domingo, 23 de septiembre de 2012


118. Misión de los fieles laicos de Cristo en el Reino, la Iglesia y el Mundo: Mt 20, 1-16



     Al caer la tarde el propietario salió de nuevo, encontró a otros y les dijo cómo era que se habían quedado allí sin hacer nada. Ellos le respondieron, nadie nos ha contratado. Les dijo, vayan también ustedes a trabajar a mi viña. El misterio bíblico de la viña alcanza su consumación en la Trinidad. El Padre es el viñador, Cristo la vid verdadera, separados de de Él nada podemos hacer, permaneciendo en Él y en su Cuerpo Místico que es el Pueblo de Dios, damos mucho fruto con la energía del Espíritu Santo. Los laicos de igual modo, están llamados a trabajar en su viña, a tomar parte activa, consciente y responsable en la misión de la Iglesia, indesligable del Mundo y el Reino de Dios.
    Nuevas situaciones sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy con fuerza inusitada la acción de los laicos que son la casi totalidad de la Iglesia en números y sin ellos toda la acción de los discípulos misioneros queda casi paralizada. Si el no comprometerse, el no te incomodes ni te metas es inaceptable, la urgencia de la nueva evangelización lo hace aun más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso. Los laicos son los fieles cristianos; a excepción de los clérigos, obispos presbíteros y diáconos, y de los religiosos varones o mujeres; que en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, y hechos partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y el Mundo su misión con una modalidad que los distingue sin separarlos de los clérigos y religiosos. Ese carácter es su índole secular cual constructores del Universo.
    En el Mundo son llamados por Dios y allí deben vivir implicados en todas y cada una de sus oraciones, estudios y trabajos, en la vida matrimonial familiar y social, profesional y apostólica de las que su existencia está entretejida. Llamados a gestionar las realidades temporales, ahí deben encontrar su santidad y transfiguración en el Hombre Celestial sin alejarse de la participación en los ministerios, oficios, funciones y carismas eclesiales ejercidos en la Palabra Liturgia y Caridad.
     Eso sí, como laicos y no cual clérigos o religiosos; pues nunca deben dejar sus tareas específicas en la familia, el trabajo, el descanso, la cultura y la comunidad internacional. Ni clericalización ni monastificación de los laicos, ni laicos perezosos desligados de todo compromiso eclesial. Ni toros clérigos ni vacas monjas. Pero tampoco despreocupados terneros mamones que esperan que todo lo hagan los clérigos y religiosos. Ya que la misión salvífica de la Iglesia es llevada a cabo no sólo por los clérigos que reciben el sacramento del Orden, ni por los religiosos con sus votos públicos y vida en común, sino también por los laicos en virtud de su Bautismo y Confirmación, y muchísimos de ellos de su Matrimonio.
   Tocamos una realidad delicada, que suele ser fuente de problemáticas y conflictos, tanto en las formas personales de participación laical, como en las asociativas, a saber, cuánto tiempo o dedicación debe darle el laico a su corresponsabilidad en la Iglesia misterio, comunión y misión. Tiene que mantener una armonía entre su gestión de las realidades temporales y Eternas. En las Asociaciones laicales es necesario que los variados compromisos fundamentales que asumen estén delineados en sus Estatutos, aprobados por los obispos o la Santa Sede. Luego se pueden hacer Directorios más concretos, por consensos de grupos o personas que pueden cambiar y actualizar según sus posibilidades, teniendo en cuenta las fases para asumirlos, los procesos individuales y la maduración formativa.
    No hay Comunidad eclesial, salvo las ocasionales y fugaces, que no implique cierta estructura institucional, enraizada en la Sociabilidad Alianza Encarnación y su prolongación en la Iglesia, y con ello un conjunto de compromisos, no pocas veces crucificantes, necesarios para su buen funcionamiento. El vigor espiritual de una Comunidad se manifiesta también por su robustez legislativa e institucional, su permanencia y fidelidad. Debido a la infinita variedad de personalidades y modos de vivir laicales es bueno que cada Asociación tenga el mayor número posible de distintos tipos de miembros con muy diferentes compromisos, la coordinación con la autoridad correspondiente y la forma rápida y eficaz de reemplazo. Una muestra hipotética puede ser, Eucaristía una o tres veces por semana, Laudes Vísperas o el Rosario y algún tipo de Meditación, Lectio Divina, siete horas de servicio semanales o las que puedan dedicar, reuniones organizativas mensuales, Encuentros anuales de formación permanente, y algún tipo de diezmo o centiezmo a favor de la Comunidad cuyo tesoro son los pobres.
    Pueden existir miembros consagrados, sin modificar su condición laical, al estilo de los Institutos seculares que sigan diversos consejos evangélicos con votos o promesas, y las Sociedades de vida apostólica en comunidad sin votos ni promesas. Miembros como los oblatos benedictinos o los laicos cistercienses, y grupos que se reúnen de manera atípica o una vez por año. Miembros que sólo sostienen con sus oraciones o sus bienes, o se adhieren a cualquiera de las otras Ramas hasta de forma virtual sin pertenecer a la Asociación privada, pública o civil, siendo católicos o cristianos de otras Iglesias, Religiones o Culturas también ateas, sin compromisos específicos. 
    Estamos ante el desafío de un mundo globalizado; si no ampliamos nuestras Carpas moriremos asfixiados. Nadie puede permanecer ocioso. Todos los miembros debemos asumir compromisos serios y fieles, por los que permanecemos vinculados en koinonía a las personas y actividades de la Asociación, no obstante la prueba desgastadora y devastadora del tiempo y la edad, las dificultades exteriores que inclinan nuestra debilitada estabilidad al cambio, al abandono, a la traición. Estamos llamados a trabajar hasta la muerte con gozo en la Viña del Señor resucitado.

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