121. Hildegarda e
irradiación de la Gracia Divinizante en la Evangelización: Heb 5, 5-12
Porque el que santifica y los que son
santificados, tienen todos un mismo origen. Por eso el Hijo de Dios que es
también Hijo del Hombre, no se avergüenza de llamarnos sus hermanos. Hebreos
es una homilía, escrita por un judío helenista desde Roma por el año 80, que
exhorta a cristianos quienes luego del primer fervor de la conversión están
entrando en el desaliento y la confusión deletérea sobre cuál es el Camino
hacia el Padre, ese que nos conduce del mundo bajo la potestad del pecado, al
mundo bajo la Energía del Espíritu Santo, siguiendo al Sacerdote Jesús que, con
su misterio pascual de muerte y resurrección, nos hace santos, hágios
aterrenales, nos diviniza con la Vida de la Trinidad.
Éste
fue uno de los temas desarrollados por la Doctora de la Iglesia y Profetisa teutónica Santa
Hildegarda de Bingen, 1098-1179 quien desde
la Luz del Transcosmos, el microcosmos y el cosmos, veía el desastre del pecado
abatirse sobre la Iglesia y el mundo, destinados en cambio a la Transfiguración
por la Gracia. En su libro Scivias, Conoce los caminos, escrito en 1141 con
palabras en prosa y poesía, arquitectura, pinturas, música canto, herbología y
medicina; dentro de una visión holística de la teología
monástica; dedica seis visiones al Creador y la creación; siete visiones al
Redentor y la redención; y trece visiones al Glorificador y el Paso del hombre
viejo al Hombre Nuevo, por pura fe en la Gracia.
No bromeando, jugando con Cristo, queriendo
acercarnos a Él sin el esfuerzo de nuestra alma y pensamiento, negándonos a
meditar qué debemos hacer. Invocándolo y velando para que nuestro cuerpo
obedezca al Espíritu. Al contrario, emprendemos el camino de la santidad como
en una ensoñación de ilusiones y engaños, negándonos a considerar quiénes somos,
qué debemos hacer, y quién nos ha creado. Y en vez de buscar los proyectos de
Dios, sólo anhelamos cumplir nuestros propios deseos. Porque en nosotros hay
dos llamadas, el anhelo del Fruto de la Vida y el apetito del vacío demoníaco.
Por el anhelo del Fruto somos llamados a la Vida, por el apetito del vacío, a
la muerte. Por el anhelo del Fruto, deseamos realizar el bien, luchamos contra
el mal y fructificamos. Por el apetito del vacío, cometemos el mal haciendo lo
que nos place, una plétora de iniquidades. En vez de fundamentarnos en la
Trinidad y sus virtudes, caemos en los vicios de la seducción diabólica.
Como para san Bernardo Gracia y libre arbitrio para
Hildegarda, todo
pensamiento bueno, todo consentimiento a la acción del Espíritu, y toda obra virtuosa proceden de Dios. Pero no se dan sin nosotros, ya que Dios es el Autor de la divinización, y la libertad es pura capacidad de salvación. El consentir nos salva. Consentir al influjo de la
Gracia es justificación y bienaventuranza, disentir es pecado e infelicidad. Si se suprime el
libre albedrío no hay nadie a quien salvar, y si se quita la Gracia no habrá
con qué salvar.
Tú
que quieres emprender el camino de la santidad, dice Dios, enséñame el campo de
tu alma con gran humildad y ora así. Padre, ayúdame, no tengo fuerzas para
combatir mis debilidades, soy un árbol concebido y nacido en el pecado. Dame tu
Agua Viva para extinguir la llama de mi concupiscencia. Así exultaré en Ti, yo
que soy pútrida ceniza y me complazco en las tinieblas en vez de tu Luz.
Entonces, dice Dios, sembraré en ese humilde campo tuyo, las rosas y los lirios
y todas la incomparables hierbas aromáticas de las virtudes. No dejaré de
regarlo sin cesar con la inspiración del Espíritu Santo. Lo desbrozaré, le
arrancaré la cizaña del mal para que se apaciente mi mirada en el verdor y
florecer de ese tu campo incorrupto. Pues esta obra es mía, no tuya, por Mí se
realiza y no por ti. Mía y no tuya es esta Gracia. Lleva mi cruz para vencer tu
pecado, y Yo la compartiré contigo.
La nueva evangelización está orientada
a personas que estando bautizadas, se han alejado de la Iglesia, y casi no
practican la fe cristiana; para favorecer en ellas un nuevo encuentro
con Cristo, el único que llena de significado y de paz nuestra
existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de Gracia que
trae alegría y esperanza a la vida personal, familiar y social. Esta
orientación particular no debe disminuir el impulso misionero, ni la actividad ordinaria de evangelización según Aparecida en nuestras comunidades eclesiales. En efecto, los tres aspectos de la única realidad de la
evangelización se completan y fecundan unos a otros.
En particular, la unión del hombre y la mujer, su ser una
sola carne en el amor fecundo e indisoluble, es un signo que habla de Dios con
una elocuencia que en nuestros días es muy necesaria, dado que en algunos países de hace siglos evangelizados, atraviesa una profunda crisis. Y no es casual. El
matrimonio está unido a la fe como unión de amor fiel e indisoluble. Se funda
en la Gracia que viene del Dios Uno y Trino, que en Cristo nos ha amado con un
amor fiel hasta dar la Vida por su Esposa, la Iglesia, en la Cruz. Hildegarda habla con entusiasmo del sacramento del matrimonio que tiene
el deber de educar y transmitir la fe cristiana desde el comienzo de la vida
humana. Sin matrimonios y familias creyentes peligra
la Nueva Evangelización. El que la
primera mujer haya sido formada del varón señala la unión de la mujer al
hombre; unión que será vana ni se realizará en el olvido de Dios. Entre el
hombre y la mujer debe existir un amor perfecto. Adán hubiera podido culpar a su mujer por traerle la muerte con su consejo y, en cambio, no la abandonó jamás porque sabía que le había sido entregada por Dios. Igual que la mujer procede del hombre, el hombre procede de la mujer. La dureza de la piedra es a la suavidad de la tierra como la fuerza del hombre a la receptividad de la mujer. Ambos han de trabajar unidos en armoniosa correspondencia para que no se disuelva la alianza de la procreación de la Vida.
A los que se van
transformando con la Gracia, los llama aromáticos,
según aquello de 2 Cor 2, 15-16 somos el perfume de Cristo,
fragancia de vida que conduce a la Vida. Sí,
como resina aromática que con suavidad se destila del árbol, así surgen los
aromáticos en el desierto, cual sacerdotes, profetas y consejeros en la
edificación de la Iglesia. A ellos ninguna ley obliga a seguir unas observancias
tan estrechas, sino que lo emprenden con dulzura inspirados por Mí, sin
precepto de la ley, por propia voluntad, haciendo más de cuanto les fue
ordenado, imitando la Pascua de Jesús. Hasta que venga la Siega y Vendimia de las naciones, cuando muera el
tiempo y desaparezcan las tinieblas y el curso del sol ya no señale el umbral
de la noche. Porque habrá un Día imperecedero, y el mismo Resucitado iluminará
con su Claridad divina a cuantos en el mundo huyeron, por su Gracia, de las
tinieblas.
Junto a Hildegarda, Oráculo del Rin, nosotros somos hermanos de Jesús, el Hijo de
Dios que se hizo hombre para que los hombres por Gracia, participaran en la Vida Verdad y Amor Infinitos de las Tres
Personas de Dios. Quien temple su oído en el sentido místico, suspire en pos de estas palabras, encendido de amor por mi Espejo, y en la sabiduría de su alma las escriba.
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