martes, 4 de octubre de 2011

34. Apología de los cluniacenses y sus superfluidades, logros y desafíos de hoy: Lc 5, 27-28




   
    Mateo, dejándolo Todo, se levantó y siguió a Jesús. En 1125 Bernardo recibe una carta de su amigo Guillermo, abad benedictino de Saint-Thierry, cerca de Reims, donde le solicita poner fin al escándalo de los cistercienses que calumnian a la Orden de Cluny. Deberá poner de manifiesto sus logros sin esconder los desafíos que tiene por delante para evitar la relajación debido a lo superfluo. Así nace el segundo tratado de Bernardo, luego de Los grados de humildad y soberbia, titulado Apología dirigida al abad Guillermo. Ambos son los dos polos de su reforma claravalense dirigida a todo el monacato de su tiempo. Los grados, de carácter personal y espiritual: Curiositas, cupiditas, singularitas contra contemplatio; la Apología, de índole comunitaria e institucional: Sanctitas ordinis et peccatum superfluitatis, la fecundidad y las miserias de toda obra humana y divina.
    El tratado constará de dos partes. En la primera se manifiestan los grandes logros de Cluny: La tradición y politéia cluniacense merecen gran estima. Bernardo expresa sentimientos de admiración y amistad personal hacia varios de sus monjes. Se honra de haber sido recibido en sus monasterios y predicado en ellos. Recomienda todas las Órdenes, pero no puede vivir en todas, pues abraza a una por su profesión y a todas las demás por el amor. En la Iglesia peregrina debe haber pluralismo en la unidad, y unidad en el pluralismo, pues aún en el Reino encontramos disparidad en la igualdad.
    En la segunda Bernardo se enzarza con el peligro de las cosas superfluas en que caen los monasterios comparados con los del monacato primitivo. Siguiendo su estilo literario parece la obra maestra de un panfletista, una sátira o diatriba: Refinamiento en el comer beber y dormir, afectación en los vestidos, fasto de los abades, derroche en la decoración de las iglesias, vasos sagrados y dependencias del monasterio. Es una pintura surrealista y exagerada que contrapone al ideal monástico de simplicidad, austeridad, trabajo manual, pobreza, ayuno, sobriedad y separación del mundo, sin detenerse en comunidad concreta alguna, aunque se ganó la antipatía de muchos por sus descripciones hirientes: Se sirven platos y más platos, y a falta de carne, se repiten los más exquisitos pescados. Cuando te has saciado de los primeros si pruebas los siguientes creerías que no has comido, porque es tal el esmero y el arte con que los cocineros los preparan, que devorados 4 ó 5 platos, aún puedes con varios más y la saciedad no te mata el apetito, seducido el paladar por nuevos condimentos, vas olvidando el sabor de lo anterior con las salsas más extrañas, hasta quedar el pobre estómago enterrado bajo la comida. Podrás observar además, como un monje devuelve 3 ó 4 vasos de vino, cual consumado catador que con experta rapidez elige al fin el más fuerte y exquisito. Y en las solemnidades se beben vinos rociados de miel y espolvoreados con especias. Cuando las venas se hinchan ya con tanto vino y el pulso martillea en las sienes, el monje se echa a roncar y no lo obligues a ir a Vigilias, pues no le sacarás canto alguno sino lloriqueos risueños.
     Bernardo, santo sí pero luchando con sus sombras de agresividad y dominar sirviendo, había iniciado la guerra de las observancias. Nos había regalado un manual para discernir los logros y desafíos de los monasterios actuales cotejados con el único monje. Nuestro Amado Jesús.


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