miércoles, 5 de septiembre de 2012

115. Clave del monacato para monjes y laicos, Desaparecer amando hacia Jesús: Is 34-35



    Regocíjense el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa. Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los desalentados, sean fuertes, ahí está su Dios; vean su Gloria y su esplendor. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos. Brotarán aguas en el desierto, y habrá un Camino Santo por donde volverán, shuv los rescatados por el Señor para entrar en Sión con júbilo, gozo y alegría perpetua. Este apocalipsis de Isaías, unido a 24-27, compuesto después del exilio, que inspira pasajes enteros del Apocalipsis de la Nueva Alianza, muestra el pasaje de la ciudad del caos, tohu que se derrumba, 24, 10 a la Ciudad Fuerte del Señor. 26, 1
    La Pascua desde Babilonia a la Nueva Jerusalén, a través del desierto, es la clave de la experiencia mística monástica. Desaparecer amando hacia Jesús resucitado. Ho afanismós en agápe eis Iesoûn. Desaparecer, cual desaparece Cristo, luego de celebrar la Eucaristía para los discípulos de Emaús, Lc 24, 31 y en la Ascensión. Desaparecer no en la nada sino pasar de un estado a otro, tanto sea en lo exterior del monje, cuya médula es lo interior, como en el monacato interiorizado, P. Evdokímov del laico monástico.
    Arsenio, mentor de los hijos del emperador Teodosio, en el 394 salió el mundo y se fue al desierto de Escete en Egipto, bajo la guía de Juan Colobos. Cuando estaba en el palacio de Constantinopla, oró al Señor diciendo, Señor, dirígeme por el camino de la salvación. Y llegó hasta él una voz que le dijo, Arsenio, huye de los hombres y serás salvo. Estamos ante el Misterio de la Fuga mundi; no ante un problema psicológico, filosófico o estético. Es la experiencia, regalada por Gracia sobrenatural, del pasar de la desemejanza al Misterio de la semejanza con la Trinidad, de la desunión al Misterio de la comunión con los ángeles y los hombres, y del caos al Misterio del cosmos en Dios. No se trata de huir de las bondades del universo. Se trata de huir del anteproyecto de este mundo, signado por el mal físico; y que yace bajo el poder del pecado y del Maligno, signado por el mal moral. No amen al mundo ni las cosas mundanas. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 1 Jn 2, 5
    Es un despertar, una iluminación de fe, una Chispa de la Luz del Mundo Nuevo que ya está en el Resucitado. Babilonia la grande, la madre de las abominables prostitutas de la tierra se emborracha con la sangre de los santos y los mártires de Jesús. Nosotros, que somos el pueblo de Dios, tenemos que huir de esa ciudad que lucha contra el Cordero, para no hacernos cómplices de sus pecados. Ap 18, 4 Quien no encuentra el tesoro escondido del Reino quedará atrapado. Lo que muestra que no se trata de un mero cambio de lugares, vestidos o hábitos, horarios, edificios o costumbres, sino de una insondable profundidad del Amor que tiene que ver con los valores que definen el ethos monástico, llevando a la Pureza del corazón que vislumbra a Dios y su Reino. Esto queda claro ya que, habiéndose retirado Arsenio al desierto de la soledad y el silencio, oró de nuevo con idénticas  palabras. Y oyó una voz que le decía, Arsenio, huye, calla, aquiétate, hesicaze pues estas son las raíces de la impecabilidad. Sabemos que el nacido de Dios no peca, sino que el Verbo lo protege y el diablo no puede nada. 1 Jn 5, 18
    En el siglo III muchos cristianos, varones y mujeres, fermentados entre los ascetas y vírgenes consagradas, se hicieron anacoretas. Se retiraban de la ciudad y sociedad y vivían apartados ya sea en habitaciones adosadas a una Iglesia, fuera del pueblo, en bosques, y en los límites del desierto en tumbas que les servían de casa y fortaleza contra los maleantes. Estar en un sepulcro no era sólo algo práctico, sino un anuncio evangélico. Estaban muertos y sus vidas escondidas, encriptados con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la real Vida de ellos, entonces se manifestarán con Él, llenos de Gloria. Col 3, 1-4 Desaparecían amando a Cristo muriendo en el desierto, fugándose, callados y quietos como muertos. Conrresucitados con Cristo no buscaban más el mundo viejo, sino la Transfiguración por la Transubstanciación hacia la Resurrección universal del Reino. Se tomaban muy en serio la muerte próxima, con plena libertad y deliberación se entregaban a una muerte mística y morían antes de morir.
    Quien se sienta cómodo en este mundo, y haga de él su casa, no sirve para el monacato, sea enclaustrado o laical. Cuando la Trinidad lo llame a su Hogar, su incomodidad se hará insoportable. Dejándolo todo, morirá y entrará en la Dimensión monástica, aquella del perderlo todo por el Todo, ganando el ciento por uno. Desaparecer amando en el Desierto, hacia el Resucitado, será su Ley y su Gracia; tanto en el monasterio como en el supermercado.

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