sábado, 7 de julio de 2012

105. Recrear hoy las condiciones para el Encuentro con el Resucitado: Hech 9, 1-19


    Mientras Saulo se acercaba a Damasco, una Luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor. Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía, Yo soy Jesús a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad y allí te dirán que debes hacer. La fe cristiana no es sólo una tradición que busca darnos una explicación sistemática de nuestros problemas, ni un conjunto de normas morales, o una sabiduría liberadora de todo mal. La fe cristiana es ante todo, como se ve en Pablo y de otras maneras en la Iglesia, un Encuentro real, una relación cara a cara con Jesús resucitado. Transmitir la fe es acceder a una nueva creatividad con la Gracia, que haga surgir, en cada lugar y en cada momento las nuevas condiciones, propias de cada cultura hodierna, para que este Encuentro, más fuerte que cualquier amor creado, se realice y sea al mismo tiempo íntimo y personal, público y comunitario, espiritual y social.
    Esta es la dimensión fundamental de la evangelización, un inaudito enamoramiento fiel y  por toda la Eternidad del Resucitado, que muchos católicos ignoran. Es conveniente que este fundamento teológico de la nueva evangelización no sea nunca descuidado, sino al contrario, que sea proclamado con toda su fuerza y autenticidad, para que confiera energía y orientación a la acción de la Iglesia. Este Encuentro con Cristo, gracias a su Espíritu, es el gran don del Padre a todos los hombres. Es un Encuentro al cual nos sentimos atraídos, y que nos transfigura, introduciéndonos en una nueva identidad, haciéndonos partícipes de la Vida de las Tres Personas de Dios y de su Reino. Es un Encuentro que no deja nada como era antes, sino que asume la forma de la metánoia, cambio total de nuestra mente para tener la Mente de Jesús. La fe como Encuentro con la Persona del Resucitado tiene la forma de una relación de Amistad y Memorial sublimes, en particular por su Palabra, su Eucaristía y su Servicio a los hermanos y la naturaleza. Es un Encuentro que nos hace capaces de crear cosas nuevas que no existían, y dar testimonio de esa Luz que hace Nuevas todas las cosas.
    Jesús mismo, el Misterio de Dios, es así el primer y más grande evangelizador. Él se ha presentado como enviado a proclamar el cumplimiento del Evangelio, preanunciado en la historia del universo y en la Biblia. El arte de Jesús de tratar con los hombres debe ser considerado como elemento esencial de su y de nuestro camino evangelizador. Él era capaz de acoger a todos, sin discriminaciones ni exclusiones.
    En primer lugar los pobres, después los ricos como Zaqueo y José de Arimatea, o los extranjeros como el centurión y la mujer sirofenicia; los hombres justos como Natanael, o las prostitutas, los pecadores públicos o delincuentes con los cuales compartía la mesa. Jesús sabía llegar a la intimidad del hombre y hacer nacer en ella la fe en el Dios que es Amor y el primero en amarnos, cuyo amor nos precede siempre y no depende de nuestros méritos. Él es, de este modo, una enseñanza para la Iglesia evangelizadora, mostrándole el núcleo de la fe cristiana, sumergirnos en el Amor a través del Rostro y el lenguaje humano de ese Amor Divino que es Jesucristo Hoy.
    La redención, salvación y liberación ofrecidas en el Reino de Dios se extienden a todos los seres humanos, tanto en su dimensión corporal como psíquica y espiritual. Tres gestos acompañan la acción evangelizadora de Jesús; la curación, el exorcismo y el perdón. Las numerosas sanaciones demuestran su gran compasión frente a las miserias humanas, y significan además que en el Reino no habrá más enfermedades ni sufrimientos y que su misión apunta desde el comienzo a liberar a las personas de todos los males. En la prospectiva de Jesús las curaciones son signo de la salvación espiritual o liberación del pecado. Cumpliendo gestos de curación, Jesús invita a la fe, a la conversión, al deseo de perdón. Recibida la fe, la curación introduce en la salvación. Los gestos de liberación de la posesión diabólica, mal y símbolo del pecado y de la rebelión contra Dios, manifiestan que todo mal, aun el diabólico, sólo es permitido por Dios para transformarlo en un Bien.
    De este modo el Encuentro con el Resucitado transfigura al hombre, a su historia y a su mundo. Los santos, plasmados por la Palabra, nos regalan caminos audaces para entregar al Resucitado a cada generación. No obstante, se tiene la impresión de que estas genialidades son prisioneras del pasado, no logran hoy transmitir a Jesús. Nos toca interrogarnos sobre este inmenso desafío de la nueva evangelización, y descubrir las limitaciones de nuestras comunidades que no permiten ese Encuentro con Jesús, Luz Increada que nos hace resplandecer cual luz y sal de la tierra.

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