miércoles, 16 de abril de 2014

195. Luchar contra las sombras y tinieblas del mal espíritu, Jn 13, 1-5


  
    Cuando el diablo ya había instilado en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de traicionarlo, Jesús empezó a lavar los pies de sus discípulos. Los amó hasta el fin, regalándose hasta el extremo Eucarístico. La vida de Jesús ha sido una lucha. Vino para vencer el Mal, para vencer al príncipe de este mundo, el demonio. Lo hace con el Amor Supremo, atacando al mal con el bien. Esta lucha debe afrontarla todo cristiano. El demonio tentó muchas veces a Jesús. Él experimentó en su vida las tentaciones, así como también las persecuciones humanas. Nos advirtió que los que queremos seguirlo, debemos conocer bien cómo resistir sus insidias. Ef 6, 10-12 El mundo entero está bajo el poder del Maligno. Pero Cristo ha venido y nos ha dado inteligencia para que lo conozcamos y nos cuidemos de los ídolos. 1 Jn 5, 18-21
    También nosotros somos sujetos del ataque satánico, porque el espíritu del mal no quiere nuestra transfiguración. Aborrece del testimonio cristiano. Ni quiere que seamos discípulos misioneros de Jesús. Estudiemos cuales son las elucubraciones del espíritu del mal para alejarnos, con su tentación, del camino de Jesús. La tentación tiene tres características. Debemos conocerlas en el Espíritu Santo para no caer en sus trampas. Primero comienza leve pero crece. Segundo, al crecer contagia a otros, se hace comunitaria. Y tercero, para tranquilizar y hundir a los tentados, se justifica. Crece, contagia y se  autojustifica.
    El diablo le dice a Jesús póstrate ante mí y adórame. Rechaza al Único Dios. Mt 4, 8-11 Cae en la idolatría y traiciona a tu Abba. Es lo mismo que hizo con Adán y Eva. Seduce con la falsa divinización. Las personas o las cosas, creaturas, se me trastocan en dioses. El diablo habla como si fuera un gran maestro espiritual. Se disfraza de ángel de Luz. Hasta puede disfrazarse de Jesús. Ahuyenta a los ángeles que quieren venir a servirme y ayudarme.
    Si la tentación no es rechazada de cuajo, crece. Se vuelve más fuerte y contagia. Jesús lo muestra bien. El espíritu impuro piensa, buscaré a otros siete peores que yo, y volveré a mi casa. Quien se creía liberado cae en un estado peor que al principio. Lc 11, 24-26 Crece también implicando a otros. Así sucedió con Jesús, el demonio implica a sus enemigos. Y lo que parecía un pequeño hilo de agua se convierte en una marea putrefacta.
    La tentación en puja crece, contagia a los demás y se justifica. Jesús predica en la Sinagoga de Nazareth. Sus enemigos lo menosprecian y disminuyen. Es un cualquiera. Vive en una Ranchería de morondanga. Es Hijo del carpintero y de María. Sus hermanos y hermanas viven con nosotros. Los conocemos, son gente inculta. Él nunca fue a una Facultad de Teología. No tiene autoridad alguna. Todos se enfurecieron y lo empujaron para asesinarlo. Y no te apedreamos por ninguna obra buena, sino porque blasfemas. Siendo hombre te haces Dios. Lc 4, 16-30, Mt 4, 12-17, Jn 10, 33
    Pensemos ahora en una habladuría o chisme comunitario. Una difamación o murmuración tan condenada por el octavo mandamiento. No darás falso testimonio ni mentirás. Por san Benito, no ser murmurador, RB, 4, 39 obedecer sin murmurar pues Dios ve el corazón que murmura, 5, 14 Por encima de todo es menester que no surja la desgracia de la murmuración en cualquiera de sus formas, ni de palabra, ni con gestos, ni por motivo alguno, 34, 6 esto amonestamos ante todo, eviten siempre la murmuración, 40, 9 presten sus servicios sin murmurar. 53, 20 Y el Código de Derecho Canónico, 220 A nadie le es lícito lesionar de manera ilegítima la buena fama de que alguien goza. Ni violar el derecho de cada persona a proteger su propia intimidad. La denostación y violación de mi intimidad corporal, psíquica y espiritual pasan a ser delitos.
    No obstante, resulta que tengo celos y antipatías de este hermano. Celos y antipatías interiores. No salen de mi conciencia. De pronto siento que es necesario desahogarme, compartirlos. Voy a otro y se lo digo. Tú has visto a ese tonto. Sí, es un pobre imbécil. Un metomentodo y no sabe nada. La tentación crece y se contagia. Es la dinámica diabólica de las detracciones y desautorizaciones. No hablen mal los unos de los otros. Mt 7, 1-5, Sant 4, 11-12 Todos estamos tentados de caer en ellas. Comienza con suavidad. Crece en mi interior y por contagio. Al final, se da la razón. Hay que orar y estar alertas. Cuando en nuestro corazón impuro sentimos algo que terminará por destruir a las personas. Detengámonos a tiempo. Si no crecerá. Contagiará. Lo justificaremos y será una putrefacta marea difamatoria.
    Una ley de la vida espiritual es la lucha entre el Buen Espíritu y el mal espíritu. El kópos de Juan el Enano. Le preguntó un Padre a abba Juan Colobos, qué es un monje. Juan contestó, la lucha. Porque el monje lucha en todo trabajo. Los Dichos de los padres del desierto, nº 352  Pareciera algo desfasado del siglo XXI. Pero el diablo existe y existirá siempre. No seamos ingenuos. Aprendamos de Jesús, y de sus santos, cómo luchar contra la Dark Matter, de Meryl Streep Aidan Quinn y Kiu Ye. Ese lado oscuro que no está sólo en las galaxias. Nos acecha a todos muy dentro. Mezclado con las sombras de nuestro cuerpo, al reprimir, asfixiar y traicionar la Energía Vital que es la Libertad en Jesús. En vez de estar en comunión con los demás distintos, me aíslo. Acorazado y tenso, comienzo a odiar. La distorsión de la realidad y de los hechos es el rasgo distintivo de la enfermedad. W. Reich
    

jueves, 10 de abril de 2014

194. Hacerse pobres con los pobres desde el vacío de nuestro Desierto, 2 Cor 8, 6-15

   
    Conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos con su pobreza. Pablo se dirige en el año 57 a los cristianos de Corinto para que sean generosos y ayuden a los fieles de Jerusalén que necesitan ser socorridos. Muestra el estilo de Dios. Actúa con pobreza, no con riqueza.
    Cristo igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre. Descendió, se encarnó, se acercó a cada hombre. Se vació y se desnudó en la Cruz para ser semejante a nosotros. Flp 2, 7 y Heb 4, 15 La razón es su Amor divino que es Gracia, generosidad, deseo de proximidad. No duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. El amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba muros y distancias. Dios hizo eso con nosotros que somos todos pobres.
    La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino enriquecernos con su pobreza. Es la lógica del Amor Trinitario, de la Encarnación y de la Pascua. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación como una limosna que le sobraba. Cuando Jesús entra en el despojo y la pobreza del Desierto no lo hace porque necesita conversión. Lo hace para estar en oración de comunión con su Padre y con nosotros necesitados de perdón y discernimiento. Ese es el camino que ha elegido para liberarnos de nuestras miserias. En el vacío del Desierto somos invitados a vivir la misión de nuestro bautismo. A no acostumbrarnos a las difíciles y degradantes situaciones de miseria, violencia, pobreza o indiferencia de Dios. A hechos que nos narcotizan. El Desierto ayuda a recobrar la capacidad de reaccionar ante el mal. A los demonios que se oponen a los ángeles.
    No se dice que fuimos liberados por la riqueza insondable de Cristo. Ef 3, 8 Sino por su pobreza. Esa pobreza consiste en que tomó nuestra carne de pecado, comunicándonos la misericordia de Dios. La pobreza de Cristo es su mayor riqueza. Consiste en entregarse al Padre, buscando sólo esa Voluntad Paterna y su manifestación. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo. Cuando nos invita al Desierto, nos invita a enriquecernos con esa rica pobreza y pobre riqueza. León Bloy dijo que la única verdadera tristeza es no ser santos. Podríamos decir que la única verdadera miseria es no vivir pobres enriquecidos cual hijos del Padre, hermanos de Cristo el Mesías Pobre, y transfiguradores por el Espíritu del Jardín del Universo.
    Francisco da signos concretos para captar si vivimos bien o mal la Eucaristía. El primero es nuestra manera de ver y considerar a los demás. En la Eucaristía, Jesús lleva a cabo el don de sí mismo realizado en la Cruz. Su vida es un acto de total entrega por amor. Por eso amaba estar con sus discípulos y con las personas que tenía ocasión de conocer. Compartía sus deseos, sus problemas, lo que agitaba sus vidas. Hoy en la Misa nos encontramos con hombres y mujeres de todas las clases. Niños, jóvenes, ancianos, pobres y acomodados, lugareños o forasteros, acompañados o solos. La Eucaristía debe llevarme a sentirlos a todos como hermanos. Debe hacer crecer en mí la capacidad de alegrarme con el que se alegra y de llorar con el que llora. Empujarme a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados y descartados. Reconociendo en ellos el Rostro de Jesús. Vamos a Misa porque amamos a Jesús y queremos compartir su pasión y su resurrección. Para amar como Jesús quiere que amemos. De preferencia a los hermanos más frágiles y necesitados.


    El segundo signo es la gracia de sentirnos perdonados y dispuestos a perdonar. Algunos se interrogan para qué se debe ir a Misa, si los que participan son tan pecadores como yo. Quien va a la Eucaristía no lo hace porque se considera o quiere parecer mejor que los demás. Sino porque se reconoce necesitado del Amor misericordioso de Dios. Si no nos sentimos pecadores es mejor irse a confesar. Vamos a Misa, porque tenemos sentido del pecado, del perdón de Jesús, y de perdonar a los hermanos. Todos comprometidos por un inicio de mundo mejor en el dinamismo del Espíritu que nos libera de nuestras innumerables pobrezas.
    El tercer signo nos lo ofrece la relación entre celebración eucarística y vida de nuestras comunidades. La Eucaristía no es algo que hacemos nosotros con nuestras fuerzas. Es un Memorial de aquello que el Hombre Dios ha dicho y hecho. Una acción del Cristo Total. Es Cristo quien actúa sobre la sede, el ambón y el altar. Es el Resucitado que se hace presente y nos reúne en torno a sí, para nutrirnos con su Palabra y su Cuerpo. Una celebración puede resultar impecable, bellísima. Pero si no nos conduce al encuentro con Jesucristo, los hermanos y las cosas, corre el riesgo de no traer ninguna transfiguración a nuestro corazón. Por la Eucaristía Cristo entra en nuestra existencia y la permea con su Gracia y su Pobreza. Para que en cada comunidad haya coherencia entre liturgia y vida en fraternidad al servicio de los pobres.
    El Papa tiene una visión de transfiguración misionera para la Iglesia que debe estar extravertida, abierta, en salida hacia el mundo. Quiere que el evangelio sea predicado a todos, en cualquier situación en que se encuentren. Por eso su lenguaje es ordinario y normal. Quiere llegar a las periferias. Sin confundir identidad católica con abrazo a todos. No tiene in mente ideas abstractas que aplica a la realidad. Moldeándola de acuerdo a su propia visión. Procede paso a paso, haciendo un discernimiento sobre la historia, acompañando los procesos que se van dando en la Iglesia. Y en su relación con el mundo. Lo importante es lo que pasa. Considera el proceso de reforma desde dentro de cada uno.
    Bergoglio se formó en la espiritualidad ignaciana desde joven. Entró en la Compañía a los 21 años. Su forma de actuar, de ver, de considerar la realidad está unida a los Ejercicios que apuntan a la presencia de Jesús en la historia. No es una espiritualidad optimista pero sí llena de esperanza. Si Jesús actúa ya en el mundo nosotros llegamos siempre después y tenemos que reconocer su presencia. Es un pontificado de discernimiento acerca de cómo Jesús se mueve en medio nuestro. Buscar y hallar la voluntad de Dios, las inspiraciones del Espíritu, para actuar aquí y ahora. Lo franciscano en él se vive en el interior de lo ignaciano. Muestra una enorme atención a la pobreza y a la reconstrucción de la Iglesia. En un mundo plagado de inmensas injusticias.
    De ahí su imagen de una Iglesia hospital de campaña en emergencia. La realidad es superior a las ideas. La miseria no coincide con la pobreza. La miseria es pobreza sin confianza, sin solidaridad y sin esperanza. La miseria material toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana. Privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad. Comida, agua, higiene, trabajo, descanso, desarrollo y crecimiento cultural.


    Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio para curar las heridas que desfiguran el rostro de los pobres en quienes está el Rostro de Jesús. Sus esfuerzos se orientan a encontrar el modo de que cesen las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la simplicidad, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.
    En todo lugar y época, Dios sigue salvando a los hombres y al mundo mediante la pobreza de Cristo. Jesús se hace pobre en la Palabra, los Sacramentos y en la Caridad de su Iglesia, que es un Pueblo de pobres. Cierto, necesitamos de medios para asistir a los pobres. A veces de cuantiosos bienes. Sostener hoy una escuela, un hospital, un monasterio, una universidad exige fortunas. La propiedad y la riqueza son buenas al servicio de los pobres. Pero hay que distinguir entre los medios para la misión y nuestro ser en contacto con el necesitado. La pobreza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino a través de nuestra propia pobreza, personal y comunitaria. Pobres con los pobres, asistimos desde nuestra pobreza. Cual Cristo, en cuyas llagas y pobreza hemos sido curados. Los católicos no podemos avergonzarnos de la carne purulenta de nuestros hermanos. Tenemos que palparla, cargar con ella, sanarla o aliviarla.
    Jesús está lleno de ternura hacia la gente, en especial hacia los pobres, los excluidos, los pecadores, los sin techo, los enfermos de los que nadie cuida. La miseria humana tiene infinitas caras. Los cristianos envueltos en batas de laboratorio y tapabocas, aislados en cámaras asépticas no ayudan a los enfermos. No sirve una pobreza teórica, sino la pobreza que se aprende tocando la carne de Cristo pobre, en los humildes, en los miserables, en los enfermos y en los niños. La Iglesia es como un  gran hospital de campaña repleto de heridos. Muchos en cuidados intensivos. Heridos por problemas materiales, por escándalos eclesiales, o por ilusiones de apegos mundanos. Ni el rigorismo ni el laxismo curan a los demás. Mientras que el compasivo y misericordioso solidario sana desde sus propias heridas. Lo hace a través del sufrimiento solícito del samaritano. Amamos sufriendo por y con las personas. Como el buen samaritano sufre, acompaña y ayuda a los extraños y expoliados.
    Debe surgir una cultura del compartir. El Camino bíblico del diezmo no ha sido borrado. Deberíamos llevar un control de nuestros diezmos mensuales y anuales. El Espíritu de Jesús nos convierte en personas sabias y pobres. No en el sentido de que tengamos una respuesta para todo, que lo sepamos todo. La sabiduría del Dios Pobre no nos da eso. Sino que sabe cómo actúa Él. Conoce cuando un camino es de Dios y cuando no es de Dios. La Iglesia tiene que aprender a colaborar mucho más con los Estados y las Instituciones de la Comunidad Internacional. El presidente del Banco Mundial Jim Yong Kim, acaba de afirmar que 1.000 millones de personas viven en pobreza extrema. Los cinco países que congregan al mayor número de pobres en el mundo son India 33 %, China 13 %, Nigeria 7 %, Bangladesh 6 % y la República Democrática del Congo 5 %. Sumados son 760 millones. Una séptima parte de la población mundial. No sabemos si el objetivo que él plantea de erradicarla en 25 años será posible. Sí que será muy difícil o imposible. Pero esta podría ser la generación que comience a hacerlo con seriedad.
    Lo importante es medir bien lo que cada uno y cada comunidad necesita y regalar lo demás sin esperanza de recibir algo en cambio. Es hipocresía dar de lo que nos sobra sin que nos duela. Todos debemos despojarnos y dar. También los pobres de su pobreza. Privarnos no sólo de lo superfluo, sino de lo que necesitamos a fin de ayudar y transfigurar a otros desde nuestra miseria. La pobreza duele. No es válido despojarse sin esta dimensión de dolor, sacrificio y conversión a Dios. Desconfiemos de la limosna que no nos cuesta. Jesús ve a ricos que dan al Templo, pero alaba sólo a la pobre viuda que dio de su indigencia. No de lo que le sobraba. Entregó todo lo que tenía para vivir. Lc 21, 1-4