lunes, 31 de octubre de 2011

43. La muerte o salir al encuentro creativo del Invisible: Fil 1, 21- 26


    Me siento urgido de ambas partes. Deseo partir para estar con Cristo, ya que es mucho mejor porque para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia. Pero por el bien de ustedes tal vez es preferible que permanezca todavía un tiempo en este cuerpo. Sabemos que el gran enigma de la vida humana es la  muerte. Todo ser humano sufre con el dolor y el desgaste de su cuerpo a medida que envejece. Pero su máximo tormento es el miedo ante la posibilidad de su desaparición perpetua. Juzga con el instinto certero de su corazón, cuando se resiste a aceptar la perspectiva  de la ruina completa de su persona y de un adiós definitivo que se perdería en la nada.  La extraña y maravillosa semilla de eternidad que llevamos dentro, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte. GS 18 Cristo ha transformado el enigma, realidad oscura de la que no se puede casi adivinar su significado, en un misterio y revelación, que mucho nos esconde y algo sublime nos aclara.
    Sabemos también que Dios no hizo la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes. Sab 1, 13 La muerte es consecuencia del pecado, de haber rechazado el Contacto permanente con la Vida de la Trinidad. La muerte no entraba en el proyecto del Creador. Y nos habríamos liberado de ella si no hubiera habido pecado. Es el último enemigo que tenemos que vencer. 1 Cor 15, 26 En el amor al Dios de la Vida está nuestra liberación. Nunca debemos anhelar la muerte sino la Vida plena en Dios. Pues el terror ante la muerte es ya la muerte misma. Lutero Hace poco se suicidó un abuelo de 77 años, pobre y viudo, que había quedado solo en el campo de su Ranchería, por la ida de sus hijos que buscaron en Canadá horizontes más prósperos. Su miedo a la soledad, el aislamiento y el abandono ya fueron su muerte, pues la muerte nos comienza a atenazar matándonos de mil formas en plena vida.
    Jesús nos tiene que abrir la Puerta de la Fe, y nosotros entrar libres y gozosos por ella, para que la muerte sea transfigurada por su Cruz y Resurrección. Él dio la Vida al mundo por su muerte gloriosa, a la que a pesar de su angustia y sudores de sangre, se entregó con total libertad. Porque en la muerte el Padre llama a cada hombre hacia sí y le da la energía portentosa del Espíritu para que con su aceptación, por su Pascua entre en el Misterio de la Vida Trinitaria, en comunión con todos sus queridos hermanos, ya purificados y embellecidos que, en la historia de su peregrinar, lo precedieron y lo seguirán.
    En profundidad este terror a la muerte la produce, no sólo el dolor que conlleva, sino que estamos encorvados sobre nuestro falso yo, homo incurvatus in se; apegados, ilusionados y condicionados por las criaturas, en las cuales engañados, pusimos toda nuestra felicidad. Cuando nos desencorvamos y nuestra contemplación se centra en nuestro Sí mismo que es nuestra vida en Cristo y la muerte una ganancia fabulosa, desaparece el aguijón de la muerte que es la esclavitud del pecado, y liberados nos entregamos al Dios Invisible.
    Aquí nuestra vida, verdad y amor en Dios son imperfectos, a través de las criaturas como en un espejo borroso. Pero después de la muerte, o del purgatorio, en el Cielo lo veremos tal cual es. Nuestros rostros ante los Tres Rostros del Invisible que se nos hará Visible al espíritu, por la visión beatífica en la Luz del Resucitado, de forma inmediata, desnuda, clara y patente, sin mediación de creatura alguna que fuera como un objeto, ya que será el abrazo de amor eterno con las Tres Personas Increadas de la Trinidad. Morir para que el Invisible se me vuelva Visible, eso es morir en Cristo para entrar en la plenitud del vivir en Cristo.
    Por eso creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celestial. Creemos que todos nos unimos en una sola Iglesia donde están a nuestra disposición la Vida, la Verdad y el Amor de la Trinidad que se nos entregará sin velos; de Jesús, María y José; y de todos los ángeles y santos, que sin cesar ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones. Mientras esperaremos alegres la resurrección de nuestros cuerpos, el Juicio final y la transfiguración del Universo en Cielo y Tierra nuevos, afianzados para siempre en la Consumación Total que nunca será Final, pues seguiremos desarrollándonos por toda la eternidad  en un clima creativo de comunión, misión y felicidad sin fin.

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