domingo, 7 de octubre de 2012


121. Hildegarda e irradiación de la Gracia Divinizante en la Evangelización: Heb 5, 5-12


     Porque el que santifica y los que son santificados, tienen todos un mismo origen. Por eso el Hijo de Dios que es también Hijo del Hombre, no se avergüenza de llamarnos sus hermanos. Hebreos es una homilía, escrita por un judío helenista desde Roma por el año 80, que exhorta a cristianos quienes luego del primer fervor de la conversión están entrando en el desaliento y la confusión deletérea sobre cuál es el Camino hacia el Padre, ese que nos conduce del mundo bajo la potestad del pecado, al mundo bajo la Energía del Espíritu Santo, siguiendo al Sacerdote Jesús que, con su misterio pascual de muerte y resurrección, nos hace santos, hágios aterrenales, nos diviniza con la Vida de la Trinidad.
    Éste fue uno de los temas desarrollados por la Doctora de la Iglesia y Profetisa teutónica Santa Hildegarda de Bingen, 1098-1179 quien desde la Luz del Transcosmos, el microcosmos y el cosmos, veía el desastre del pecado abatirse sobre la Iglesia y el mundo, destinados en cambio a la Transfiguración por la Gracia. En su libro Scivias, Conoce los caminos, escrito en 1141 con palabras en prosa y poesía, arquitectura, pinturas, música canto, herbología y medicina; dentro de una visión holística de la teología monástica; dedica seis visiones al Creador y la creación; siete visiones al Redentor y la redención; y trece visiones al Glorificador y el Paso del hombre viejo al Hombre Nuevo, por pura fe en la Gracia.
    No bromeando, jugando con Cristo, queriendo acercarnos a Él sin el esfuerzo de nuestra alma y pensamiento, negándonos a meditar qué debemos hacer. Invocándolo y velando para que nuestro cuerpo obedezca al Espíritu. Al contrario, emprendemos el camino de la santidad como en una ensoñación de ilusiones y engaños, negándonos a considerar quiénes somos, qué debemos hacer, y quién nos ha creado. Y en vez de buscar los proyectos de Dios, sólo anhelamos cumplir nuestros propios deseos. Porque en nosotros hay dos llamadas, el anhelo del Fruto de la Vida y el apetito del vacío demoníaco. Por el anhelo del Fruto somos llamados a la Vida, por el apetito del vacío, a la muerte. Por el anhelo del Fruto, deseamos realizar el bien, luchamos contra el mal y fructificamos. Por el apetito del vacío, cometemos el mal haciendo lo que nos place, una plétora de iniquidades. En vez de fundamentarnos en la Trinidad y sus virtudes, caemos en los vicios de la seducción diabólica.
    Como para san Bernardo Gracia y libre arbitrio para Hildegarda, todo pensamiento bueno, todo consentimiento a la acción del Espíritu, y toda obra virtuosa proceden de Dios. Pero no se dan sin nosotros, ya que  Dios es el Autor de la divinización, y la libertad es pura capacidad de salvación. El consentir nos salva. Consentir al influjo de la Gracia es justificación y bienaventuranza, disentir es pecado e infelicidad. Si se suprime el libre albedrío no hay nadie a quien salvar, y si se quita la Gracia no habrá con qué salvar.
    Tú que quieres emprender el camino de la santidad, dice Dios, enséñame el campo de tu alma con gran humildad y ora así. Padre, ayúdame, no tengo fuerzas para combatir mis debilidades, soy un árbol concebido y nacido en el pecado. Dame tu Agua Viva para extinguir la llama de mi concupiscencia. Así exultaré en Ti, yo que soy pútrida ceniza y me complazco en las tinieblas en vez de tu Luz. Entonces, dice Dios, sembraré en ese humilde campo tuyo, las rosas y los lirios y todas la incomparables hierbas aromáticas de las virtudes. No dejaré de regarlo sin cesar con la inspiración del Espíritu Santo. Lo desbrozaré, le arrancaré la cizaña del mal para que se apaciente mi mirada en el verdor y florecer de ese tu campo incorrupto. Pues esta obra es mía, no tuya, por Mí se realiza y no por ti. Mía y no tuya es esta Gracia. Lleva mi cruz para vencer tu pecado, y Yo la compartiré contigo.
     La nueva evangelización está orientada a personas que estando bautizadas, se han alejado de la Iglesia, y casi no practican la fe cristiana; para favorecer en ellas un nuevo encuentro con Cristo, el único que llena de significado y de paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de Gracia que trae alegría y esperanza a la vida personal, familiar y social. Esta orientación particular no debe disminuir el impulso misionero, ni la actividad ordinaria de evangelización según Aparecida en nuestras comunidades eclesiales. En efecto, los tres aspectos de la única realidad de la evangelización se completan y fecundan unos a otros.
    En particular, la unión del hombre y la mujer, su ser una sola carne en el amor fecundo e indisoluble, es un signo que habla de Dios con una elocuencia que en nuestros días es muy necesaria, dado que en algunos países de hace siglos evangelizados, atraviesa una profunda crisis. Y no es casual. El matrimonio está unido a la fe como unión de amor fiel e indisoluble. Se funda en la Gracia que viene del Dios Uno y Trino, que en Cristo nos ha amado con un amor fiel hasta dar la Vida por su Esposa, la Iglesia, en la Cruz. Hildegarda habla con entusiasmo del  sacramento del matrimonio que tiene el deber de educar y transmitir la fe cristiana desde el comienzo de la vida humana. Sin matrimonios y familias creyentes peligra la Nueva Evangelización. El que la primera mujer haya sido formada del varón señala la unión de la mujer al hombre; unión que será vana ni se realizará en el olvido de Dios. Entre el hombre y la mujer debe existir un amor perfecto. Adán hubiera podido culpar a su mujer por traerle la muerte con su consejo y, en cambio, no la abandonó jamás porque sabía que le había sido entregada por Dios. Igual que la mujer procede del hombre, el hombre procede de la mujer. La dureza de la piedra es a la suavidad de la tierra como la fuerza del hombre a la receptividad de la mujer. Ambos han de trabajar unidos en armoniosa correspondencia para que no se disuelva la alianza de la procreación de la Vida.
    A los que se van transformando con la Gracia, los llama aromáticos, según aquello de 2 Cor 2, 15-16 somos el perfume de Cristo, fragancia de vida que conduce a la Vida. Sí, como resina aromática que con suavidad se destila del árbol, así surgen los aromáticos en el desierto, cual sacerdotes, profetas y consejeros en la edificación de la Iglesia. A ellos ninguna ley obliga a seguir unas observancias tan estrechas, sino que lo emprenden con dulzura inspirados por Mí, sin precepto de la ley, por propia voluntad, haciendo más de cuanto les fue ordenado, imitando la Pascua de Jesús. Hasta que venga la Siega y Vendimia de las naciones, cuando muera el tiempo y desaparezcan las tinieblas y el curso del sol ya no señale el umbral de la noche. Porque habrá un Día imperecedero, y el mismo Resucitado iluminará con su Claridad divina a cuantos en el mundo huyeron, por su Gracia, de las tinieblas. 
    Junto a Hildegarda, Oráculo del Rin, nosotros somos hermanos de Jesús, el Hijo de Dios que se hizo hombre para que los hombres por Gracia, participaran en  la Vida Verdad y Amor Infinitos de las Tres Personas de Dios. Quien temple su oído en el sentido místico, suspire en pos de estas palabras, encendido de amor por mi Espejo, y en la sabiduría de su alma las escriba. 

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