viernes, 7 de diciembre de 2012


136. Cómo escuchar, razonar y hablar del Dios que viene a nosotros: Mc 4, 30-34


    A qué podríamos asimilar el Reino de Dios o con qué parábola compararlo. Se parece a un grano de mostaza. Es la más pequeña de todas las semillas, mas al crecer llega a ser la más grande de las hortalizas. Y con muchas parábolas tales como esta les anunciaba la Palabra, en la medida en que podían escuchar. Jesús se planteaba cómo hablar de la Trinidad a sus contemporáneos. Se lo sigue planteando hoy, ya que Él es contemporáneo a toda historia y ha querido para su Iglesia un Sínodo sobre la Nueva Evangelización. El Papa amplia horizontes con sus catequesis para este Año de la fe mostrándonos cómo podemos hablar del Misterio de Dios a los que conviven con nosotros.
    Lo primero es que podemos hablar de Dios porque Dios viene a hablar con nosotros. Esa es la  primera condición para hablar de Dios, la escucha de lo que ha dicho el mismo Dios. Dios no es una hipótesis lejana y ajena de nuestras vidas. Dios se preocupa por nosotros, Dios nos ama, Dios ha entrado cual Tres Personas en la realidad de nuestra historia, se ha autocomunicado hasta la encarnación de su Verbo. Dios es la Suprema Realidad de nuestra existencia, tan Infinito que tiene tiempo también para mí, que puede ocuparse de nosotros y se ocupa de hecho de cada ser humano y de cada lirio del campo. En Jesús de Nazaret, encontramos el rostro de Dios, que ha bajado del Cielo y se ha sumergido en nuestro mundo para enseñarnos el arte de vivir, el camino hacia la felicidad, liberándonos del pecado y hacernos hijos del Padre, al renacer con dolores de parto del Espíritu.
    Hablar de Dios significa, ante todo tener claro qué debemos brindar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. No un Dios abstracto, no una hipótesis, sino un Dios concreto, un Dios que existe, que ha entrado en el tiempo y está presente en la historia, el Dios de Jesús como respuesta a la pregunta fundamental del por qué y cómo vivir. Hablar de Dios requiere una familiaridad con Jesús y su Evangelio, presupone un conocimiento nuestro personal y real de Dios y una gran pasión por su proyecto de salvación, sin ceder a la tentación del éxito, sino siguiendo el método de Dios mismo. Ese método de Jesús es el del Amor Humilde cual grano de mostaza. Se requiere no temer la humildad de los pequeños pasos y confiar en la levadura, que penetra en la masa y la hace crecer despacio y a su ritmo. Al hablar de Dios, es necesario recuperar la simplicidad, un retorno a lo esencial del anuncio; la Buena Nueva de un Dios que se acerca a nosotros en Jesucristo hasta la Cruz y que, en la Resurrección nos dona la esperanza y nos abre a una vida sin fin, la Vida del Espíritu.
    El mismo Dios, a través de Pablo, nos ofrece una lección que va directo al corazón de la fe, sobre cómo hablar de Él. Cuando los visité para anunciarles el Misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado. Por eso me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante. 1 Cor 2, 1-3 Ante todo es que Pablo no habla de una filosofía que él ha desarrollado, no habla de ideas que ha encontrado o inventado, habla de una realidad de su vida, habla del Crucificado y Resucitado que ha salido a su encuentro. Luego, es que no habla de sí mismo ni se busca a sí mismo, no quiere crearse un grupo de fans o admiradores ni entrar en la historia como cabeza de una escuela de grandes conocimientos. Pablo anuncia a Cristo y quiere ganar personas para Él. Pablo habla con el único anhelo de anunciar que Jesús salió a su encuentro en Damasco.
    Hablar de Dios quiere decir dar espacio a ese Jesús que nos lo hace conocer, que nos revela los Tres Rostros del Amor. Significa expropiar nuestro propio yo, ofreciéndoselo al Trino Dios, conscientes de que no somos nosotros los que podemos ganar a otros para Dios, sino que debemos esperarlos de parte del mismo Dios, presentándoselos a Él. El hablar de Dios nace de nuestra obediencia de la fe, de nuestro conocimiento de Dios que se realiza por la familiaridad con la vida de oración, lectura y trabajo según sus mandamientos, lámparas que iluminan nuestros pasos.
    Comunicar la fe para Pablo, no quiere decir atraer a sí mismo, sino anunciar de manera abierta y pública lo que ha visto y oído en su encuentro con Cristo, lo que él ha experimentado en su vida al transformarse por aquel encuentro. Es llevar a ese Jesús, que siente en sí mismo y se ha convertido en el verdadero sentido de su vida, para que quede claro a todos que sólo Cristo es necesario para el mundo y decisivo a la libertad y liberación de cada hombre. 
    Para hablar de Dios, tenemos que dejarle espacio en la esperanza de que es Él quien actuará en nuestra debilidad, dejar espacio sin miedo, con sencillez y alegría, en la convicción de que cuanto más pongamos en medio al Resucitado, y nos borremos a nosotros, más nuestra comunicación será fructífera. Los cristianos; pero más los diáconos, presbíteros y obispos; somos transparentes del Mesías. Desaparecer amando es nuestro sino, para que la Trinidad entre en el centrum centri de nuestros prójimos.
    Hablemos como Jesús de su Padre y de su Reino, con los ojos llenos de empatía por los gozos y las dificultades de la existencia humana, sin derrotismos ni triunfalismos fabulosos, con gran realismo y comparaciones sacadas de nuestro mundo actual a explicar en el Espíritu Santo. Puede que en los Areópagos de hoy sólo algunos abracen la fe con Dionisio y Dámaris. Rápido, partamos enseguida hacia Corinto y sigamos hablando, allí Jesús ya tiene preparado un pueblo numeroso con las puertas de la fe abiertas de par en par. Hech 18, 1-11

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