jueves, 1 de marzo de 2012


76. La adoración de la Trinidad, no a la egolatría y a la soberbia satánica: Lc 4, 5-8

   
     El demonio le dijo, te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, si te postras proskynéseis, adorar, inclinarse delante de mí. Pero Jesús le respondió, está escrito, adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto, latreúseis, servicio, culto, adoración. Satanás le promete a Jesús una cierta felicidad, falsa y pasajera; de poder, riqueza y fama; si se postra ante él y lo adora. Es la tentación más tenebrosa y perpetua de todo ser humano, con-vertirse hacia el substrato más sombrío y en tinieblas de su ser, para separarse de Dios y quedar aislados de la Totalidad que nos da la plenitud del Espíritu Santo, el ser hijos en el Hijo de Dios, y en seguir los proyectos del Padre escritos en la Biblia. En este caso, el primer mandamiento, con su prólogo liberador, Yo, el Señor, soy tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de la esclavitud; y su camino de libertad en Dios, no habrá otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna, ni te postrarás ante ellas ni jamás les darás culto.
    La oración es la Vida de un corazón nuevo, necesitamos vivir en la verdad del amor en todo momento. Nosotros, sin embargo, por nuestra concupiscencia desordenada hacia las creaturas, en vez del recto deseo de las creaturas en el Creador, olvidamos dónde está nuestra Vida, Verdad y Amor, nuestro Todo. El Olvido de Dios es el vicio capital de todos los vicios capitales, es la duda y soberbia satánica que prefiere mi egolatría a las Tres Personas de Dios. De ahí la Memoria Dei o Mneme Theoû de los primeros monjes del desierto. Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar. Gregorio Nacianceno Por eso la oración, que es un don de la gracia y una respuesta decidida de nuestra parte, que también es gracia y no técnica humana, supone esfuerzo, combate contra nosotros mismos y el demonio padre de la mentira, Jn 8, 44 que tienden a separarnos de la oración, de la unión con la Fuente de Agua Viva. Ser cisternas agrietadas, y tierras áridas condenadas a la muerte, en vez de ciervas sedientas que buscan las corrientes de agua, suspirando por contemplar los Rostros de Dios. Sal 42 Jesús, el Único Acuario, grita en la Fiesta de la Chozas, el que tenga sed, venga a mí; y beba el que tiene fe en mí. De su seno brotarán manantiales de Agua Viva. El Espíritu que recibimos los que creemos en Él. Jn 7, 37-39
    Estamos aquí ante un toque de atención que nos ha dado el Magisterio en la Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, de 1989; y Jesucristo, Portador de Agua Viva. Una reflexión cristiana sobre la Nueva Era, de 2003. Según la New Age cada era astrológica, de unos 2146 años, recibe el nombre de uno de los signos del zodiaco. Pero esas eras siguen un orden inverso, de modo que la actual Era de Piscis está a punto de acabar o acabó, y se está instaurando la Era de Acuario. Cada Era tiene sus propias energías cósmicas, la de Piscis ha hecho de ella una era de guerras y conflictos. Pero Acuario está destinada a ser una era de armonía, justicia, paz y unidad. En este sentido, la Nueva Era acepta el carácter inevitable de la historia. En Aries está la era de la religión judía, en Piscis la del cristianismo y en Acuario la de una religión universal que trasciende y une a todas. Mucha terminología de la Nueva Era es común con la utilizada por el cristianismo, pero tiene significados diferentes, hay que prestar atención no a los nombres sino a los significados y contenidos.
    La Nueva Era implica una creencia fundamental en la perfectibilidad de la persona humana mediante una amplia variedad de técnicas y terapias, en contraposición con la idea cristiana de cooperación con la gracia o acción divina habitual o actual. En este contexto, la perfección significa alcanzar la propia realización según un orden de valores que nosotros mismos creamos y que alcanzamos por nuestras propias fuerzas, de ahí que tengamos un yo autocreador. Para los cristianos, la vida espiritual consiste en una relación con Dios que se va haciendo cada vez más profunda con el concurso divino, en un proceso que ilumina también la relación con nuestros hermanos y las cosas. Para la Nueva Era, significa percibir estados de conciencia dominados  por un sentido de armonía y fusión con el Todo.
    Así, mística no se refiere a un encuentro con el Dios Otro Absoluto y Trascendente que nos amó primero, sino a la experiencia provocada por un volverse sobre mí mismo, un sentimiento exaltante de estar en comunión con el universo, de dejar que la propia individualidad se hunda en el gran océano del bienestar. Las técnicas científicas verdaderas o erradas; dietas, drogas, canalización, constelación, conexión con energías o maestros elevados, yoga tántrico; que se ofrecen en este sistema inmanentista, carente del concepto de un Dios Tripersonal, proceden desde abajo. Implican un descenso peligroso hasta las profundidades de la propia psiquis, constituyen una empresa humana por parte de la persona que busca elevarse hasta la divinidad mediante sus esfuerzos. Es un ascenso del nivel de conciencia hasta lo que se entiende como una percepción liberadora de mi dios interior. No todos tienen acceso a tales supertécnicas, sus beneficios quedan restringidos a una aristocracia espiritual privilegiada.
    Por el contrario, el elemento esencial de la fe cristiana es que Dios se abaja hacia sus criaturas, a los más humildes, a los más débiles y menos agraciados según los criterios del mundo. Hay algunos caminos espirituales que conviene aprender, pero Dios es capaz de soslayarlos e incluso de prescindir de ellos. Para un cristiano su modo de acercarse a Dios no se fundamenta en una técnica manipuladora de lo divino. Eso iría en contra del espíritu de infancia exigido por el Evangelio. La auténtica mística cristiana nada tiene que ver con la técnica, es siempre un regalo inmerecido de Dios, cuyo beneficiario se siente indigno. Para los cristianos, la conversión consiste en retornar, shuv al Padre, por medio del Hijo, dóciles al poder del Espíritu. Cuanto más se avanza en la relación con Dios, que es siempre y en todos los casos un don gratuito, más aguda es la necesidad de convertirse del pecado, de la miopía espiritual y de la autocomplacencia, cosas todas que impiden un abandono confiado de sí en Dios y una apertura a los demás. H. Urs von Balthasar, La oración contemplativa. J. Melloni, El Cristo interior. R.A. Pai, Orar es sencillo
    Todos los métodos auténticos de meditación necesitan purificarse de la presunción y ostentación. La oración cristiana no es un ejercicio de contemplación de sí mismo o quietud narcisista, sino un diálogo y abrazo de amor, que implica conversión, un éxodo del yo del hombre hacia el Nosotros de Dios. Conduce a un sometimiento a su Voluntad, mediante el cual se nos invita a una solidaridad profunda y auténtica con nuestros hermanos y el universo. La New Age toma mucho del gnosticismo, el panteísmo y el pelagianismo. Y este es un punto de contraste entre la Nueva Era y el cristianismo. En la literatura New Age abunda la convicción de que no existe un ser divino ahí afuera o que sea de alguna manera distinto del resto de la realidad. Es una creencia en el dios interior que ya está en mí. Desde la perspectiva de la Nueva Era, nuestro problema consiste en la incapacidad de reconocer nuestra propia divinidad, incapacidad que puede superarse con ayuda de un guía y usando toda una serie de técnicas para liberar nuestro potencial divino escondido. La idea fundamental es que Dios se encuentra en el fondo de nuestro interior. Somos dioses y descubrimos el poder ilimitado que hay dentro de nosotros despojándonos de las capas de inautenticidad. Cuanto más se reconoce este potencial, más se realiza. En este sentido la Nueva Era tiene su propia idea de la Théosis, divinización o unión transformante en la Trinidad. Se debe pasar de un Dios externo a un dios fuerza dinámica y creativa, que se halla en el centro mismo de todo ser, dios como espíritu que es mi espíritu. Se mezcla al Creador con la creatura.
    En Adversus Haereses, san Ireneo de Lyon, 130-200 se refiere a Cristo, que, por medio de su Amor kenótico, se convirtió en lo que somos, para poder llevarnos a ser lo que Él Es, Yahvehho ôn, egó eimi, por Gracia participativa, que nunca iguala al ser humano finito con el Dios Infinito. Aquí la Théosis, el modo cristiano de entender la divinización, no se realiza en virtud de nuestros esfuerzos, sino con la energía de la Gracia, que actúa en y por medio de nosotros cual participación análoga en Dios. Esto implica una conciencia inicial de nuestras limitaciones y la ley de pecado por la humildad; todo lo contrario de la exaltación del yo. Además, se despliega como una introducción a la vida de la Trinidad, un caso perfecto de distinción y alteridad en el corazón mismo de la Unidad. Sinergía y no fusión. Todo esto acontece como resultado de un encuentro personal con el Resucitado. La vida en Él no es algo privado e individual, restringido sólo al ámbito de un nuevo nivel de conciencia. Implica una transfiguración de nuestro cuerpo y nuestra psicología mediante la entrada preferencial en la Palabra, la Liturgia y el Servicio de Jesús y de su Iglesia para el Mundo y su Reino en comunión con todos los ángeles y santos.
    La oración no puede valorarse por el conocimiento gnóstico ni por la experiencia de bienestar con lo divino, como propone la New Age restaurando el mesalianismo. La unión del orante con la Trinidad tiene lugar en el Misterio, en particular por medio de los sacramentos y el Supremo que es la Eucaristía, Mysterium fidei. Esta unión puede realizarse a través de experiencias de aflicción y desolación, que no son signos, en exclusiva, de que el Espíritu nos ha abandonado. Pueden ser en cambio una auténtica comunión con el abandono y sufrimiento de Jesús en su vida pública, en Getsemaní y en la Cruz.
    Contemplar es adorar, reconocer mi nada y a Dios como mi Creador y Redentor. Besar a la Trinidad, ad-orem, igual que María. Volver en la Energía Infinita del Espíritu; por la encarnación, vida, muerte y resurrección del Verbo, al Hogar del Padre. Decirle no al egocentrismo y a la soberbia demoníaca, y entrar en Alianza de Libertad con las Ashéret Hadebarim, las Diez Palabras del Agua Viva que es la Ley del Espíritu que da la Vida, y nos ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Rom 8, 2

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