jueves, 11 de octubre de 2012


122. Luz y noche de la Fe en la Esperanza del Amor: Jn 1, 9-14



    El Verbo era la Luz verdadera que al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Pero a los que lo recibieron, a los que tienen fe en su Nombre les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacen de la sangre, ni por obra de la carne, ni por voluntad de hombre, sino que fueron engendrados por Dios. La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dándole una luz sobreabundante sobre el sentido último de su vida. La obediencia de la fe es una gracia y un acto humano, ya que no es contrario ni a la libertad ni inteligencia del hombre depositar su confianza en Dios y adherirse a las verdades que Él revela. El gozo de la fe nos hace gustar de antemano la luz de la visión beatífica, como un cierto comienzo de la Vida Eterna. 
    Sin embargo caminamos en la fe y no en la visión, 2 Cor 5, 7 no estamos en la Luz sempiterna sino en la oscuridad de la fe, conocemos al Trino Dios como en un espejo empañado, de manera borrosa. 1 Cor 13, 12 Luz es el Verbo por sí mismo, y en el lenguaje humano de su revelación es una lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino. Sal 119 Pero la fe es vivida, por momentos dramáticos diarios o anuales de nuestra vida como oscuridad, prueba y espantosa sequedad. El mundo interior y exterior en el que vivimos, cual parterres de un cutre jardín semidestrozado, parece lejos de lo que la fe nos asegura. Las experiencias de altibajos psicosomáticos, algunos borderline en bipolaridad patológica, del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte, que nos acechan, pueden hacer tambalear la fe.
    Entonces es cuando debemos tener los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe, Heb 12, 1-2 y volvernos hacia esa plenitud de testigos que lo rodea. A Abraham nuestro padre en la fe, que creyó esperando contra toda esperanza; a María que en su peregrinación de la fe llegó hasta la noche de la fe, participando en las tinieblas de la cruz y el sepulcro del Hijo de Dios; y a los miles de santos que, manteniendo impertérritos la fe católica, se vieron atacados por la incredulidad.
    Juan de la Cruz es un genio en hacernos algo más inteligible el porqué de esta paradoja de luz y noche en la fe. Privándose el alma del apetito o apego en todas las cosas es quedarse a oscuras y sin nada. Si uno depende de las aprobaciones o rechazos de los demás, sufre pero se divierte en esas aficiones, o mejor codependencias o adiciones enfermizas. Pero si Cristo me libera y ya no presto atención alguna a los dimes y diretes, gozo sí, pero al convertirme a Dios me quedo sin nada en la oscuridad del callar, el silencio y la soledad.
    La fe es Buena Noticia claroscura que me lleva a abrazarme con la Totalidad del Verbo hecho carne, que me confía su misterio pascual y me sumerge en el Diálogo Trinitario. Y así, por tres cosas podemos decir que también es noche este proceso del ser humano hacia la unión con Dios Todo en Todos. La primera, por parte del principio de donde salimos, careciendo del apego de todas las cosas del mundo, la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre. La segunda, por parte del camino por donde ha de ir la persona a esta comunión con el Pléroma de Cristo, que es la fe, oscura para nuestro entendimiento como noche. La tercera, por parte de la meta hacia la que peregrinamos, que es la Nueva Creación transfigurada por la Trinidad, que es noche oscura en esta vida. 
    El camino de la obediencia de la fe, manteniéndose siempre cual luz que brilla en las tinieblas, puede ser por períodos más o menos largos; y aparte nuestra incredulidad, poca fe y demás fluctuaciones anímicas y pecados; mucho más oscura que el principio desapego y la meta Dios Trino. Porque la fe, que es el camino se compara a la medianoche. De esta forma es más oscura que el desapego, parecido al anochecer, cuando cesa la vista de todo objeto sensitivo, pero no es tan remota de la luz como la medianoche. Como también es más oscura que la meta, el antelucano en que comienza a percibirse la luz del Día.
    La razón de volverse tan oscura es porque nos hace creer verdades reveladas por Dios que trascienden todo lo natural y toda comprensión humana, abismándonos en lo Sobrenatural. La fe no es ciencia que entra por algún sentido, sino sólo consentimiento a la Palabra de Dios que entra en mi oído, Rom 10, 17 por el anuncio del Evangelio. Es maravilloso creer que la muerte no tiene la última palabra, que esta vida tan imperfecta de peregrinos no termina en la nada, sino que se transforma en Vida Eterna, Cielo y Resurrección universal. Pero yo jamás he visto ni Vida Eterna, ni Cielo ni menos resucitar a alguien, ni al mismo Jesús ni a María. De ahí que la fe no pueda ser engendrada por la sangre o la carne, sino por el Misterio de la Gracia de Dios que, sin forzar mi libertad, al contrario liberándola, me hace Creer en la Esperanza de su Amor, renazco hijo de Dios

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