sábado, 18 de febrero de 2012

72. El hombre, creado en Vida, elevado en Verdad, transfigurado en Amor: 2 Cor 1, 20-22



    Todas las Promesas del Padre encuentran su Sí en Jesús, de manera que por él decimos Amén a Dios que ha puesto en nuestros corazones las primicias del Espíritu. Por la Palabra y el Espíritu que le insufla, Adán personalidad corporativa de quien todos descendemos, tiene una triple relación con Dios, sus hermanos y el mundo. Sacado de la tierra, Adamá, o de un chimpancé; no está encerrado en la naturaleza, como los minerales, vegetales y animales; sino que es libre en constante perfectibilidad, según diría Rousseau, y en relación esencial con Dios. Pablo dirá que fue hecho una psiquis viviente, mientras que el segundo Adán Cristo resucitado, es un espíritu vivificante. 1 Cor 15, 45 Siglos antes, Aristóteles había definido al hombre como un viviente que piensa, que tiene lógica o logos, zn logiké, animal racional, que trasciende el mundo por ser espíritu, sin dejar de ser vegetal y animal.
    En consecuencia, el hombre creado por Dios, es imagen de la Trinidad, aunque siempre inacabado; tiene vida, está en interminables procesos creativos de desarrollo, se interroga sobre la verdad sin nunca estar del todo satisfecho con las respuestas, y quiere amar y ser amado sin que jamás se sacie del amor. De ahí que, en comunión con todos los demás seres humanos y el mundo, sólo encontraremos satisfacción uniéndonos al Dios Infinito, sin dejar de ser cada uno de nosotros una palabrita que completa, antanapleró a Cristo la Palabra hecha carne. A Jesús no le falta algo, si se escribiera lo que es Él no bastaría el cosmos para contener los libros de su Biblioteca Infinita. Jn 21, 25 Sino que quiere incluirnos en su Imagen Total del Dios invisible, Primogénito de la creación, que existe antes que todo lo creado y en quien todo subsiste, el Primero que resucitó de entre los muertos y tiene la Primacía en todo, ya que en Él reside la Total Plenitud. Col 1, 15-20 Al asumir el Verbo al judío Jesús, como somos una sola especie humana, de alguna manera asumió a todos los hombres.
   No sólo somos imágenes de Dios por creación, sino que hemos sido elevados, muy por encima del primer Adán, hasta lo impredecible, en el último Adán Jesús resucitado, que nos transfigura con su Espíritu increado para liberarnos en la Nueva Ley del Amor. El enigma del pecado, el mal y la muerte que nos dejó el viejo Adán, y que fuera del Evangelio nos envuelve en oscuridad insoportable, ha sido iluminado. La humanidad unida a la divinidad en la única Persona del Hijo de Dios, arroja una luz  sublime sobre la dignidad de cada ser humano. Por su encarnación, el Hijo de Dios trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia y cerebro de hombre, obró con pasión y voluntad de hombre, amó con corazón y vísceras de hombre. Nacido de Mujer es en todo similar a nosotros, menos en el pecado.
    El Padre en Jesús ha elevado y transfigurado por el Espíritu nuestra dignidad de personas humanas. Cada hombre es una letra del alfabeto sin fin de Dios, y la humanidad es la gramática divina de la revelación de Dios. Por ello debemos precisar más cuando hablamos de hacer desaparecer nuestro falso yo, para que sólo quede el Sí mismo de Cristo. Decimos falso-yo, no mi yo personal inmortal e irremplazable, una palabrita de Dios. El falso yo es egoísta, rechaza la comunión de personas y el vivir en la armonía social; es hipócrita, pretende ser lo que no es y presenta una falsa imagen de él mismo, deshonrado, insincero y ciego con una viga que le tapa la visión pero que se atribuye ser juez con la basurita del ojo del hermano; es exhibicionista de sus propias virtudes para que lo aplauda no Dios, sino la creatura; es un sepulcro blanqueado lleno de pecados podridos, centrado en sí no en Cristo.
    El Sí mismo es asumir todo lo humano y divino que hay en mí como Jesús, excluyendo sólo el pecado que me separa de lo Cosmoteándrico. No es un ascetismo mojigato que busca humillaciones lacerantes e innecesarias; no ser el ser humano que soy, distinto y no obstante complementario para los demás; escondiendo mis talentos, carismas y la belleza única y herida que Dios me regaló. También mis heridas, mis límites y mis caídas; reconocidos, aceptados y regresados a la Casa de mi Padre, son mi don. Dios transforma nuestro barro con las lágrimas de Jesús. León Tolstoi, El padre Sergei  
   Este es el Sexto Camino, ser en mi humanidad creada, elevada y transfigurada, al mismo tiempo que pequeña limitada y necesitada de los otros y de los Tres, un regalo para los demás, con profunda autoestima de mi cuerpo psicología espíritu hogar educación y nacionalidad, cuanto más me amo en Dios más amo a los demás. Y las Promesas del Padre tengan su en ese Cristo que no ha terminado de formarse sino hasta que vuelva en la Gloria del Amén de la Consumación Total.

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