domingo, 25 de septiembre de 2011

23. Los sentimientos de Cristo y los nuestros en la interrelacionalidad: Fil 2, 1-11




    Si hay entre ustedes un consuelo en Cristo, un estímulo de Amor, una comunión del Espíritu, o entrañas de misericordia; colmen mi alegría, teniendo un mismo sentir, fronéo  un mismo amor, unánimes sintiendo todos lo mismo. Nada hagan por ambición ni vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como superiores a sí mismos, sin buscar el propio interés sino el de los demás. Tengan los mismos sentimientos de Cristo, el cual siendo Dios, se vació de sí mismo y se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte. Como en cualquier comunidad humana, no transfigurada por la amistad con las Tres Personas de Dios, en Filipo surgen desuniones, ambiciones, vanaglorias, soberbias y otras emociones destructivas que poco tienen que ver con los sentimientos estupendos de Cristo.
    Sabemos que los sentimientos débiles, las emociones medianas, y las pasiones fuertes son movimientos del apetito sensitivo que nos nacen, al percibir el bien o el mal concupiscibles o irascibles, con cierta conmoción de todo nuestro organismo. En sí son propias de nuestra naturaleza y no son buenas ni malas; pero reciben su moralidad de la recta razón y de la fe, y así pueden ser asumidos por las virtudes o pervertidos por los vicios. Mientras más vanagloria o falso yo convertido a las creaturas, haya en nosotros, más difícil nos resultará la regulación de nuestras pasiones. Cuanto más el Sí mismo, convertido a la Belleza de la Trinidad, nos den la perspectiva correcta de las añadiduras creadas, más fácil nos será controlarlas para que no sólo seamos movidos como zombis o robots, por nuestra fría voluntad, sino también por el impulso gozoso de nuestras emociones, mi corazón y mi carne gritan de alegría  por el Dios viviente. Sal 84 Olvidar, descalificar o despreciar los sentimientos buenos nos deshumaniza y aleja del Dios de la Felicidad. Goleman habla de un analfabetismo emocional. Sin emociones fuertes no nos movemos ya que nunca decidimos por la pura racionalidad, de ahí que para interrelacionarnos bien no sólo hay que pensar con asertividad y ética, sino con alfabetización afectiva.
    Nos es preciso prestar atención al lenguaje total no verbal, sonrisa o tristeza en los labios, relajamiento o tensión corporal, distancia de bostezo y aburrimiento o cercanía alegre y respetuosa, tonos de voz burlona e imitadora o amistosa y cálida. Carraspera nerviosa y prepotente del que viene corajudo aunque trata de disimularlo o serenidad del que dialoga sin imposición. Cuando no se saben expresar o responder bien a los sentimientos agradables o desagradables, adecuados o inadecuados, simultáneos y descontrolados, propios o de los demás; se llega a la patología emocional o alexitimia que no es la impasibilidad y puede destrozarnos la vida y hace difícil, y hasta imposible, las buenas relaciones con el próximo.
    Las personas que provocan a su alrededor casi diarias problemáticas emocionales negativas por meses, deben ser ayudadas y disciplinadas para que no se dañen ni destruyan a terceros con sus pasiones negativas, cosa que a algunos viciosos o enfermos les agrada, pues necesitan llamar la atención y tenidos en cuenta ya que nada saben de la Trinidad.
    Vivimos para tener los sentimientos de Jesús, y más allá de toda técnica psicopedagógica está el valor supremo de vivir en gozosas interrelaciones emocionales por la comunión del Espíritu. El psicologismo asfixiante posmodernista está favoreciendo la prioridad de la sexualidad sobre la relación tierna amistosa y emotiva, del individuo sobre la comunidad, y la deshumanización de la medicina que niega el alma y el Espíritu. O quiere hacer desaparecer los síntomas psicosomáticos, crear sistemas carcelarios concentrados en la pena y no en la recuperación de la persona en comunión para cumplir su misión, o escuelas donde la educación de las inteligencias múltiples está ausente. En cambio es espiritualidad relacional, vaciarse de la vanagloria, hacerse oyente del Proyecto del Padre, y morir para vivir exaltado en el Sí mismo de las Tres Personas de Dios, y el ciento por uno, como Jesús.

   

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