viernes, 31 de agosto de 2012

114. Laicos cistercienses, un carisma monástico mariano vivido en el mundo: Ef 5, 8-20



    Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz, cuyo fruto es la bondad, la justicia y la verdad. Los fieles laicos y laicas, discípulos misioneros de Jesús Luz del mundo, son los católicos incorporados a Cristo por el bautismo en comunión con el papa y los obispos, que forman la inmensa mayoría del Pueblo de Dios, el 97 %. Su misión específica se realiza en el mundo pues con su testimonio contribuyen a la transfiguración de las realidades y a la creación de estructuras más justas según los criterios del Resucitado. El ámbito propio de su acción es el vasto y complejo entramado del amor, el matrimonio y la familia, la educación, el trabajo, la sociedad, la política, la economía, la cultura, las ciencias y las artes, los medios de comunicación social, los sufrimientos y males que azotan a la humanidad, y  la comunidad internacional.
    Tienen una verdadera vocación o llamado de la Trinidad para dedicarse, con entusiasmo y ante todo, a ese envío tan propio; y luego, en la medida de lo posible y sin descuidar en nada su especificidad, participar en la acción pastoral y misionera de la Iglesia en cualquiera de sus tres dimensiones, Palabra Liturgia Servicio. Necesitan en consecuencia, de una sólida formación doctrinal, pastoral y espiritual, para que con espíritu de comunión y participación con los clérigos y consagrados, que somos poquísimos, nos entreguemos todos juntos a la nueva evangelización que hoy es imposible realizar sin la colaboración contemplativa y apostólica de los laicos; quienes están con todo su ser en el mundo pero con un pie en la Iglesia y el otro en el Reino. Así, de una u otra forma han existido laicos que en relación más o menos estrecha con una comunidad monástica han encontrado inspiración y soporte a su vocación laical. Sobre todo desde el siglo IX como empleados más o menos comprometidos; luego como consagrados religiosos, las hermanas y hermanos legos o conversos a quienes va nuestro más sentido agradecimiento, unificados en 1964 para que todos fuéramos monjes; los oblatos y las hermanas externas; y hoy otra vez con cientos de empleados.
    Entre los trapenses hace unos 30 años algo nuevo se ha desarrollado, en especial desde el Capítulo General de Holyoke en 1984. Laicos que se sienten llamados a integrar en su vida familiar y profesional, los valores más fundamentales de la vida cisterciense. Se agrupan en comunidades laicales pluralistas, vinculados de común acuerdo a un monasterio autónomo de monjas o monjes. Hoy tenemos unas 70 comunidades y 1.300 asociados alrededor del mundo. Teniendo en cuenta que somos una partecita de la Familia benedictina, con 169 monasterios, 97 con 2.080 monjes y 72 con 1730 monjas en 44 países, los laicos son ya un tercio y es factible que pronto nos superen. Han realizado 5 Encuentros Internacionales, en Quilvo, Chile 2000; Conyers, EU 2002; Grange de Clairvaux, Francia 2005; Huerta, España 2008 y New Mellery, EU 2011. Hay un Comité de Coordinación Internacional de tres miembros; Dom Armand Veilleux, abad de Scourmont en Bélgica es el enlace con la OCSO; y un hermoso sitio web en www.ocso.org, con seria interacción y documentación.
    La vocación laica cisterciense es una llamada personal a vivir en cierto grado de comunidad cual don de la Totalidad de Cristo. Es una llamada a ser testigos alegres de Jesús y de su Iglesia, en el mundo, dando un testimonio orante y contemplativo, con una vida definida por los valores propios del carisma y teología cisterciense, guiada por la Regla de San Benito, una de las formas de concretizar el Evangelio, así como por nuestros Padres y Madres cistercienses. Es un camino de conversión continua que conduce a profundizar en la gracia del bautismo, la confirmación y la Eucaristía desarrollando la fe en esperanza y amor. Llegar a ese Lugar no lugar que todos llevamos, donde nos abrazamos con las Tres Personas, los seres humanos y el cosmos en comunión pascual sobrenatural. Es posible adaptar la espiritualidad cisterciense a la vida de un laico, aunque son dos formas distintas de vivirla, monástica y laical, ambas complementarias. Ello pone de manifiesto la universalidad de los carismas del Espíritu. Algunos laicos encuentran en la espiritualidad monástica un modo de vivir en el mundo con mayor entrega humanística y espiritual, pues el carisma cisterciense puede y debe ser vivido fuera del monasterio, aún cuando esto conlleve temores y esperanzas que nunca faltarán.
    Hay sana diversidad en las prácticas de la vida laical cisterciense, pero si bien las formas pueden ser diversas, se utilizan parecidos caminos para una única meta, la pureza de corazón, y un mismo Fin el Reino de Dios. Los valores y las prácticas cistercienses, la politéia monástica, son una búsqueda sin fin de la Trinidad en el Verbo encarnado, enamorados de Cristo, los hermanos y el lugar; un sendero de liberación y transfiguración; que puede ser incorporado, adaptando lo que sea necesario adaptar, a la vida de los laicos. Orantes y contemplativos, centrados en la Misa y la Liturgia, la Lectio Divina, y el trabajo productivo; la obediencia de la fe, la humildad, el silencio la soledad y el diálogo; la simplicidad y austeridad; el equilibrio armonía y disciplina cotidiana en oración acción y descanso; la hospitalidad servicio a los pobres y estabilidad en formación permanente; la Virgen y la Iglesia, el ecumenismo, el diálogo interreligioso, la belleza y el arte, sin anteponer nada al amor de Jesucristo el Monje Pastor del Mundo entero.  

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