jueves, 25 de agosto de 2011

6. Conviviendo con los discípulos de Emaús: Lc 24, 13-35




    Nosotros esperábamos que fuera él quien liberara a Israel, pero ya hace tres días que lo crucificaron. Y Jesús les interpretó, dierméneusen todas las Escrituras que hablan de Él. Se quedó con ellos, partió el pan y se los dio. Nuestro corazón ardía mientras nos abría, diénoigen las Escrituras. Regresaron a Jerusalén, y los Once les dijeron, es verdad, el Señor ha resucitado y se apareció a Simón. Lucas al narrarnos la Buena Noticia de Jesús que se expande por un Camino que va de Jerusalén a Roma y hasta el fin del mundo, nos ilumina el proceso de este Camino y cómo está necesitado de signos visibles para reconocer al Resucitado desaparecido. Mc 16, 12-13 La narración es el tejido de la historia de la Salvación.
    Gran número de textos bíblicos son narrativos. La Primera Alianza es una historia de salvación cuyo relato eficaz se convierte en substancia de profesión de fe, liturgia y amor servicial; y la Nueva Alianza no es sino la secuencia narrativa que esclarece la vida, pasión, muerte, resurrección y retorno final del Resucitado. Por el análisis narrativo hecho en la Iglesia, Jesús nos muestra que sale a nuestro encuentro para dialogar con cada uno de nosotros, pues el ser humano ha sido creado, redimido y glorificado por la Palabra y vive en ella. Estamos llenos de desilusiones; no nos entendemos a nosotros mismos si Jesús no nos abre el sentido de la Biblia; nos revela nuestra interrelacionalidad pascual en la Trinidad; y nos ayuda a resolver nuestros conflictos por la Palabra, los Sacramentos y la Comunidad.
    Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras. Fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras. 1 Cor 15, 3-4 Dejó huellas razonables de su resurrección, pero si la Trinidad no nos abre el sentido supremo de la Biblia tampoco se nos abrirán los ojos para experimentarlo como el Eterno Viviente y Hombre con 2017 años de encarnación. Las perplejidades irán en aumento sobre qué debe hacer el Mesías para liberarnos, pero no acertaremos con su desconcertante proyecto, hay que sufrir y morir para entrar en la Gloria. Las Escrituras son como las especies de Libros que por inspiración contienen a Jesús, quien hace arder nuestros corazones cuando nos las abre, como el exégeta, exegésato del Padre Jn 1, 18 pues podría estar siempre cerradas, por el velo, kálymma que nos enceguece 2 Cor 3, 12-16
    Quédate con nosotros porque ya es tarde y el día se acaba. Sí, todo se nos está haciendo sombras y tú, Luz transfigurada, nos deslumbras. Porque Él ha querido que además de hacerse visible al darnos de comer y beber la encartación de su Verbo, se nos visibilice su Persona encarnada al comer y beber la transubstanciación del pan y el vino en su carne y sangre resucitados. No nos da sólo sus palabras de amor, también se nos da como el esposo a la esposa todo entero en su cuerpo, alma y divinidad. Penetra en nosotros, nos come, nos bebe y nos diviniza; y desaparece amando, áfantos ya que tiene otra Energía presencial.
    Y así nos injerta otra vez en la comunidad de Jerusalén, de la que andábamos huyendo. Porque allí Jesús también se visibiliza pues es inseparable de su Cuerpo místico, informado por la jerarquía apostólica que debe confirmar la legitimidad de toda experiencia mística o carismática. La comunidad eclesial es como un sacramento del Resucitado, signo e instrumento de su unión con los seres humanos. No son los discípulos de Emaús los que proclaman la resurrección, sino los apóstoles cum et sub Petro. Los discípulos sólo narran la experiencia que han tenido en el Camino, y cómo lo habían reconocido, en el Libro, en el Sacramento y en la Comunidad; cuando Jesús se lo ha explicado en el Espíritu Santo.
    Jerusalén es el lugar de la revelación de Dios, Deut 12, 5 y del Dios crucificado, que hace de nuestras muertes el combustible de la Vida. Pero podemos llegar a desilusionarnos de esta revelación tan dramática e incomprensible, como les pasó a los discípulos de Emaús. Es imposible convivir en comunidad sin enamorarnos del Resucitado profeta, liturgo y pastor.


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