147. Los estudios en el monacato: Jn
1, 1-5 y 21, 24-25
En el Principio ya existía el Logos, y el
Logos se dirigía hacia Dios y lo que Dios era también lo era el Logos. Ya en el principio él se dirigía hacia Dios. Todo fue hecho por él, y sin él no se hizo
nada de cuanto fue hecho. Jesús hizo muchas otras cosas, si se las escribiera una por una, pienso que ni todo
el cosmos bastaría para contener los libros que se escribirían. Biblía Juan empieza con el Silencio del Padre donde
está el Verbo por quien todo fue creado, y termina con una Biblioteca infinita donde
está escrito todo lo que hizo Jesús, para ser leído en el Espíritu.
La actitud del monacato ante la relación de
la mística del Orar Leer Trabajar; la Liturgia, la Lectio, la Labor, y el estudio ya desde los inicios del
monacato, con enormes desavenencias y complementariedades entre doctos y
rústicos; ha sido muy dispar y lo sigue siendo. El recordado monje benedictino Jean Leclercq dio en San
Anselmo de Roma, en el invierno 1955-1956, una serie de clases que se
transformaron en L’amour des Lettres et
le désir de Dieu, uno de los libros de mayor influencia en mi vivencia
monástica. Un Ensayo que sigue siendo actual, y se hace más álgido y
controvertido ante los desafíos de la formación inicial y permanente en el S
XXI.
Dejando de lado los talentos e
inclinaciones personales, que se deben respetar; siempre habrá monjas y monjes
a quienes les gusta estudiar y otros que prefieren sólo lo necesario y hasta
casi nada; vayamos al planteo de fondo. La cultura monástica se constituyó por
grupos pequeños, apoyados por otros con diferentes servicios, que en sus monasterios,
influenciados por el medio ambiente, se dedicaron con entusiasmo a los estudios
sagrados y profanos, integrándolos en el culto y las artes, con un marcado
sentido apocalíptico y espiritual.
En lo relativo a los estudios sagrados,
Biblia, Tradición Patrística y Magisterio, junto a las consideraciones de las
monjas y monjes teólogos o místicos; hay un consenso, estos estudios no pueden ser
soslayados, con mayor o menor intensidad, por nadie. Muchos le agregaron algo de
humanismo y filosofía clásica. El monje se injerta en una tradición de siglos y milenios.
El théatron humano y monástico
comenzó antes de que él entrara en escena y pronto tendrá que dejar el escenario con su muerte. Deberá aprender la partitura en la fugacidad del antes y después de su profesión solemne, ya que nuestros años se acaban como un suspiro, pasan pronto y nos vamos. Sal 90
La cuestión cambia si pasamos a las
filosofías, ciencias y artes, o como se llamaban estudios liberales. Unos estaban impregnados de ellas y las tenían
en gran estima, otros poseían un conocimiento superficial o sentían abierta
aversión; pues Séneca o Cicerón podía sacarlos de la amistad con Cristo. Por
desgracia no faltaron ignorantes que llegaron a quemar joyas de la literatura
universal, o las relegaron al Index de
los libros prohibidos, donde se disolvían en descuido y humedad. No
obstante, el consenso fue que, a veces con dificultades, los pequeños grupos
que deseaban seguir uniendo fe y razón, Verbo en el seno del Padre; con su
encartación en lenguaje hecho innumerables libros repletos de Semillas del Verbo, lógois o verbos de
la Theoría fysiké, contemplación de
la creación; eran venerados cual maestros, o tolerados en sus estrambóticas
investigaciones; como hoy pasa con la Informática, desconfianza o auténtica
admiración con discernimiento.
La vida bucólica del
monje campesino arando el campo en un amanecer de película; o de la monja detrás
de bellos borregos pastoreando por el paraíso perdido, ambos despreocupados del
mundo, atrae a algunos. Y no está mal, quitado lo irreal del idealismo. He trabajado años en el campo y en los bosques abriendo la tierra con las manos congeladas entre la nieve y reforestando con las manos llagadas entre las lluvias de otoño y el sol calcinante del verano. He sentido el vértigo de catalogar miles de documentos, libros y CD's; y el parto que implica escribir. Todo trabajo pide vencer gigantescas resistencias y penetrar en el Misterio Pascual del sufrimiento y la alegría en Cristo. Todos tenemos la misma dignidad, cualquiera sea nuestro servicio. Necesitamos
de lo agropecuario y forestal si, allí donde vivimos, es todavía posible. Lástima que ciertos
agricultores, ganaderos y encargados de bosques teman a la monja estudiosa que corre peligro de perder
su vocación entre los libros; cual si el cuidado de milpas, puercos y pinos la
asegurara.
Lo concreto es que hoy es imposible que un
monasterio funcione sin sabios que nos enseñen, prudentes que nos gobiernen,
santos que oren por nosotros, trabajadores que nos mantengan y cualquier otra
clase de profesionistas especializados que nos configuren con ciencia arte y
fe, a Jesús en el Tabor y en su Ascensión. Sin intelectuales educadores y
formadores de la Transfiguración monástica
con una visión integral del mundo, y sin investigadores que pongan en práctica
una actualizada Ratio Institutionis et
Studiorum en la nueva cultura globalocalizada en que ya existimos; la vida
monástica se amustia o desaparece. Terminemos con los enfrentamientos de los
monjes del desierto enemigos de la filosofía griega con Evagrio Póntico en el S
IV, los de Bernardo con Abelardo en el S XII, y los de Mabillon, Traité des études monastiques, 1691 con De Rancé, Réponse en
el S XVII. Inclúyanse en paz los rústicos y los doctos, ambos nos necesitamos y
formamos parte orgánica de un Todo armónico.
Y para no entristecer a los débiles con
exageraciones o hipérboles pedagógicas, tan amadas por nuestros Padres y Madres
monásticos, concluyamos con el humor medieval ante el monje que no quiere saber
nada de la Biblioteca infinita. Dice el
abad, hijo mío, inclina tu cabeza al estudio. Dice el diablo, no la inclinará jamás
si no rompe mis ligaduras de la dejadez. Responde el abad, Santo Dios, haz que no
perezca este profeso y líbralo de las ataduras diabólicas de la desidia.
Declara Dios, libero ya al cautivo y se enamorará del estudio, pero a ti te
tocará formar a este monje negligente en la adquisición de la Verdad de su
vocación monástica. Concluye el monje, que me corten la cabeza antes que
doblarla otra vez ante el esnobismo de más y más libros.
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