miércoles, 26 de octubre de 2011

40. Abrir la Puerta de la fe, fuente de la vida en el Espíritu: Heb 11


    Por la fe, comprendemos que la Palabra de Dios formó el universo, de manera que lo visible proviene de lo Invisible. Sin fe es imposible agradar a Dios, porque quien se acerca a Dios debe creer que existe y es justo remunerador de los que lo buscan.  Por la fe huimos de la esclavitud de Egipto, sin temer la furia de las persecuciones que jamás faltan a la Iglesia, y nos mantenemos firmes como si viéramos al Invisible que vive y nos ama. Las virtudes humanas se arraigan en las tres teologales que adaptan las facultades del ser humano para que se divinicen en las Tres Personas de Dios. Infundidas por Él en nuestro ser, son la garantía de la presencia y de la acción de la Trinidad en nosotros. La obediencia de la fe es la fuente de la vida en el Espíritu. Es pasar de las sombras a la Luz del Resucitado, entrar en el Hogar trinitario, en la escucha de la Palabra del Señor que sale a nuestro encuentro y nos revela su Vida su Verdad y su Amor, y la Iglesia nos los propone para que nos entreguemos con entera libertad a sus Proyectos. El discípulo misionero no sólo debe guardar la fe y vivirla, sino también difundirla pues la fe se fortalece creyendo y anunciándola. Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación. Quien cree en Él no quedará confundidoRom 10,10-11 e Is 28, 16
    El don de la fe permanece en quien no peca contra ella, pero sin obras está muerta. Sant  2, 26 Gracias a la fe viva, Cristo plasma toda la existencia humana en la novedad radical de su Cruz y Resurrección. Los pensamientos, afectos y pulsiones viscerales, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transfiguran en un proceso que no termina en esta vida. La fe que actúa y alcanza su cumbre por el amor, Gal 5, 6 caminando por la esperanza, se convierte en un nuevo criterio para nuestras inteligencias múltiples y acciones que cambian nuestra vida entera, y de quienes se benefician con nuestra transformación.
    No es la primera vez que la Iglesia es llamada a celebrar un Año de la fe. Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar los 1.900 años del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese una auténtica y sincera profesión de la misma fe. Además, quiso que ésta fuera confirmada de manera individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca. Las grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, el Mayo francés, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios, para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los católicos tienen necesidad de ser estudiados, explicitados y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en nuestras nuevas condiciones de un cambio histórico mundial.
    Pablo VI, con los padres del concilio Vaticano II, vieron la necesidad de que la Iglesia no se distanciara de su realidad católica y del Mundo, y así el 15/IX/1965, con el Motu Proprio Apostolica sollicitudo, creó el Sínodo de Obispos con la misión de ayudar al papa y a los pastores a realizar su servicio de liberación en la Iglesia universal. El primero se realizó en 1967, estando yo estudiando en Roma y teniendo la oportunidad de conversar con varios padres y peritos sinodales. El tema fue la Preservación y fortalecimiento de la fe católica, su integridad, su fuerza, su desarrollo, su coherencia doctrinal e histórica. Hemos tenido 24 Sínodos, el 25 será en el 2012 y tratará de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana.
    La Iglesia, como Cristo, tiene que abrir La Puerta de la Fe, Hech 14, 27 para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la Vida en abundancia. Sucede hoy que los cristianos se preocupan por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia los contenidos de la fe según el CEC, son desconocidos o negados. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que ya sea así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a millones de bautizados que no tienen fe. Benedicto XVI, Porta fidei Otro Año de la Fe nos hará ver que sin ella no se vive ni se muere por el Invisible y menos se experimenta que la Trinidad nos cuida con infinito Amor. 

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