sábado, 12 de octubre de 2013

179. Jerusalén, otro Nombre para el Reino de la Totalidad de Cristo: Sal 137




    Junto a los ríos de Babilonia, la devastadora que arrasó con Jerusalén, nos sentábamos a llorar acordándonos de Sión. Si me olvidara de ti, Jerusalén, que se paralice mi mano derecha, que la lengua se me pegue al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por encima de todas mis alegrías. Sal 137 La fe no es individualista sino familiar, comunitaria, social y universal. Nos impulsa a construir la Morada de Dios o de la Paz. Una ciudad que alcanzará su Totalidad más allá de la historia, cuando entremos en la Vida Eterna de la Trinidad, en la Nueva Jerusalén, pero que la Revelación nos dice que Dios está edificando ya con nosotros. Esa ciudad está en todos los lugares y tiempos donde los seres humanos nos reunimos para salvarnos de la destrucción y construir un inicio de mundo mejor en la que todos y cada uno tenga su hogar, su patria, su madre, sus hermanos y su jardín.
    No obstante, Dios ha querido significarla o mostrarla en Jerusalén, la capital actual de Israel, reclamada también, en parte, por Palestina. Es una de las ciudades más antiguas del mundo y Patrimonio de la Humanidad, habitada en el cuarto milenio aC. Luego, Melquisedec en tiempos de Abraham, la ciudad cananea Urushalem, Origen de la Paz, testimoniada por documentos de hace 1.500 años aC en Tell el Amarna, la que David conquistó a los jebuseos en el año 1000 aC, en la que viví en medio de la guerra árabe israelí con bombardeos, ataques terroristas e incontables peligros; pero contemplando sus murallas de oro, cual ciudad de Dios, de bronce, cual idólatra que se salva mirando a la Serpiente levantada en Alto, y de Luz, cual Ciudad Transfigurada por la Luz del Mundo; en cada atardecer y besando el Evangelio de piedras donde fue crucificado y resucitó Jesús, donde el Padre concentró la liberación del mundo, hizo descender el Espíritu y desde donde partieron los testigos o mártires hasta los confines de la tierra. Hech 1, 8 Ciudad de los eternos conflictos y reconciliaciones superiores a esos conflictos, pues nos ayudan a superarlos y transfigurarlos en eslabones de la cadena de la Paz.
    La fe viva en consecuencia, edifica con dificultades y esperanzas, comunidades o pequeñas ciudades monásticas, desde todos alrededor de la Eucaristía. El altar es el corazón del coro, el coro o presbiterio es el complemento del altar. En ambos, como en un teatro celestial, se representa el drama de la redención. Mauro Wolter A veces nos ponemos entusiastas, preparamos programas, planes para la reorganización de nuestra comunidad. Discutimos sobre quién es el más grande e impedimos hacer el bien a los que no pertenecen al grupo de edad media, entre los 35 y 65 años. El Resucitado nos sorprenderá, moviendo el centro de la planificación a los niños y los ancianos, porque el menos importante entre nosotros, ése es el más grande; y según Zac 8 el signo de la presencia de Dios no es una buena estructura y organización con dinámicos gestores, sino los ancianos en paz y de los niños jugando en las plazas repletas de árboles y flores de Jerusalén. Ap 22, 1-5
    El riesgo está en descartar a los ancianos y a los niños, y el futuro de una comunidad está en ellos. Una comunidad que no se ocupa de sus ancianos y de sus jóvenes novicios no tiene futuro, porque no tiene Memorial ni Promesa. Es común dejar de lado a los novicios y tranquilizarlos con gozos efímeros en vez del estudio alegre de Jesús Amor Humilde en discernimiento de los espíritus. Y los ancianos que dejen de darnos consejos, son viejos desactualizados, desfasados e ignorantes de lo que le ocurre a nuestra generación.
    Queremos eficacia, una comunidad sin problemas. Y esto puede convertirse en una tentación. La comunidad funcional y bien organizada, marcha pero sin Memorial y sin Promesa. Una comunidad así, no avanzará, entrará en la lucha por el poder, los celos y las envidias. La vitalidad de una comunidad no está dada por las reuniones y decisiones de la edad media con jeans y chamarras de ejecutivos, ni por superiores rodeados de aduladores, que con los chismosos son la lepra de toda reforma evangélica. Planificar y ejecutar bien las cosas son realidades necesarias, pero no son el signo de Dios con nosotros. Cualquier grupo, aun de corruptos, lo puede lograr contratando diseñadores y arquitectos por Internet.
    Otra vez, el signo del Resucitado en medio de la ciudad son los ancianos que se sientan de nuevo en las plazas de Jerusalén, cada uno con su bastón en la mano, señal de la sabiduría. Y que esas mismas plazas de la ciudad se llenen de novicios que juegan en ellas. El juego es la Alegría del Señor. Los ancianos sentados en los claustros, calmados y serenos son la Paz. Los de edad media son servidores fecundos. Alegría, Servicio y Paz que vienen del Amor. No se pueden pedir peras al olmo, pero se puede tener un olmo mejor, regándolo con el Agua Viva del Espíritu que fluye del Altar, en ríos que nunca se excluyen de Alegría, Servicio y Paz. Ap 6, 9; Gal 5, 22
    Impacta comprobar que Jerusalén aparece 840 veces en la Biblia y Sión 160, desde el Gn al Ap. Ciudad Santa Al Quds, la Santa en árabe, y pecadora, que es destruida y reconstruida una y otra vez. Es Mujer, Esposa y Madre, Centro del mundo, de donde salió Pedro y volvió recién en sus sucesores Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y pronto Francisco. Jerusalén es la Ciudad de la Paz Universal, el nombre de la Totalidad de Cristo nuestra Paz, Ef 2, 14 el inicio del Reino de Dios. Con inaudito realismo se nos muestra que vivir en su Paz es un arte difícil. La Ciudad de la Paz se enfrenta y se mezcla con Babilonia la grande, la madre de las abominables prostitutas de la tierra, la vampiresa que se emborracha con la sangre de los santos de Jesús, Ap 17, 5-6  la anticiudad que confunde nuestros diálogos y nos arroja al aislamiento, que está siempre al acecho para arrasarnos apenas nos descuidamos y no estamos alertas cual los padres népticos.
    No podemos relativizar los ataques de los demonios, de nuestros pecados, y de los malvados. Hay que liberarse de la hipocresía del que se tiene por justo y no busca la salvación de los pobres, los ignorantes, y los pecadores. Empaparnos del Amor de Dios y hacia Dios, pues el secreto de la vida cristiana es el amor. Sólo el amor llena los vacíos, las profundidades negativas en que el Mal nos arroja. Y orar sin cesar para ser visitados por Jesús con su mensaje de Paz. Lc 19, 41-44 No para manipularlo con palabrerías inútiles, ya conoce bien qué necesitamos. La oración incesante es el signo de nuestra fe en Aquel que nos llama a combatir con Él cada momento, para vencer el mal con el bien. Biyerushláim, como dicen nuestros hermanos judíos, hasta que nos veamos en Jerusalén.