119. Apostolado laical, Nueva
Evangelización, y primado de la fe: Jn 11, 18-27
Betania distaba de Jerusalén unos tres
kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y María por la muerte
de su hermano Lázaro. Estos tres hermanos pertenecen a los adeptos de Cristo. Jesús, al iniciar su
misión, se rodea de una gran cantidad de colaboradores con quienes forma
la Familia de Dios. Siendo el Verbo
del Padre, no obstante, su humanidad y su tiempo son limitados. Sin asociados su
apostolado se vería cercenado al máximo. Con su carismático poder propositivo
pone en marcha un Movimiento de hombres y mujeres de las más diversas categorías.
Son los comienzos de la Iglesia. Los estudiosos del Jesús histórico y los
Orígenes del cristianismo distinguen al menos cuatro grupos. Las muchedumbres a
quienes se dirigía la misión evangelizadora; los adeptos, sedentarios o laicos comprometidos que permanecían en
sus casas y familias gestionando los bienes de este mundo pero acogiéndolos a
Él y sus discípulos, permanezcan en la
casa que los aloje; Lc 9, 4 los seguidores, como los 72 discípulos y otros, de alguna manera los consagrados; y los Doce o los clérigos, que recibirán el Sacramento
del Orden en la Última Cena de las primeras vísperas del Viernes Santo.
Esta estructura evolucionada, todos con la misma dignidad pero con
distintos servicios, ha permanecido hasta hoy. Sin embargo da tristeza comprobar, o da la sensación, que
los laicos no tendrían una vocación y ministerio laical específico, otorgados
por el mismo Trino Dios que los llama y envía; sino que serían sobrantes que no se animaron al
sacrificio y entrega de los clérigos y religiosos. Es muy diferente lo que nos
dice la Revelación. Los laicos tienen una vocación propia, buscar el Reino de
los Cielos, ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según el
proyecto redentor del Espíritu. Ellos se encuentran en la línea más avanzada de
la vida de la Iglesia. Por ellos la Iglesia es el principio evangélico del
matrimonio y la familia, de la sociedad, del trabajo, de las escuelas y
universidades, del arte, de la economía y la cultura mundial. Tanto como los
clérigos y los religiosos, ellos están encargados, según su índole secular, de
servir para que el mensaje de Liberación en Cristo sea conocido y recibido por
todos los hombres. Obligación tanto más importante cuanto que millones de seres humanos no accederían al Evangelio sin su apostolado. Y sin ellos la
misión de los pastores y religiosos, de por sí poquísimos, no alcanzaría su
eficacia, y la nueva evangelización sería un sueño irrealizable.
Todo
apostolado laical tiene que retomar el Camino del Primado de la fe como fundamento de la vida espiritual y de la
posibilidad de vivir con gozo en comunidad. Y es aquí donde enfrentamos un
desafío de primer orden. No obstante los esfuerzos
hechos en estos últimos 50 años, da la impresión que la educación a una fe teologal adulta se encuentra sólo en
los comienzos. Los obstáculos en la transmisión de la fe son análogos en todas
partes. Los hay internos a la vida cristiana, como una fe vivida en modo
privado y pasivo; la inadvertencia de la necesidad de una educación permanente
de la propia fe; una separación entre fe y vida. Y otros que vienen desde
afuera de la vida cristiana, en particular de la cultura, y hacen difícil la
vida de fe y su transmisión, el consumismo y el hedonismo; el nihilismo y
devocionismo; la cerrazón a un Dios que nos salva y nos sana. Se perciben
también signos de un futuro mejor, que permiten entrever un renacimiento de la
fe. La existencia de iniciativas de una formación seria, así como también el
surgimiento de comunidades, grupos o
movimientos que dan a la fe el primado que le corresponde. Esta experiencia de
fe en la Encarnación del Verbo que me hace vivir su misterio pascual y me
sumerge en la Trinidad, tiene un efecto transfigurador, un aumento de la
calidad de la vida en comunión, y una maduración
de las personas que forman parte de ella.
En absoluto es necesario que cada fiel laico
tenga una viva conciencia de ser un miembro de un Cristo Verdadero, Serio no infantiloide, y de su Iglesia; a quien se le ha
encomendado una tarea original, insustituible e indelegable, que debe llevar a
cabo para el bien de todos. De ahí la absoluta necesidad de compromisos apostólicos asumidos en
forma deliberada y libre, de cada católico en singular. El apostolado personal del
discípulo misionero laico es la forma primordial y la condición de todo
apostolado laical, incluso del asociado,
y nada puede sustituirlo. A este testimonio apostólico capilar, incisivo y
constante, siempre y en todas partes provechoso, y a veces el único apto y posible,
están llamados y obligados todos los laicos cualquiera que sea su condición,
aunque no tengan posibilidad de colaborar en la Asociaciones. Jesús necesitó de los hermanos de Betania. Él mismo nos
pedirá amorosa y justa cuenta de cómo habremos realizado aquellas
buenas obras que Dios preparó de antemano para que las practicáramos, Ef 2, 10 con
los talentos que nos concedió. Mt 25, 14-30
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