sábado, 5 de noviembre de 2011

46. Místicas y profetas abriendo la Puerta de la fe: 1 Cor 12, 8-11


    El Espíritu da a uno la Palabra de sabiduría. A este le da el don de curar y a aquel el don de profecía. Con toda naturalidad se habla de los profetas en las comunidades cristianas primitivas, que se ponen así en continuidad con la tradición profética de la 1º Alianza. Opino que esto no ocurre ya hoy. Si nos llaman profetas es que somos raros, disconformes y sospechosos de no estar adheridos a los sucesores de los apóstoles, que están antes que los profetas. 1 Cor, 12, 28 Primero los apóstoles, luego los profetas y después los que enseñan. Viene de sí que todos los bautizados, y más los clérigos, tienen una función profética, pero aquí hablamos de ese carisma diferente, que nunca ha faltado en la historia del judeocristianismo, que transmite un mensaje de parte de Dios y que puede ser aceptado o no, a veces después que el profeta ha muerto o ha desaparecido como Henoc, de quien desciende Jesús, hijo de Adán e Hijo de Dios. Lc 2, 37-38; Gn 5, 21-24  
    La palabra profeta en griego significa hablar antes, en nombre de, o manifestar una predicción por inspiración divina a partir de los signos de los tiempos. En hebreo, nabí es llamado por Dios. En todos los pueblos, de una u otra forma, existen hombres y mujeres que son reconocidos aptos para recibir mensajes del Cielo. En la Biblia tomarán una característica especial. Se trata de un carisma bien definido, distinto de otros, que da a conocer al que se le regala lo que nunca podría por sus propias fuerzas y su fin es único, aunque presente diversos aspectos a lo largo del tiempo, proclamar por iluminación del Espíritu, el Proyecto de salvación y curación de Dios Padre para la historia, en Cristo.
    Por otra parte, el profeta tiene su lugar peculiar dentro de los tres Canales que nos transmiten ese Proyecto. La Ley de los sacerdotes, el consejo de los Sabios y la Palabra de los profetas. Jer 18, 18 El profeta no es un adivino que predice el futuro por el vuelo de los pájaros, las entrañas de los animales muertos o las cartas del Tarot; sino alguien que entra por gracia en contacto con la Verdad de Dios y nos habla para que la captemos hoy y en el futuro, pues nuestra fe está orientada por la esperanza y el amor hacia el Futuro Absoluto.
    Aún cuando son carismas separables, no es extraño que Pablo nombre antes de la profecía, la palabra de sabiduría, Lógos sofías  un regalo místico que nos permite experimentar el Misterio de Dios, y algo de sus insondables designios, guardados en secreto desde la eternidad y que se manifiestan por los escritos proféticos. Rom 16, 25-27 Antes de hablar, el profeta tendrá que comulgar y digerir el Cuerpo Libro que el mismo Dios le dará. Ese Dios que hablaba cara a cara con Moisés, como lo hace un hombre con su amigo, aunque podía ver sólo su espalda, no su Rostro. Ex 33, 11 Nunca más surgió un profeta igual a Moisés, Deut 34, 10 hasta que llegó el Profeta que debía venir al mundo, el Verbo hecho carne. Jn 6, 14 De ahí que todo profeta verdadero debe estar en comunión con el Sinaí y el Tabor; explicitando cada vez con mayor creatividad y dinamismo la Palabra de Dios, al Infinito mayor que toda palabra humana, la Buena Noticia de Jesús. Porque el mundo escéptico y pesimista no escucha a profetas de calamidades, ni a maestros intelectuales, sino al Gozo del Evangelio.
    Abrir la Puerta de la fe implicará también reencender el carisma profético. La Iglesia no tiene su único punto de referencia en los apóstoles y sus sucesores, que es el carisma supremo para discernir y decidir en el amor, sino que estamos edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es Cristo. Ef 2, 20 y 4, 11 Profetismo que no debe ser institucionalizado, lo que no significa que los clérigos no sean profetas, sino que además de ellos la Trinidad tiene plena libertad para suscitar  mujeres y hombres carismáticos, dentro y fuera de la Iglesia, para que nos zamarreen, despierten y nos hagan emprender nuevos caminos de liberación en el Resucitado. Dios no se ata las manos con nadie. Bástenos con mirar a María en su Magnificat, Amiga de Dios y Profetisa. Elizabeth Johnson, Verdadera hermana nuestra Y al monacato surgido de profetas, santos y santas, que desde la Palabra renovaron a la Iglesia y el Mundo. Hasta el punto que es dado encontrar detrás de cada gran teólogo o legislador monástico a una mística o a un profeta iluminados, en directo como Pablo, por la Luz del Resucitado.

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