martes, 4 de octubre de 2011

32. Sobrevivir renovando nuestros lenguajes y códigos: Mt 22, 1-10



    El Reino es semejante a un banquete de bodas que un rey celebró para su hijo, pero los invitados se negaron a ir. Entonces el rey ordenó salir a los caminos y reunir a todos los que encontraran, buenos y malos. Y la sala nupcial se llenó de convidados. El Reino se inicia en la Iglesia injertada en el Mundo, y Jesús muestra que el llamado del Padre es a una explosión de vida en abundancia que sacia las necesidades más perentorias de todo ser humano, comida, sexualidad y convivencia en el gozo de un banquete de bodas que preside el mismo Dios que todo lo transfigura. Así la comunidad cristiana no es una asociación civil reunida por decisión de sus miembros, sino participación y testimonio del Misterio de la Iglesia, como expresión viva de la comunión trinitaria de la que el Padre nos ha querido hacer partícipes enviando a su Hijo y al Espíritu Santo. De ahí que todo monasterio es Confesión de la Trinidad que nos envía a ser signos de fraternidad y servidores del Amor.
    Por eso la espiritualidad de comunión debe ocupar el primer lugar en la formación permanente de sus miembros, haciendo de cada comunidad monástica la casa de Dios y la escuela de la comunión, y cada monja o monje deben ser expertos en hacer la comunión como artífices del Proyecto de Koinonía o Mente Común alrededor del Resucitado, que constituye el culmen de la historia del ser humano según las Tres Personas de Dios.
    Espiritualidad de comunión que tiene cuatro rasgos específicos: 1. Una mirada enamorada hacia la Trinidad que habita en la intimidad de mi verdadera identidad, en medio de nuestras interrelaciones personales y en el trabajo al que somos enviados. 2. Un sentir a mi hermana o hermano en la unidad del Cuerpo místico de Cristo como alguien a quien debo cuidar y respetar, compartiendo sus alegrías y sufrimientos, intuyendo sus deseos, atendiendo a sus necesidades y ofreciéndole mi amistad espiritual. 3. Un ver, ante todo, no lo que hay que corregir en el otro, sino lo que tiene de positivo y carismático para acogerlo y valorarlo cual Don de Dios. 4. Darle a cada hermano un espacio humano y ecológico, llevando sus miserias como él lleva las mías y desarrollándonos con creatividad.
    Necesitamos crear un nuevo lenguaje y una nueva decodificación que exprese, para nosotros y la nueva generación que se allega a nuestros monasterios, lo que es esta transfigurante comunión del  Espíritu. Una cosa es lo que anunciamos, de palabra y de obra, y otra los códigos con que los jóvenes nos escuchan e interpretan lo que les decimos. Ya es un síntoma de los tiempos las repetidas veces en que la Santa Sede y la jerarquía deben, casi todas las semanas, luchar contra la enésima mala interpretación que se les ha dado a alguna de sus intervenciones. Es que los entuertos, chanchullos, guarradas de los alfeñiques con sobrepeso jugando con las tragaperras de los antros de Ciudad Hidalgo son diferentes de cierto oxímoron o absurdo que seguimos usando en nuestros lenguajes tecnicistas, pietistas, abstractos y gastados que no penetran en el pensar y sentir de la juventud actual.
    No se trata de homologarnos al gemebundo mal uso del lenguaje, de diluir la belleza del español, ni menos rebajarnos a usar malas palabras. Tampoco que debamos perder las expresiones milenarias del judeocristianismo sino de encontrar la delicadeza fascinante de una narrativa que los cibernautas, blogueros y fanáticos de las redes sociales, entiendan.
    Puede ser que así permitamos entrar al banquete del Reino, o su semilla en la comunidad monástica, también a los jóvenes malitos. Custodiando la calidad sin perseguir la cantidad, Jesús jamás separó el trigo de la cizaña. Y dejemos las lamentaciones lacrimógenas por los jóvenes que ya no captan lo que es la estabilidad, la forma de vivir monástica y la obediencia en Cristo. Sí que lo pueden captar, aunque les va a costar. Muchos de ellos están sensibles al Espíritu pero necesitan verlo expresado en una fraternidad que vive la aventura de la comunión, se logra hacer entender y les otorga los mismos derechos que tuvieron ellos para volver a recrear lo que sus Ancianos les transmitieron. Como supo hacerlo María de Guadalupe en 1531 logrando el milagro de la evangelización y reconciliación del México milenario en razas tan distintas. 

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