jueves, 25 de agosto de 2011

3. El Corazón de Jesús libera del mal deseo y hace querer el bien para todos: Jn 13, 21-30



    El discípulo al que Jesús amaba estaba en la mesa recostado en el seno, kólpo de Jesús. Y reclinándose sobre el pecho, stêthos de Jesús le preguntó quién era el que lo iba a traicionar. Este hecho nos muestra como la Iglesia, representada por el discípulo amado, contrapartida de Judas, al ser impulsada por el Espíritu a recostarse en el seno de Jesús, como Él lo está en el seno del Padre, queda inhabitada por las Tres Personas y se adentra en Ellas. Al mismo tiempo, como explica Rolheiser, cuando colocamos la cabeza sobre el pecho de otro, nuestro oído está junto a su corazón y hasta podemos oír su latido. Por eso Juan con su oído junto al corazón de Jesús, escuchando su latido y, desde esa perspectiva, mirando hacia afuera, hacia el mundo, expresa al discípulo ideal, aquel que está en sintonía con el latido del Corazón de Cristo y ve el corazón del mundo con esa música de Amor en su oído.
    El 27 de diciembre de 1673, día de san Juan evangelista, Margarita María de Alacoque, 1647-1690 con 26 años de edad y uno de profesa simple, estaba arrodillada ante el Santísimo Sacramento expuesto en la iglesia. De pronto el Resucitado la hizo reposar largo tiempo sobre su pecho, en el cual descubrió las maravillas de su amor y los secretos inenarrables de su Corazón. Luego le pidió el corazón de ella y lo colocó en el suyo, de donde lo sacó como una llama encendida en forma de corazón, poniéndolo en el lugar de donde lo había jalado. Las revelaciones privadas a Margarita se entrelazan con las públicas de la Biblia y con la Tradición sobre la pureza de corazón. La Biblia es el mismo Corazón de Jesús en palabras.
    Y el corazón puro es participar en el Corazón de Jesús, liberados del pecado. Sin olvidar que también entre los santos se da el pecado, realidad muy consoladora para nosotros, pues vemos que no cayeron del cielo sino que se hicieron. Fueron hombres y mujeres con no pocas complicaciones. Pues la santidad no consiste en no equivocarse o en no pecar nunca, sino que crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disponibilidad para volver a comenzar, y sobre todo con la capacidad de reconciliación, de perdón y reparación.
    Necesitamos que el Espíritu ilumine nuestro corazón y lo haga una llama pentecostal, como las que están sobre el Corazón de Jesús y transfiguraron el de Margarita, ya que nuestros pecados forman un intrincado laberinto de malos deseos tenebrosos, RB 7, 24 del que no saldremos del todo sino al entrar en el cielo. Así la clausura es pascual, un paraíso que surge del aislamiento torturante de Jesús agonizando en la cruz. Puede contagiarnos la fiebre del encierro, reacción claustrofóbica factible cuando varias personas se encuentran encerradas juntas durante un tiempo prolongado. Suele exteriorizarse como aversión a la gente con quien uno se encuentra encerrado. En casos graves puede llegar a alucinaciones y violencia, a encontronazos y corajes por motivos tan triviales como una comida mal preparada o una discusión sobre a quién le toca lavar los platos. S. King, The Shining Keating nos aconsejaba caminar por los bosques y estar alertas cuando la nieve bloqueaba en invierno, nuestras caminatas durante meses en Spencer. Es necesario tener espacios de paz.
    Esta aversión claustrofóbica puede engendrar amarguras y angustias emparentadas con la codicia, los celos y las envidias, que nos lleva al umbral de la muerte de la alegría espiritual y nos sumerge en el detestable vicio de alegrarnos con los fracasos y sufrimientos de nuestros hermanos, o entristecernos por sus éxitos y bienestares; y hasta no bendecirlos ni interceder por ellos y ponerles zancadillas a sus pasos, gozándonos al verlos caer y padecer.
    La impureza de varios logismoi se ha colado en nuestro corazón. Podemos llegar al extremo de desear el mal, odiando a nuestro monasterio o a comunidades e instituciones de la Iglesia. Ya no miramos al mundo desde los latidos del costado abierto de Jesús. Judas, huyendo solo y traicionero en la noche, ha tomado el lugar de Juan. Varias veces por día tenemos que hacer actos de amor, queriendo lo mejor para nuestros prójimos, bendiciendo a todos, y abrazando al Mundo entero en el Único Corazón Puro, el de Jesús, hagnós. 1 Jn 3, 3   

No hay comentarios:

Publicar un comentario