lunes, 12 de diciembre de 2011

52. Consideraciones para Desideratas hacia lo Sideral: Ap 3, 7-13 



    Escribe al Ángel de la Iglesia de Filadelfia. El Santo afirma. Conozco tus obras, he abierto delante de ti una puerta que nadie puede cerrar, porque a pesar de tu debilidad, has cumplido mi Palabra. Haré del vencedor una columna en la Nueva Jerusalén. En el Apocalipsis, Jesús resucitado se manifiesta en medio de siete candelabros de oro, que son las siete Iglesias de Asia a las que escribe siete cartas o consideraciones; y con siete estrellas en su mano derecha, que son los Ángeles de las siete Iglesias. Es como si se tratara de las Iglesias en su dimensión litúrgica orante dominical, en comunión con la Iglesia Celestial, candelabros y Ángeles, a las cuales Jesús les habla a través de Juan.
    Consideración significa hoy examinar o reflexionar sobre algo con gran atención y tratar a alguien con respeto, urbanidad y deferencia. Su práctica y etimología antigua significaba pensar con las Estrellas, con-sidera, de tal forma que nuestros deseos bien discernidos, desiderium-desideratas, nos lleven a lo Sideral, es decir al Cielo al Hogar de la Trinidad, cuyos Rostros contemplan los Ángeles. Mt 18,10 Las estrellas son signos de los Ángeles y de Jesús, una estrella anunció su nacimiento, y Él mismo es la Estrella radiante de la mañana, Ap 22, 16 que debe despuntar en nuestros corazones. 2 Ped 1, 19 hasta que seamos como los Ángeles del cielo, brillando como Estrellas por toda la Eternidad. Dan 12, 3; Mt 13, 43
    San Bernardo escribió De Consideratione ad Eugenium papam, Sobre la Consideración al Papa Eugenio, su último Tratado compuesto durante cuatro años, desde 1149 a 1152, terminado meses antes de su muerte el 20 de agosto de 1153. Fue, según suele decirse, su canto del cisne y su testamento. Allí explica que la consideración es igual a la piedad o eusébeia, vida llena de veneración por Dios, los hermanos y las cosas. 1 Tim 4, 8 Le dice al papa beato Eugenio III que si le pregunta que es la piedad le dirá que es la consideración, pues la piedad consiste en practicar lo que dice el Sal 46, 11, Descansen y reconozcan que yo soy Dios, y eso es ponerse a considerar nuestros deseos a partir del Espíritu de la Verdad; porque la precipitación y la desconsideración nos hunde en peligrosos riesgos.
    La consideración investiga los caminos de Dios, purifica la mente y los afectos, dirige las acciones y modera la conducta, ennoblece y ordena la vida, nos da el conocimiento de lo humano y lo divino, sacándonos de la confusión, conciliando lo incompatible, reuniendo lo disperso y penetrando en lo secreto. Por la consideración se presiente la adversidad en el bienestar, y la adversidad se lleva bien porque se actuó con fortaleza y prudencia para bien Orar Leer Trabajar.
    Debemos considerar nuestros deseos de virtudes y de vicios, pues están mezclados, y liberarnos del mal deseo ya que la muerte está apostada junto al umbral del deleite, y hay caminos que nos parecen rectos, pero cuyo fin conduce a lo profundo del infierno. RB 7, 21 A eso se dirigen los doce grados de humildad en san Benito, Obediencia de la fe al Padre y su Iglesia, en los cuatro primeros, para liberarme de la concupiscencia, invencible sin la gracia; Humildad, en los cuatro segundos, hasta ser reducido a la nada de la arcilla, humus o polvo de estrellas, en el cual el Espíritu me insufló la Vida; y Silencio, en los cuatro terceros, para escuchar al Verbo que me instruye con su Palabra. Así sabré que no soy digno, yo pecador, de levantar mis ojos al Cielo, hacia las Estrellas, si las Tres Personas Divinas no me abren, por la Puerta de la fe, su Skené, Carpa, Tienda, Morada o Cabaña, y me transfiguran.
    Sólo la Consideración de mis Desideratas me lleva a lo Sideral, y cuando vuelva a ser polvo de estrellas, humilde en la fe la esperanza y el amor de Dios por mí; el Silencio, la Palabra y el Encuentro me abrazarán y me harán una columna en la Nueva Jerusalén, renaceré del Espíritu, no seré sólo conocer sino nacer, encarnación. Nada ni nadie sabrá cómo existimos enamorados en el Todo de los Tres, resplandecientes como el Sol del Rostro del Resucitado.
    Hace casi 60 años, una noche, murió mi abuelo materno, Antonio. Por temor a que me impresionara el verlo morir no me dejaron estar con a él mientras agonizaba, como al resto entero de toda la gran familia. Era diciembre en el hemisferio sur, la temperatura agradable y la noche espléndida y transparente. Me llevaron a una linda habitación que estaba lejos, con la cama frente a un inmenso ventanal. No pegué un ojo ni me acosté, y mientras sentado y angustiado sentía pasar las horas miraba las innumerables estrellas y rezaba. Y me dije, cuando desaparezca la última, que ahora lo sé era Venus Jesús, el nono se habrá ido al Cielo. Y así fue, cuando se apagó, sentí los llantos que despedían al abuelo tan querido. Justo al amanecer, como María de Guadalupe en el Tepeyac a Juan Diego, Jesús lo había venido a buscar. Salí corriendo y lo fui a besar.
    Irrumpe en mi interior, beatísimo papa Eugenio, un  deseo incontenible de dictar algo que te edifique, te agrade y te consuele. Pero me hallo envuelto entre dos fuerzas contrarias, impulsado por mi amor y frenado por tu majestad. Me encuentro liberado de mis servicios maternales contigo, pero no me han arrancado el afecto de madre. Hace mucho que te llevo en mis entrañas, y no es fácil que me arranquen un amor tan íntimo. Llegué a conocerte bien y sé que no has dejado de ser pobre en el Espíritu, aunque ahora te hayan hecho padre de todos los pobres. Cons, Prólogo
    Si soplan los vientos y las tempestades, levanta los ojos y mira la Estrella, invoca a María. Desde entonces, cual otro pequeño Juan de Patmos, que comparte con todos las tribulaciones, el Reino y la espera de la Venida de Jesús, no he cesado de discernir las Desideratas y escribir Consideraciones a las Iglesias o Comunidades para que juntos distingamos a Ajenjo, que envenena las aguas de la Vida, Ap 8, 11 de Venus, Fuego del Amor y sentido último de la  Historia Sideral del Eterno Viviente, porque Las Estrellas miran hacia abajo.

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