daño a sí mismo. El que dice amo a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso, y la señal de que amamos a los hermanos es que amamos a Dios y sus mandamientos. La esencia de la revelación cristiana es la encarnación pascual que nos abre a la Trinidad. El amor se encarna o no es amor y ese es el corazón del mundo, el corazón filocálico y el Corazón de Jesús, fuera del Cuerpo y la Sangre de Jesús no hay amor para los cristianos.
    Somos seres para amar porque somos varón, mujer e hijo a imagen y semejanza de la Trinidad Amor. Somos una unidad de tres, llamados a existir no sólo uno al lado del otro, individualismo, sino en reciprocidad relacional: el uno para el otro, en comunión. No existe para nosotros ningún amor espiritual fuera de nuestro cuerpo esponsal. El único amor espiritual es aquel que el Espíritu Santo impulsa en mi cuerpo y psiquis, también para el monje. La virginidad o el celibato no son asexuados. De ahí la importancia de la formación sexual y afectiva en los que optamos por la castidad monástica. Ignorar que todo el misterio del amor tiene su fundamento en el Espíritu Amor y en la sexualidad humana como personas idénticas y diferentes que nos atraemos a la comunión y a la misión, es guitarrear acerca del amor. Sólo los enamorados, los virtuosos y los místicos saben lo que es amar. El hombre es imagen de Dios por ser libre y racional, imagen personal; por ser hombre que se realiza en comunión, imagen relacional fundada en la sexualidad; y por estar en misión de trabajo universal.
    Nos es imposible vivir sin recordar y amar. La cosmología antropología y teología del cuerpo humano sexuado es clave para la espiritualidad cisterciense del corazón. El mal espíritu es licántropo y vampiro, quiere devorarnos y absorbernos asimilándonos a él; en cambio Jesús quiere que seamos libres y distintos de él, y lejos de tragarnos, se nos entrega él mismo en comida y bebida divinizantes.
    La oración contemplativa, que va más allá de todo pensamiento e imagen, la palabra, y el trabajo monásticos son inseparables del Corazón Eucarístico de Jesús. Teilhard lo vio, nadie ora lee o trabaja fuera de la Carne de Cristo y de su Iglesia. Miremos el Amor del que nosotros mismos traspasamos, entremos por la puerta del costado abierto del Resucitado en su Corazón, en el de los hermanos y en el de la tierra: Amatores Jesu, fratrum et loci. Consagrémonos al Corazón de Jesús, ayudémonos a captar ese Amor con que el Padre ama al Hijo, que todo lo unifica e integra más allá de todo conocimiento, para que esté en nosotros. La Escuela del Amar cisterciense, desde Esteban Bernardo Guillermo y Lutgarda, es ese mismo Corazón Total  que nos colma con la plenitud de la Trinidad.

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