lunes, 31 de octubre de 2011

44. En muerte vivificante con el Invisible Dios de los vivientes: Heb 11, 23-28


    Por la fe, Moisés compartió el oprobio del Mesías y huyó de Egipto, sin miedo a la furia del rey, y se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible, aóraton. Mientras habitamos en el cuerpo, caminamos en la fe, no en la visión. 2 Cor 5, 7 La fe es de non visis, oscura como noche, está en las realidades que no vemos, no en las que vemos. Aun las visiones místicas pueden estorbar nuestra fe, pues no muestran el Misterio del Resucitado y la Trinidad sin velos, que sólo logrará la visión beatífica, ya que ninguna criatura ni alguna noticia nos puede servir de medio próximo para la divina unión con Dios, aunque no son las criaturas las que nos separan de Dios sino nuestro apego a ellas. Juan de la Cruz, Subida, II, 8 Por eso la fe se convertirá en motivo de alabanza el día de la revelación de Jesucristo. Porque lo amamos sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, nos alegramos con un gozo indecible, seguros de alcanzar el fin, télos de esa fe, que es la Salvación. 1 Ped 1, 7-9
    La muerte es el fin de la peregrinación terrena del ser humano. Contamos con un tiempo limitadísimo de gracia y amor que Dios nos ofrece para realizar nuestra propia vida terrena, y decidir nuestro último destino. Los hombres morimos una sola vez. Heb 9, 27 Y no hay reencarnación después de la muerte, ya sea en sentido vitalista occidental, de que en una sola vida no se pueden realizar todas sus posibilidades y es bueno volver; o en el sentido punitivo oriental, por el karma que debe ser eliminado si uno no llegó a la purificación total de sus vicios en la vida anterior. Además, el estado definitivo en que nos coloca la muerte no es una especie de mortaja paralizante, sino al contrario. El alma saltará danzando en procesos creativos de desarrollo que nunca terminarán al encontrarse con el Dinamismo Infinito del Dios Viviente. La vida de los que creemos en el Resucitado no termina sino que se transforma y entra en otras dimensiones de impensables despliegues.
    De aquí que sea salvífico que en nuestros monasterios tengamos tan cerca el cementerio, como un Jardín donde duermen, koimízo los que serán despertados por el Resucitado. Y visitarlo a menudo con la Biblia del Señor entre nuestras manos orantes es un regalo. Claro, allí nos enfrentamos con El Invisible del Reino. Por un lado está el silencio de las tumbas, el rumor de los altos pinos que se alimentaron de los cadáveres de nuestros hermanos y hermanas que hemos inhumado, la soledad de las altas montañas con sus bosques, nuestros inútiles chismorreos interiores que nos distraen de Dios y nuestra propia y muy cercana desaparición del escenario de este mundo. Pero la fe es de las realidades que no vemos y podría ser que cada tanto estallara una tormenta, un rayo de luz incendiara la zarza de Moisés, nos postráramos en tierra, y el Fuego del Espíritu nos diera un atisbo del Invisible, liberándonos de condicionamientos culturales y abriéndonos más la Puerta de la pura fe.
    Jesús fue bien conciente de su muerte y se tomó muy en serio el tiempo limitado que el Padre le marcó para cumplir la misión que le había encomendado. Pero jamás le dio a la muerte el mismo peso que tiene la Vida. Para Él es más importante la Vida que la muerte, y si la muerte importa es sólo para expandir más el gozo de la Vida en abundancia, como el grano de trigo que cae en tierra y da mucho fruto. Jn 12, 24 Tenemos que estar obsesionados con la Vida, no con la muerte, pues con su muerte ya destruyó todas nuestras muertes. Y si el combustible de la vida es la muerte, es para transmitir a los demás la Vida. 2 Cor 4, 12
    Toda espiritualidad tristona y mortecina  viene del mal espíritu, el cementerio no es muerte sino un sueño feliz en dínamo de Vida. La Vida en el Espíritu Bueno es una implosión bienaventurada de fuegos artificiales divinos. La zarza que arde sin consumirse, con llama que consume y no da pena, Cántico, 38 que muere irradiando Luz, se lo dijo al que se mantuvo firme como si viera al Invisible, mucho más allá de las sombras visibles. Dios no es un Dios de muertos, sino de vivientes, Todos, en efecto viven para Él. Lc 20, 38   

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