127. El
Pozo de Agua Viva que convierte la desertificación espiritual en Jardín: Jn 4, 1-42
Jesús le dijo a la samaritana, quien beba del agua que yo
le daré nunca más volverá a tener sed. No
hay ser humano que en su vida, igual que la mujer de Samaría, no se encuentre
junto a un pozo con un cántaro vacío, con la esperanza de saciar el deseo más
profundo de su corazón, aquel que sólo puede dar significado pleno a su
existencia. Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del hombre en esta
desertificación espiritual por la que
pasamos. Debemos discernir para evitar aguas contaminadas, distinguir verdad y
error. Es urgente buscar bien, para no caer en ilusiones que puedan llevarnos
al atarantamiento, a la extorsión del Espíritu donde se da esto a cambio de
aquello, a una kermesse timbera de intermitentes desengaños.
Como Jesús, en el pozo de Sicar, el Mensaje al Pueblo de Dios del Sínodo
para la Nueva Evangelización siente el impulso de sentarse junto a los hombres
y mujeres de nuestro tiempo, para hacer presente a la Fuente de Agua Viva en su
caminar, de modo que puedan encontrarlo, porque sólo su Espíritu del Padre, es
el Agua Infinita que da la Vida la Verdad y el Amor. Sólo Jesús es capaz de
leer hasta lo más profundo de nuestro corazón y desvelarnos el Misterio de
nuestra más profunda identidad en comunión con los Tres.
Me ha
dicho todo lo que he hecho, cuenta la mujer a sus vecinos. A la que une el
interrogante que abre a la fe, puede que
Él sea el Cristo, y entonces los
habitantes de Sicar salieron al encuentro de Jesús. Se muestra bien que
quien ha recibido la vida nueva del contacto con Cristo, a su vez no puede
hacer menos que convertirse en anunciador de esperanza para los demás. La
pecadora convertida se convierte en mensajera de salvación y conduce a toda la
ciudad hacia Jesús. De la acogida del testimonio la gente pasa a la experiencia
del encuentro. Ya no creemos por lo que
tú has dicho, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es el Salvador del
mundo.
Subrayemos tres líneas que han surgido del
Sínodo. La primera corresponde a los sacramentos de la iniciación cristiana. Se
ha reafirmado la necesidad de acompañar con una catequesis adecuada la
preparación al Bautismo, a la Confirmación y a la Eucaristía. También se ha reiterado
la importancia de la Penitencia. La llamada del Señor a la santidad, dirigida a
todos los cristianos, pasa a través de este itinerario sacramental de
conversión. Los verdaderos protagonistas de la nueva evangelización son los
santos, ellos hablan con el ejemplo de la vida y con obras inesperadas.
En segundo lugar, la nueva evangelización
está conectada con la misión ad gentes.
La Iglesia tiene la tarea de evangelizar, de anunciar el Mensaje de salvación a
los hombres que aún no conocen a Jesucristo. Existen muchos lugares en África,
Asía y Oceanía en donde los habitantes, a veces sin ser del todo conscientes,
esperan con gran expectativa el primer anuncio del Evangelio. Por tanto es
necesario rezar al Espíritu Santo para que suscite en la Iglesia un renovado
dinamismo misionero, cuyos protagonistas sean de modo especial los agentes
pastorales y los fieles laicos.
Un tercer aspecto son las personas
bautizadas pero que no viven las exigencias del bautismo. Durante los trabajos
sinodales se ha puesto de manifiesto que estas personas se encuentran en todos
los continentes, especialmente en los países más secularizados. Merecen una
atención particular para que encuentren de nuevo al Mesías, redescubran el gozo
de la fe, y regresen a las prácticas religiosas en la comunidad de los fieles.
Además de los métodos pastorales tradicionales se intentarán métodos nuevos con
gran creatividad.
El Misterio del Reino en la Iglesia no depende, en exclusiva, de las estadísticas, pero éstas son un elemento importante que siempre debe ser tenido en cuenta. Los católicos somos mil millones doscientos mil, el 17 % de la población mundial. Los obispos son 5.100, los presbíteros 412.000, los diáconos permanentes 40.000. Los religiosos 55.000, las religiosas 722.000. Los hombres en las Institutos seculares 750, las mujeres 26.000. Los misioneros laicos 340.000 y los catequistas 3 millones. O sea los clérigos somos 457.100, los consagrados 803.750, y juntos 1.260.850. Nada casi en comparación con los mil millones docientos mil católicos laicos. Si los laicos no despiertan estará en riesgo la nueva evangelización.
El Misterio del Reino en la Iglesia no depende, en exclusiva, de las estadísticas, pero éstas son un elemento importante que siempre debe ser tenido en cuenta. Los católicos somos mil millones doscientos mil, el 17 % de la población mundial. Los obispos son 5.100, los presbíteros 412.000, los diáconos permanentes 40.000. Los religiosos 55.000, las religiosas 722.000. Los hombres en las Institutos seculares 750, las mujeres 26.000. Los misioneros laicos 340.000 y los catequistas 3 millones. O sea los clérigos somos 457.100, los consagrados 803.750, y juntos 1.260.850. Nada casi en comparación con los mil millones docientos mil católicos laicos. Si los laicos no despiertan estará en riesgo la nueva evangelización.
La misión de la Iglesia no se dirige a un
territorio en concreto, sino que sale al encuentro de los pliegues más oscuros
de nuestro corazón y del corazón de nuestros contemporáneos, para llevarlos al
encuentro con el Eterno Viviente, en Pléroma de Humanidad y Divinidad, presente
en su Iglesia. Las palabras de María, el primer ser humano en decirle Sí la Trinidad y en consecuencia Iglesia
original y prototípica, engrandece mi
alma al Señor, porque ha hecho en mí grandes cosas, Lc 1, 46-55 son también las nuestras. Dios ha hecho grandes cosas
por su Iglesia, a través de los siglos en las diversas naciones del mundo. No dejará
de mirar nuestra pobreza para desplegar la potencia de su brazo incluso en nuestros
días.
Este camino podrá parecer una ruta por un
desierto calcinado. Sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo
esencial, el Don de Dios que es el Padre de la Vida, la cercanía de Jesús con
la Verdad de su Palabra en la Biblia y el Pan eucarístico que nos alimenta, el
Amor de la Energía del Espíritu, la fraternidad de la comunión eclesial y la
clave del servicio mutuo. Es el Agua del Pozo
Trinitario la que hace florecer el desierto. En la noche del desierto las
estrellas se hacen más brillantes, así resplandece con más vigor María, la
Estrella que nos ayuda a dar a luz al Hombre Dios, el Único que puede llenar
nuestros cántaros vacíos de humanismo,
con cuidado de la salud física integral, madurez psicoafectiva, sanas
relaciones interpersonales, conciencia crítica del mundo actual; espiritualidad para copensar con Jesús
en medio; estudio sistemático teológico filosófico científico y artístico; y pastoral pronosticada y programada. Aparecida, 280
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