sábado, 1 de octubre de 2011

30. El Doble y Cristo en la interrelacionalidad: Is 5, 1-7


    Mi amigo tenía una viña en una loma fértil. La cavó, la limpió de piedras y la plantó con cepas escogidas. Esperaba que diera uvas, pero dio frutos agrios, esperaba justicia pero dió iniquidad, honradez pero dió gritos de angustia. Isaías debe haber pronunciado este poema al inicio de su servicio profético en el 740 aC. La viña de Dios está también en Os, Jer, Ez, el Sal 80 y la plenifica Jesús, mostrando que lo asesinamos a Él la Única Viña Verdadera. Mt 21; Jn 17 La Palabra inspirada nos indica así que la espiritualidad de comunión, el aprender a convivir en el arte de interrelacionarnos en paz, es algo que depende, ante todo de la fe, y luego de técnicas psicopedagógicas, pues buscamos matar en nosotros a nuestra Alegría y Fundamento; al Trino Dios que nos inhabita y nos hace comunidad de trabajo en el Amor.
    El hombre no es sólo un problema a resolver, sino un Misterio que nos trasciende, Dios mismo. Ya la antropología científica y filosófica algo reconocen y hay más diálogo con la teológica. El drama del pecado consiste ante todo en que nos separa de las Tres Personas de Dios que son el verdadero y más profundo Misterio del ser humano, su real identidad, y donde sólo se le ilumina por completo su existencia. Búscate en Mí, y búscame en ti. El pecado me aísla, me incomunica, me corta de la comunión continua con el Silencio fecundo del Padre, la Palabra dialogante del Hijo, y el Encuentro amoroso del Espíritu. El que peca se hace esclavo de las criaturas, se apega a ellas, se ilusiona y engaña y se condiciona por programaciones neuronales, con morbosas prolongaciones identificatorias del falso yo con seres sin los cuales piensa perdería su felicidad. Esa egolatría asesina de Cristo no acepta que su gozo está en Dios y no en sus criaturas que son prótesis o añadiduras del Señor.
   El pecado original, aun después del bautismo, nos deja la concupiscencia-epithymía, o sea un fuertísimo deseo desordenado, que yendo contra toda razón y fe, nos convence de manera invencible sin la ayuda del Espíritu Santo, de que nuestra felicidad está en las criaturas antes que en el Creador. Es una lucha tenebrosa entre la ley del pecado y la ley del Espíritu, que se mantiene de por vida, aun cuando por gracia, no caigamos en la tentación.     
    De ahí que, a medida que nos desarrollamos en la vida espiritual, y en especial al envejecer, al ver nuestra vida como una biblioteca cargada de libros que tratan de nuestras hipocresías y lealtades, nuestros vicios y virtudes, nuestras mentiras y verdades y cómo la muerte nos arrebatará toda criatura; más nos enfrentamos con nuestro Doble en una lucha oscura y titánica conectada con el mal espíritu, tal como le sucedió al mismo Jesús en sus tentaciones del desierto. En cada uno de nosotros pelean a muerte el hombre viejo y el nuevo, el deseo de hacer el bien y el no poder realizarlo, la corrupción y la liberación, el pecado que me conduce al infierno y el Espíritu que me lleva a la Vida y la Paz.
    La literatura universal como arte de la Palabra, manifestación de la Gloria del Padre y aleteo del Espíritu, han puesto bien de manifiesto, junto a la Biblia, este Doble, entre Cristo impecable y Adán pecador, que azota sin piedad. Así el terror gótico de El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, basado en el mito de Narciso, reeditado por Ovidio y el Fausto de Spies y Göthe. Dorian quiere ser siempre joven para no perder su increíble belleza, entregarse al hedonismo repugnante, viajar con pornografía, conservar su fortuna y cometer toda clase de pecados y asesinatos sin que su salud y bienestar sean afectados.
    Pero el retrato que le hicieron, cuando todavía era un adolescente inocente y puro, va envejeciendo con todas las marcas nauseabundas de sus delitos. Dorian lucha, se confiesa y el eterno femenino el amor de una mujer buena, está a punto de redimirlo. Pero ya es tarde como en Jekill y Hyde. Se suicida al apuñalar a su retrato o Doble oscuro, que es él mismo y que nunca integró para energetizar su verdadero yo que son los Tres Rostros de la Trinidad. La policía encuentra el cadáver de un viejo repelente lleno de pústulas, junto al esplendor de su retrato, la Imagen a la que hubiera tenido que tender, la Piedra angular, el Sí mismo del Hijo de Dios y su viña; quien desde su Proyecto le hubiera dado el ciento por uno en toda clase de criaturas a disfrutar y la resurrección, que es la única eterna Juventud.

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