martes, 20 de diciembre de 2011

56. La Iglesia es  la Casa de la Palabra: 1 Sam 3, 10-14


    Vino Yahveh y llamó a Samuel como las veces anteriores. Samuel, Samuel. Y él respondió, habla que tu siervo te escucha. Samuel era un niño, entregado por su madre Ana, al servicio del Señor, bajo la formación de Elí. Estamos distanciados por más de 3.000 años, en la Época I del Hierro, siglo XI aC en el Templo de Silo, donde se guardaba el Arca de la Alianza en la época de los Jueces que regían Israel antes de la constitución de la monarquía por Saúl. La dinastía faraónica XXI regía Egipto. Se nos dice que por aquel tiempo la Palabra de Yahveh era rara. Yahveh no hablaba y no había quien lo supiera escuchar y discernir sus Palabras, por eso ésta es la consagración de Samuel como profeta.
    Pero prestemos atención, no estoy narrando historia, no soy profesor sino profeta. La relación entre el Logos y la Iglesia no puede ser comprendida sólo como si fuera un acontecimiento del pasado, sino que es una relación de Vida en el Hoy Eterno de Dios, en el cual cada uno de nosotros, y cada comunidad, está llamada a comprometerse de manera personal. Hoy aquí somos varios para quienes Dios no habla, o somos tan sordos que jamás podríamos decir, habla, Señor, que tu siervo, o esta comunidad, te escucha. Y ninguno de nosotros vive de sí mismo, y menos ninguna comunidad eclesial, sino que vivimos de la Palabra escuchada y, después de asimilada, proclamada. El hombre vive de toda Palabra que sale de la boca de Dios. Deut 8, 3 Las palabras de Jesús son Espíritu y Vida. Jn 6, 63 Mi identidad no es mi yo sino el Verbo. Gal 2, 20 La fe reconoce al Verbo Increado de Dios acogiendo los gestos y las palabras creadas con las que Él se nos hace contemporáneo para entrar en diálogo vivificante con nosotros.
    El Resucitado, que está en medio nuestro, nos habla y nos dice, Yo soy todo tuyo y me entrego a ti en palabras humanas, inseparables de mi Única Palabra y Persona Divina, para que en el Espíritu Santo, el Padre te haga su hijo adoptivo, te transfigure a imagen y semejanza mía su Unigénito. Mi Iglesia es la Casa de la Palabra, Yo Soy el mismo que te habla cuando se lee la Biblia. La sacramentalidad de la Palabra, signo de Dios que me justifica, santifica y transfigura, se hace patente en la Misa. Cristo, bajo las especies de pan y vino, está presente de modo análogo también en la Palabra proclamada en la Liturgia.
    La Palabra de Dios anunciada por la Iglesia conduce al sacrificio, al banquete del Cuerpo y la Sangre. Palabra, Cuerpo y Sangre son indisociables, no se puede comprender una sin el otro. La Biblia nos da a entender el Cuerpo y la Sangre, y el Cuerpo y la Sangre entregados para liberarnos del pecado, la muerte y el mal, nos dan Luz para captar las Escrituras. Palabra y gesto forman el único Memorial de Cristo. No sabría lo que son ese pan y ese vino sin la Palabra; y no conocería la Palabra si no poseyera la Energía infinita del Espíritu para transubstanciar ese pan y ese vino, que son la prenda de la esperanza, y el alimento para el camino de que yo, la humanidad y el universo, seremos transfigurados en la Resurrección del Cielo Nuevo y la Tierra Nueva. En un Futuro absoluto que me libera del terror o el pseudo-optimismo de todo otro futuro incierto, peor o mejor. El Resucitado es El Fin de la historia sin fin, jamás habrá otro futuro más creativo, fuerte y bello que el Suyo.
    El Año Litúrgico, o Año de Gracia del Señor, Lc 4 es Cristo mismo que permanece en su Iglesia y prosigue en ella su camino de amor, haciendo el bien a todos. Pío XII De aquí la importancia de la homilía. Los fieles escuchan y oran la Palabra, si no están dormidos, pero sólo los obispos, presbíteros y diáconos pueden explicarla, para que esa Palabra sea acogida y fructifique en el contexto cultural, y la situación concreta en que se encuentran, evitando las homilías genéricas y abstractas. El predicador es tan oyente de la Palabra como María y la Iglesia, pierde tiempo predicando al exterior la Palabra de Dios, quien no es oyente de Ella en su interior. San Agustín, Sermón 179 Nunca como profeta, debe atraer la atención sobre sí  mismo, sino sobre el Corazón de la Buena Noticia de Jesús, el Único que tiene Palabras de Vida Eterna. Y Yahveh vendrá a su Casa de a Palabra, nos despertará del sueño profundo  en la noche del tiempo, y le podremos decir como Samuel, habla, Señor, que esta comunidad te escucha y trata de practicar tu Palabra, por el kairós de la Liturgia.

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