144. Diálogo y Anuncio para sumergirnos en la Vida: Mc 1, 14-15
Cuando
comenzó su ministerio Jesús tenía unos 37 años; y después que Juan fue
arrestado se dirigió a Galilea donde anunciaba, kerigma el Evangelio de Dios,
diciendo, el tiempo, kairós ha llegado a su plenitud, pléroma.
El Reino de Dios está cerca. Conviértanse, metánoia y crean en la Buena
Noticia. Podemos decir que en su vida oculta Cristo dialogó; y en su vida pública anunció
la conversión al Amor de la Trinidad, los hermanos y el cosmos. Nos hace bien
distinguir estas dos dimensiones.
Hay tres sectores dialógicos en los cuales
la Iglesia debe estar presente para servir a la persona humana. El diálogo con los
Estados; con la sociedad, las culturas y las ciencias; y el diálogo con las
religiones. En estos diálogos, la Iglesia habla desde la luz que le ofrece la
razón y la fe, y encarna la memoria de la humanidad, que desde los comienzos y
en el transcurso de los tiempos es memorial
de sus alegrías y sufrimientos en los que la Iglesia ha aprendido lo que significa
ser hombres con sus grandezas y debilidades, sus posibilidades e
infructuosidades. La cultura de lo humano, de la que se hace valedora, ha
nacido y se ha desarrollado a partir del encuentro entre la revelación de Dios
y la existencia humana. La Iglesia representa la memoria de ser hombres ante una cultura del olvido. Pues como una persona sin memoria pierde su
identidad, lo mismo le pasa a la humanidad. En el diálogo con el Estado y la
sociedad, la Iglesia no tiene soluciones ya hechas para cada uno de los
problemas. Trata junto con otras fuerzas sociales, culturales y científicas, de
buscar las respuestas que se adapten mejor a la medida correcta del ser humano.
Lo que ella ha reconocido como valores fundamentales, constitutivos y no
negociables del ser humano, hará lo posible para crear la convicción de que se
puedan concretar después en la política, que respete la opción por los constructores
de una sociedad libre y pluriforme.
El
diálogo entre las religiones es una condición necesaria para enriquecernos los
unos a los otros, y para la paz en el mundo y, por tanto, es un deber para los
católicos y para las otras religiones. Será en primer lugar un diálogo sobre la
vida plena en coparticipación. En él no se tocan temas de la fe, de Cristo, la
Biblia o su Iglesia, sino de los problemas concretos de la convivencia y de la
responsabilidad común respecto a la sociedad, al Estado y al sistema solar. En
esto hay que aprender a aceptar al otro en su diferente modo de ser y pensar, y
amarlo tal cual es, no como una proyección de nuestro ego sino de Dios. Para
ello, es necesario establecer como criterio de fondo la responsabilidad común
ante la justicia, el desarrollo sustentable y la paz; que se convierte en un
debate ético sobre la verdad y el ser humano en este planeta, quien sólo puede
existir si experimenta el gozo de ser amado y amar sin condiciones. La mayor pobreza que podemos sufrir es la de no ser amados, y mucho más la de no poseer la Gracia del Amor Increado.
Hay
dos caminos esenciales para el diálogo interreligioso. El diálogo no se dirige a la conversión de nadie sino a
la comprensión de todos. En esto se distingue del anuncio, la
evangelización y la misión. Ambas partes en coloquio permanecen conscientes en
su propia identidad, que no ponen en cuestión durante el diálogo. Pero tratar de
conocer y comprender implica siempre un deseo de acercarse a la verdad. De este
modo, ambos avanzan y están en camino hacia modos de compartir más amplios, que
se fundan en la unidad de la Única Verdad. Por lo que se refiere a permanecer
fiel a su propia identidad, sería demasiado poco que el cristiano, al decidir
mantener su identidad, interrumpiese por propia cuenta el camino hacia la verdad
total. El católico tiene una certeza de fondo de que puede adentrarse con
tranquilidad en la inmensidad de la Verdad sin ningún temor por su identidad
cristiana. No somos nosotros quienes poseemos la verdad, sino la Verdad que nos
posee a nosotros. Cristo, la Verdad, nos ha tomado de la mano y nos mantiene
libres, seguros y sin miedos, en el interminable camino de nuestra búsqueda apasionada
del conocimiento del Catolicismo y de las demás Religiones.
El
anuncio o evangelización, tiene cual elemento clave la proclamación del kerigma,
del Reino de Cristo a los pobres de Espíritu. Jesús que en su Misterio Pascual nos sumerge, y sumerge
Todo, en la Trinidad. La palabra del anuncio es eficaz allí donde el hombre en
su fragilidad posee docilidad y docibilidad para escuchar y ser enseñado por Dios.
Donde está en búsqueda hacia el Resucitado quien sale a su encuentro, y así
convertirse, poseer la mente de Jesús viviendo en comunión con todos y emprendiendo cual
discípulo la misión que desde la Eternidad Cristo tiene para él. La Iglesia
ampliará el kerigma con catequesis y mistagogía.
La distinción entre diálogo y
evangelización nos libra a los católicos de caer en la trampa de actuar cual exacerbados
fundamentalistas queriendo convertir al catolicismo a cualquiera que se les
cruce por delante; o peor de no anunciar el Evangelio a los que en todas las naciones buscan al Mesías con ardor. Los procesos de cada
persona son diferentes y es a ella a la que buscamos servir con inmejorable respeto. Si cerramos los
ojos ante la realidad de que sólo somos el 17 % de la humanidad; y que hasta el
Vaticano tiene su lugar para las otras religiones culturas y ateos; junto a los
millones de abandonados, ignorados y excluidos en sus miserias y sufrimientos,
seguiremos en la cultura del olvido y de
la muerte en vez de dialogar y
anunciar la cultura de la memoria y
de la Vida en abundancia sin medida.
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