lunes, 10 de septiembre de 2012

116. El monje aprende a escuchar Todo, callando: Sant 3, 1-11


    Una pequeña llama basta para incendiar un bosque. También la lengua es fuego, un mundo de maldad puesto en nuestros miembros, que contamina todo el cuerpo, y encendida por el infierno, hace arder toda la rueda de la vida humana. Nadie puede dominar la lengua, un flagelo siempre activo y lleno de veneno mortal. Después de huir o desaparecer, lo primero para el monje es callarse, otra forma sorprendente de desaparecer, del pecado a la Gracia, del desatino a la Sabiduría, de la mundanidad al Monasterio. San Benito coloca De taciturnitate después del corazón que escucha, propio de la obediencia. Nadie que no ha aprendido a escuchar podrá callarse. Y de la humildad, pues nadie que no sepa moderar el apetito desordenado de su propia excelencia y autoestima narcisista, captando su pequeñez y miseria en relación con Dios, los hermanos y el universo, se callará. El noveno grado de humildad es si el monje reprime su lengua para hablar, y callándose, no dice ni una palabra hasta ser preguntado, enseñándonos la Escritura que en el mucho hablar no se evita el pecado, y que el charlatán no prospera en la tierra. Prov 10, 19 y Sal 139, 12 Tacere, es no hablar, estar tranquilo reservado y silencioso, callar, omitir, guardar el secreto, no levantar la voz en risotadas zafias, hablar con suavidad gravedad y humildad. El sabio se da a conocer por las pocas palabras. Pitagorismo
    Enseguida de la fuga de la mundanidad, la Voz le pide a san Arsenio callarse. Es el milagro de alguien callado, sereno, en la alegría del Espíritu, que nos escucha con prudente discernimiento. Benito nos da la razón profunda. Por una parte la huida del pecado, Dios nos señala a través de Santiago, el poder mortífero y devastador de las palabras inútiles, groseras, hirientes e insultantes, la muerte y la vida están en manos de la lengua. Prov 18, 21 Por otra, dada la gravedad del callar, raras veces se concederá al discípulo perfecto licencia para hablar, porque hablar y enseñar incumbe al maestro, callar y oír conviene al discípulo. El Callar acoge el Hablar hacia el Crear del Reino. Con una vuelta de tuerca y caminando en puntas de pie nos adentramos en la Virgo audiens, quien concibe al Hijo del Padre de la Vida por el Espíritu Creador, debido a su obediencia de la fe, fiel discípula oyente y hacedora del Verbo Único Maestro. Entre los monjes obediencia espiritual a los hermanos, ya que la vida monástica es tradición transmitida de los maestros a sus discípulos.
     Hoy se busca más ser consentido, encontrar a alguien que me convenga y adule, no seguir la voluntad de un anciano sabio, sacramental de Cristo, sino la mía propia para mis conveniencias manipuladoras. Pero el monacato no se basa en la autoafirmación psicopática de mi yo cerrado, sino en la transfiguración en el Resucitado abierto a la Totalidad, por mediación de la comunidad eclesial guiada por el abad o abadesa. Se trata de la pleroforía, la gracia de una espléndida formación inicial y permanente vital, personal e institucional; incluyendo un buen padre o madre espiritual. Que desempeñe sus servicios con entero acierto. Estable en la búsqueda y enseñanzas de Jesús, que en su Misterio Pascual me abre a la Trinidad. Con continuidad bíblica magisterial y humanística, no haciendo zapping para deslumbrarme con idioteces. Que esté disponible para dialogar, tranquilo, sin cólera, sin rencor, amnésico a cuanto le cuente. Que no busque exhibirse, inmune a las adulaciones y a las agresiones y ataques. Perito en transferencias y proyecciones, contra transferencias y contra proyecciones. Que jamás atraiga hacia sí, sino hacia el Eterno Viviente.
    El Callar y el Silencio; aun ambiental, corporal, afectivo y mental es casi sinónimo de monacato universal. Se da en el hinduismo, budismo, taoísmo, sintoísmo, jainismo, judaísmo, cristianismo e islamismo, y en caminos actuales con saludable relajación y oración. Alejándonos de cualquier contaminación estilo New Age pelagiana, es bueno volver a meditar en católico, la obra de Johann Scheffler, mejor conocido por su seudónimo Angelus Silesius, 1624-1677 publicada en 1657, El Peregrino Querúbico, Cherubinischer Wandersmann. Considerada la más importante del misticismo europeo de esa época.
    Luterano, pasó a los 29 años al catolicismo. En 1661 fue ordenado sacerdote y sirvió en la Colegiata de San Matías de Breslau. Sumido en la pobreza, el ayuno y el ascetismo, murió a los 53 años. El Peregrino  Querúbico es una colección de aforismos en versos que recorren las sutiles paradojas del misticismo cristiano, la eternidad en el tiempo, relación entre Dios y el hombre, el abismo del Silencio de Dios, el desapego o vacío. Se inspiró en Jakob Böhme, Meister Eckhart, Juan Taulero, Blois, y Juan de la Cruz. La belleza de su poesía fue estudiada por Goethe y Borges, y su influencia se extiende a Schopenhauer, Wittgenstein y Heidegger. Calla querido, calla; si puedes quedarte callado, Dios te dará más bendiciones de la que puedas desear. La rosa es sin por qué, florece porque florece. Dios está por encima de todo; mejor no hablar mucho de Él; adóralo en el silencio. Cuando más conozcas de Dios, más confesarás que menos conoces de Él. Si quieres hablar del Ser de la Eternidad, rompe con todo hablar. Cuando piensas en Dios, le oyes a través de ti; cuando callas y estás quieto, entonces Él te habla a ti. Nadie habla menos que Dios; desde toda la Eternidad pronunció una sola Palabra. Por la misma Palabra con que engendró al Hijo, el Padre creó todo el universo. Tomás de Aquino    

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