domingo, 3 de junio de 2012

95. Tomarse, partirse, darse, derramarse, transfigurarse para el Mundo: Mc 14, 22-25



    Jesús tomó el pan, lo partió y se lo dio diciendo, tomen, esto es mi Cuerpo. Después hizo lo mismo con la copa, diciendo, esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes. No beberé más de la vid hasta que beba el vino nuevo en el Reino de Dios. Jesús en la Eucaristía no toma y nos da algo, sino que se toma y se nos da a sí mismo, parte su Cuerpo y derrama su Sangre para transformarnos en el Hombre Nuevo del Reino de la Trinidad. Transfigurarnos, transubstanciándonos hacia la Resurrección. Reflejar, como en un espejo, los cinco lenguajes verbales del Verbo eucarístico y transfigurarnos a su propia imagen, de gloria en gloria, por la creatividad del Padre que nos solidariza en su Hijo para crecer por el Espíritu.
    Tomarse, tomar el pan, fruto de la semilla, de la madre tierra y del trabajo de tantos seres humanos, que con nuestras limitaciones y obras colaboramos en complementariedad a que el pan sea una realidad. Es tomarnos, asumirnos, tal como nos hicieron, nos hacemos y seremos.
    Partirse, fragmentar el pan, romperse y dividirse, no sin angustias y alegrías. Es ofrecerse e inmolarse listos para compartirnos. Es el dinamismo de la vida, lo que no se abre y se parte, se pudre y queda infecundo. Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto. Jn 12, 24
    Darse, todo está en el fragmento y si los fragmentos no se entregaran a los otros correrían la misma suerte del todo aislado, un talento enterrado en un pozo desintegrador. Mt 25, 17 Luego de partirnos debemos repartirnos, tragados por los otros, para alimentarlos y desaparecer amando.
    Derramarse, va más allá del darse. Es como la sangre del parto que cae en tierra y se pierde sin aparente utilidad. Como las cientos de semillas que caen del roble. Sólo algunas producirán tal vez un roblecito. Unas cayeron al borde del camino y el Maligno arrebató lo sembrado. Mt 13
    Transfigurarse, así como yo vivo por el Padre, el que me come, vivirá por mí. Jn 6, 57 De consumistas y succionadores de los demás, hemos pasado a ser pan partido y vino derramado; vida, verdad y amor entregados y vertidos para los otros. Al vaciarnos entregamos el Espíritu.
    La nueva evangelización tiene urgente necesidad de traducciones del Verbo Resucitado hacia el siglo XXII. El hombre puede ver al hombre, pero no debe seguir sus pasos. Debe imitar al Dios invisible, no seguir al hombre que está al alcance de sus ojos. Pues sí, para ofrecer al hombre lo que podía ver con sus ojos e imitar a Dios, es que Dios se hizo hombre. San Agustín, Sermón 380, 2  La transfiguración, el pasaje de la teología a la teofanía por la Eucaristía, es ya el anticipo de la Resurrección de Jesús, un atisbo de la Nueva Creación caminando entre nosotros.
    La Infinita Pluriformidad de la Vida del Resucitado, Señor de los ángeles, los hombres y el cosmos; se manifiesta en cada comunidad eclesial perseguida y en proceso de transfiguración. La celebración eucarística nos muestra, en el contexto pascual de la entrega, tradición, traición; que el camino de la transfiguración pasa por la conversión, del apego a la creaturas al Creador. Los logismoi y los malos espíritus molestan el comer el Pan que diviniza dando Vida Eterna.
    El crecimiento espiritual igual que todo movimiento, gravado por elementos exteriores, tiende a la inercia, pierde el fervor del Espíritu, cae en la tibieza de la acedia, y el amor fogoso del principio se enfría. Sin un fuerte dinamismo Trinitario, aiekrínetos stásis, sin un constante pasar a conformarnos con el Resucitado, eis tò kreîtton todo empeño por ser cada vez más iluminados por la Luz Tabórica se frustra. No hay etapas de purgación, iluminación y unión con la Carne y la Sangre vivificantes, sino fases en la niñez, adolescencia, juventud, adultez y ancianidad. Nadie se libra de las alternancias, del bajar para ascender, de las ausencias para las presencias.
    Toda nuestra esperanza de la Gloria debe estar en la acción transubstanciadora eucarística que arranca vicios y planta virtudes. Me ofrezco en la patena y me vierto en el cáliz, con el pan y el vino, para que Jesús pronuncie sobre mí, sobre la Iglesia y el Mundo, esto es mi Cuerpo y mi Sangre. Insisto, cual viuda inoportuna día tras día, en la divinización del hombre, inflamado en zarza ardiente, en ser semejante a la Trinidad por Gracia. Doy a conocer a Cristo, no con palabrerías, sino casi cual testigo ocular, como quien está con Él en la Santa Montaña. 1 Ped 1, 16-18
    Quien no se transfigura se desfigura, dado que cuando no avanzamos retrocedemos en la vida espiritual. Esos tres pasos que no di en el espacio tiempo, cuando vuelva a caminar ya los habré retrocedido. Interminable es el Camino en la Belleza transfiguradora. Breve el primer tiempo de peregrinación por este planeta; hasta que por mi última Eucaristía hecha Viático, abrace el segundo tiempo de millones de años por la escatología intermedia en purgatorio y cielo; y el tercero eterno al llegar el Juicio Final, en epéktasis sin fin en el Resucitado Pléroma Universal.

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