jueves, 7 de junio de 2012

97. La Nueva Evangelización pide un estilo novedoso de proclamación: Is 43, 16-21



    Así habla Yahveh, quien abrió un camino en el mar. Acuérdense de las cosas pasadas, piensen en las antiguas; voy a hacer algo nuevo, ya está germinando. Pondré un camino en el desierto y ríos en el páramo, para dar de beber a mi Pueblo y así proclame mi alabanza. El Deuteroisaías, previo al año 538 aC, anuncia la novedad de un resto generacional del judaísmo que volverá del exilio.
    El clima cultural y la situación de cansancio mortecino en la cual se encuentran varias comunidades conducen al riesgo de hacer débil la capacidad para anunciar, educar y testimoniar nuestra fe al hombre actual. Lo de Pablo, cómo creerán sin que se les prediqueRom 10, 14 suena hoy más urgente. Reconocemos como don del Espíritu la frescura y las energías que la presencia de grupos y movimientos eclesiales ha logrado infundir en esta misión de transmitir la fe. Y debemos trabajar para que estos frutos puedan contagiar y comunicar su impulso a aquellas formas de catequesis que han perdido su ardor originario.
    El contexto en el cual nos encontramos exige a las comunidades un renovado impulso, un nuevo acto de confianza en el Espíritu Creativo que las guía, para que vuelvan a asumir con alegría y fervor la misión fundamental para la cual Jesús envía a sus discípulos, el anuncio del Evangelio y del Reino. Es necesario que cada cristiano se sienta interpelado por este mandato de Jesús y se deje guiar por el Espíritu al responder a la llamada, según su propia vocación. En un momento en el cual la opción de la fe resulta menos fácil y comprensible, o incluso es contrariada y combatida, aumenta la tarea de la comunidad y de cada cristiano individual de ser testigos y heraldos del Evangelio con un estilo genial. Si soy creativo existo en el Abba.
    La lógica de un comportamiento como éste, nos la sugiere Pedro, cuando nos invita a dar respuesta a todo el que nos pida razón de vuestra esperanza. 1 Ped 3, 15 Una nueva primavera para el testimonio de nuestra fe, nuevas formas de respuesta, apo-logía a quien nos pida el logos o razón de nuestra fe, renovarnos para hacer presente la esperanza y la liberación, que nos da el Resucitado en el mundo que nos ha tocado. Se trata de aprender un estilo nuevo, de responder con dulzura y respeto, con buena consciencia, con aquel ímpetu humilde que proviene de la unión con la Trinidad, y con aquella determinada determinación de quien corre al gozo del encuentro del Reino del Eterno Dios. Este estilo debe ser global, debe abrazar el pensamiento y la acción, los comportamientos personales y el testimonio público, la vida interna de nuestras comunidades y su impulso orante y apostólico, la educación y la entrega a los pobres, la capacidad del cristiano de dar la palabra en los contextos en los que vive y trabaja para comunicar el prodigioso don de la fuerza resurreccional que ya actúa en nosotros.
    En un tiempo durante el cual tantas personas viven la propia vida como una experiencia de oscuridad o muerte de Dios, de noche o vacío de las almas que ahora no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre,  debemos ponernos en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al jardín de la Luz de la Vida, donde los verdugos no triunfan sobre sus víctimas, renace la creatividad teológica, el ser humano como sujeto relacional hecho para vivir en armonía de familia y comunidad, y el arte de hablar con afecto.
    Este es el estilo propositivo de amor, justicia y libertad, que el mundo tiene derecho a encontrar en nuestras comunidades según la Sabiduría de nuestra fe. Un estilo comunitario y personal. Un estilo que interpela a las comunidades y a cada bautizado. Ya que, además de la proclamación colectiva del Evangelio, conserva toda su validez esa otra transmisión de persona a persona. La urgencia de comunicar la Buena Nueva a las masas no debe hacer olvidar esa otra forma de anunciar, mediante la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se deja en ella la semilla de una Palabra de Dios recibida de un hermano.
    Sin dejar de inspirarnos en las raíces misioneras de 4.000 años, y en seria colaboración con el magisterio de los obispos, otro kerigma, catequesis y mistagogía son posibles. En la denuncia y anuncio evangélico, en la conflictividad no violenta, en la hospitalidad, en el uso de los medios informáticos, en las homilías, en la unión de la Biblia con la literatura, las ciencias y la cultura universal, en consagrados o laicos al encuentro del hambre y la sed de Pan y Vino temporal y eterno que padecen millones, en la solidaridad globalizante que abraza a todos los hombres y el planeta. Junto a María de Guadalupe, lo Nuevo ya germina imparable.

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