viernes, 19 de agosto de 2011

1. Convivir en las cinco transfiguraciones de la vida de Jesús: Hech 1, 3-11




    Después de su Pasión, Jesús se manifestó a los apóstoles dándoles pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios; asegurándoles que recibirían la fuerza del Espíritu Santo para ser sus testigos hasta los confines de la tierra. Del fracaso de su ministerio y Pasión, Jesús pasa a la Resurrección, Ascensión y envío del Espíritu. Así asumió en su espiritualidad un arquetipo universal de su creación, estar en constante transformación, hecho parábola en la semilla que muere y da fruto y en la ley de Lomonósov-Lavoisier nada se pierde, todo se transforma. De ese modo busca nuestra transfiguración paulatina en hijos del Padre; por un proceso en el Espíritu con sus bienaventuranzas, en una comunidad de discípulos misioneros, que no separan el Reino de la Iglesia y el Mundo. La vida monástica centrada en la Trinidad se fijó como meta la Transfiguración tabórica, a través de la Transubstanciación eucarística, hacia el fin de la Resurrección universal, así se mantiene el sentido, la esperanza y la vitalidad, sin que este proceso quede aislado de la Cruz, pues toda transformación exige una ruptura de la forma para pasar a la supraforma.
    Es importante que rescatemos este aspecto del Evangelio de su Vida que nos regala  pautas de convivencia espiritual. 1. Encarnación – Nacimiento – Infancia y adolescencia. 2. Juventud escondida – Autoformación – Trabajo. 3. Bautismo – Tentaciones – Muerte de Juan. 4. Buena Noticia del Reino que cambia todos los valores – Transfiguración – Rechazo  y abandono. 5. Eucaristía – Pasión y Cruz – Resurrección; que será Presencia en medio.
    Antes que nada, el desarrollo de la humanidad de Jesús no es algo sólo natural, junto al proceso creacional y transfigurándolo todo, está el proceso portentoso de la divinización de su naturaleza humana que ya desde el seno de María se une en la única Persona del Verbo, el concebido por el Espíritu, es el Hijo del Padre. La Trinidad ha hecho su máxima Morada en su cuerpo por la encarnación. De ahí la enorme importancia de sus orígenes que no son  mitos sino historia real en teología; y que su nacimiento sea una epifanía con ángeles, luz celestial, estrella, magos, profecías de signo de contradicción y redención. Su infancia un desarrollo en sabiduría y gracia santificante; y su adolescencia un escuchar y preguntar a los doctores de la Ley en la Pascua del Templo, y en la escuela de María y José.
    Esto no quita que su divinización o Théosis sea al mismo tiempo un proceso de humanización de Dios, tanto como kénosis o vaciamiento cual expresión suprema de que el misterio del ser humano no está en él mismo sino en las Tres Personas de Dios en él; como que al asumir una carne de pecado, sin pecar en medio de pecadores; esos signos prodigiosos de divinización queden disimulados por la limitación, los pocos que los percibieron, la matanza de inocentes, el exilio, la juventud y primeros años de adultez en el más riguroso escondimiento, pobreza, autoformación y trabajo en humilde transfiguración.
    Su bautismo, tentaciones en el desierto y la muerte del Bautista, serán otra poderosa iluminación trinitaria transfigurativa. El campesino carpintero de Nazaret inicia un nuevo proyecto distinto del de Juan que era el juicio purificador de Dios, y hace irrumpir no su ira de Fuego sino el amor compasivo y misericordioso del Padre por todos los seres humanos, justos o pecadores. El Reino de Dios ha llegado, hay que convertirse al Salvador del mundo. Pero al delirio entusiasta de los inicios, seguirá otra kénosis más profunda. De ser el profeta del Cielo Nuevo y la Tierra Nueva, sanador y defensor de los pobres, de la lucha no violenta por la justicia social que implanta la Vida plena; Jesús entrará en conflicto, sobre todo con los fariseos, las autoridades religiosas y políticas, y el poder del imperio romano. De ahí su Transfiguración en el Tabor, ante el rechazo y el abandono de tantos.
   Y por eso la última Cena, la transubstanciación del pan y del vino, el horror de la crucifixión y su transformación definitiva, el Resucitado, para terminar con su Ascensión o Desaparición, Áfantos de Emaús y Enénu de Henoc Gen 5, 24 porque Dios Uno y Trino se lo llevó para transfigurarlo en una Presencia o Cuerpo Espiritual Vivificante para la Liberación Total. 1 Cor 15, 42-49       



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