jueves, 3 de enero de 2013


144. Diálogo y Anuncio para sumergirnos en la Vida: Mc 1, 14-15



    Cuando comenzó su ministerio Jesús tenía unos 37 años; y después que Juan fue arrestado se dirigió a Galilea donde anunciaba, kerigma el Evangelio de Dios, diciendo, el tiempo, kairós ha llegado a su plenitud, pléroma. El Reino de Dios está cerca. Conviértanse, metánoia y crean en la Buena Noticia. Podemos decir que en su vida oculta Cristo dialogó; y en su vida pública anunció la conversión al Amor de la Trinidad, los hermanos y el cosmos. Nos hace bien distinguir estas dos dimensiones.
    Hay tres sectores dialógicos en los cuales la Iglesia debe estar presente para servir a la persona humana. El diálogo con los Estados; con la sociedad, las culturas y las ciencias; y el diálogo con las religiones. En estos diálogos, la Iglesia habla desde la luz que le ofrece la razón y la fe, y encarna la memoria de la humanidad, que desde los comienzos y en el transcurso de los tiempos es memorial de sus alegrías y sufrimientos en los que la Iglesia ha aprendido lo que significa ser hombres con sus grandezas y debilidades, sus posibilidades e infructuosidades. La cultura de lo humano, de la que se hace valedora, ha nacido y se ha desarrollado a partir del encuentro entre la revelación de Dios y la existencia humana. La Iglesia representa la memoria de ser hombres ante una cultura del olvido. Pues como una persona sin memoria pierde su identidad, lo mismo le pasa a la humanidad. En el diálogo con el Estado y la sociedad, la Iglesia no tiene soluciones ya hechas para cada uno de los problemas. Trata junto con otras fuerzas sociales, culturales y científicas, de buscar las respuestas que se adapten mejor a la medida correcta del ser humano. Lo que ella ha reconocido como valores fundamentales, constitutivos y no negociables del ser humano, hará lo posible para crear la convicción de que se puedan concretar después en la política, que respete la opción por los constructores de una sociedad libre y pluriforme.
    El diálogo entre las religiones es una condición necesaria para enriquecernos los unos a los otros, y para la paz en el mundo y, por tanto, es un deber para los católicos y para las otras religiones. Será en primer lugar un diálogo sobre la vida plena en coparticipación. En él no se tocan temas de la fe, de Cristo, la Biblia o su Iglesia, sino de los problemas concretos de la convivencia y de la responsabilidad común respecto a la sociedad, al Estado y al sistema solar. En esto hay que aprender a aceptar al otro en su diferente modo de ser y pensar, y amarlo tal cual es, no como una proyección de nuestro ego sino de Dios. Para ello, es necesario establecer como criterio de fondo la responsabilidad común ante la justicia, el desarrollo sustentable y la paz; que se convierte en un debate ético sobre la verdad y el ser humano en este planeta, quien sólo puede existir si experimenta el gozo de ser amado y amar sin condiciones. La mayor pobreza que podemos sufrir es la de no ser  amados, y mucho más la de no poseer la Gracia del Amor Increado.
    Hay dos caminos esenciales para el diálogo interreligioso. El diálogo no se dirige a la conversión de nadie sino a la comprensión de todos. En esto se distingue del anuncio, la evangelización y la misión. Ambas partes en coloquio permanecen conscientes en su propia identidad, que no ponen en cuestión durante el diálogo. Pero tratar de conocer y comprender implica siempre un deseo de acercarse a la verdad. De este modo, ambos avanzan y están en camino hacia modos de compartir más amplios, que se fundan en la unidad de la Única Verdad. Por lo que se refiere a permanecer fiel a su propia identidad, sería demasiado poco que el cristiano, al decidir mantener su identidad, interrumpiese por propia cuenta el camino hacia la verdad total. El católico tiene una certeza de fondo de que puede adentrarse con tranquilidad en la inmensidad de la Verdad sin ningún temor por su identidad cristiana. No somos nosotros quienes poseemos la verdad, sino la Verdad que nos posee a nosotros. Cristo, la Verdad, nos ha tomado de la mano y nos mantiene libres, seguros y sin miedos, en el interminable camino de nuestra búsqueda apasionada del conocimiento del Catolicismo y de las demás Religiones.
     El anuncio o evangelización, tiene cual elemento clave la proclamación  del kerigma, del Reino de Cristo a los pobres de Espíritu. Jesús que en su Misterio Pascual nos sumerge, y sumerge Todo, en la Trinidad. La palabra del anuncio es eficaz allí donde el hombre en su fragilidad posee docilidad y docibilidad para escuchar y ser enseñado por Dios. Donde está en búsqueda hacia el Resucitado quien sale a su encuentro, y así convertirse, poseer la mente de Jesús viviendo en comunión con todos y emprendiendo cual discípulo la misión que desde la Eternidad Cristo tiene para él. La Iglesia ampliará el kerigma con catequesis y mistagogía.
    La distinción entre diálogo y evangelización nos libra a los católicos de caer en la trampa de actuar cual exacerbados fundamentalistas queriendo convertir al catolicismo a cualquiera que se les cruce por delante; o peor de no anunciar el Evangelio a los que en todas las naciones buscan al Mesías con ardor. Los procesos de cada persona son diferentes y es a ella a la que buscamos servir con inmejorable respeto. Si cerramos los ojos ante la realidad de que sólo somos el 17 % de la humanidad; y que hasta el Vaticano tiene su lugar para las otras religiones culturas y ateos; junto a los millones de abandonados, ignorados y excluidos en sus miserias y sufrimientos, seguiremos en la cultura del olvido y de la muerte en vez de dialogar y anunciar la cultura de la memoria y de la Vida en abundancia sin medida.

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