martes, 3 de julio de 2012

103. Presbítero identificado con la Trinidad por la Eucaristía para la comunión: Ef 1, 15-23



    Pido al Dios de Jesucristo, el Padre de la gloria, que les conceda Espíritu de sabiduría y revelación que les permita conocerlo en verdad. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan conocer la supereminente magnitud del poder, dýnamis que opera en ustedes, por la eficacia de la energía, enérgeian de la potencia, krátous de su poder, isjúos. Éste es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos, constituyéndolo Cabeza de la Iglesia, el Pléroma que plenifica la Totalidad. La Gracia, hábito sobrenatural que me da la participación en la Trinidad; y el Carácter indeleble, potencia instrumental sobrenatural que comunica la Vida del Resucitado; conferidos por la unción sacramental del Espíritu Santo, en el sacramento del Orden; ponen al sacerdote en una interrelación energética con las Tres Personas de Dios; que constituye la fuente del hacer y del ser, del ministerio y la vida  del presbítero. En nuestra misma debilidad se manifiesta el Poder Divino, por eso nos complacemos en nuestras debilidades, astheneíais en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo. Porque cuando somos débiles, entonces somos fuertes. dynatós. 2 Cor 12, 7-10 Cuanto más consciencia tomo de que soy sólo signo e instrumento débil, enfermo y frágil de la acción Todopoderosa del Agua Viva que pasa a torrentes por mi manguerita, más me transfiguro, por la transubstanciación Eucarística, en Fuerza de Resurrección para muchos.
    La identidad, el servicio y la existencia del presbítero están relacionados por esencia con los Tres. El sacerdote, como prolongación visible y signo sacramental del Crucificado Resucitado; estando frente a la Iglesia y el Mundo, como origen permanente y siempre nuevo del Reino, se encuentra insertado en el Dínamo trinitario. Su identidad y su fuerza inexpugnable manan del Ministerium Verbi, Sacramentorum, et Caritatis Pastoralis. Cualquier tendencia a la desilusión, pereza, depresión, inacción o tibieza son inadmisibles ante el descomunal poder resurreccional que opera en él, resucitando a los muertos, pecadores, enfermos y endemoniados. El diálogo de oración incesante en adoración y amor, con las Tres Personas que lo inhabitan, le fue otorgado para comunicar vida en abundancia, sin excluir a nadie, sino incluyendo a todos en el Reino de la Vida de los pobres de Yahveh.
    Con esa energía increada el presbítero debe aprender el rol del ágape interpersonal y llegar a ser un artista consumado de la Comunión sacerdotal que implica comunión con la Trinidad en el Resucitado; comunión con la Iglesia, los demás cristianos, las demás religiones y la entera humanidad; comunión jerárquica con el Papa, su obispo y el Colegio episcopal, los presbíteros y diáconos de su Diócesis y de la Iglesia universal; comunión en la acción ministerial sin buscar protagonismo de ninguna especie, sino gozar al ser un humilde miembro del cuerpo servidor en amoris officium; comunión con los consagrados y los laicos; y comunión con el cosmos, pues sin ecología no hay antropología, y viceversa.
    Nuestra imposible misión desde el dínamo omnipotente que nos supervitaliza, es trabajar sin cansancio por la transfiguración de los formandos y su universo. Sufrimos dolores de parto hasta que Cristo se forme en ellos. Gal 4, 19 Implica, no obstante, una larvada tentación denunciada por Pablo. Todo el que quiere cambiar a otros corre el peligro de ponerse a sí mismo por encima de ellos, haciéndose más consciente de la debilidad de los demás que de la suya propia. El transfigurador está convencido de que las cosas tienen que ser diferentes y se decide a convertir a los que están a su alrededor, pero no piensa que él mismo necesita conversión. En vez de verse como un miembro más de los que hay que reformar, se acerca a ellos con la ilusión de un mesías intocable, siempre en posesión de la verdad y lo justo. Corrige cualquier segregación pero es ciego ante las segregaciones que hace considerando estúpidos, engreídos o de mente estrecha a los de su comunidad. Puede exigir que varios tengan una vida mejor para ser respetados en su dignidad, pero es incapaz de escucharlos, aceptar sus críticas, y aprender de ellos. Es la tentación de la invulnerabilidad, del afán de concreciones exageradas, del poder y del orgullo. Por ello todo transfigurador debe revisarse con cuidado cada día para ver si tiene la espina clavada en su carne, algún ángel de satanás que lo hiera, con nuestras llagas también curamos, 1 Ped 2, 24 y se gloríe sólo en su debilidad para que la energía del Resucitado actúe en él, pues él está más necesitado que los demás de ser transfigurado. Henri Nouwen

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