131. Enseñar
a cuidar de los que están muriendo: 1 Re 1-2
El rey David estaba viejo, muy avanzado en
años, y por más que lo abrigaban no entraba en calor. Sus servidores buscaron
una joven hermosa, Abisag la sunamita, para que lo sirviera y cuidara de él,
durmiera entre sus brazos y así entrara en calor. Ya próximo a su muerte hizo
varias recomendaciones a su hijo Salomón. Y David se fue a descansar con sus
padres. Lo enterraron en la Ciudad de David. Dios siempre busca aliviar y consolar el
final de la vida, cual parte integrante de nuestro proceso vital de pecadores
arrepentidos. Nos pide aprender no sólo el arte de envejecer, tal vez la fase
más difícil del arte de vivir, sino a cuidar de los moribundos. Cuando ya no hay nada que hacer, es
cuando más ayuda necesitamos, para acabar nuestra peregrinación y salir de este
mundo, yendo al Hogar de la Trinidad, ven
hacia el Padre.
Hay
que recalcar que el moribundo está vivo, a punto de emprender su salto a la
Vida Eterna. Hay que revalorizar estos últimos instantes o días con los
cuidados que le aseguren el bienestar somático, psíquico y espiritual, con un
acompañamiento terapéutico, humano y vigilante, competencia profesional y
cariño que alejen el abandono, el menosprecio y cualquier sufrimiento inútil. Hoy,
con el envejecimiento cariacontecido y sosegado en nuestros monasterios,
debemos plantearnos la necesidad de una buena enfermería y de monjas y monjes
enfermeros profesionistas, formados también en los aspectos médicos,
deontológicos, institucionales, económicos y religiosos; que conlleva atender a
los que moribundos, que mueren entre nosotros o en un Hospital, donde ya por
leyes estatales el cuidado del enfermo se amplió al cuidado del moribundo.
No
se trata de manera única del conjunto de los medios higiénicos, terapéuticos y
dietéticos; sino del care, del cuidar
del final del otro, de tener cuidado
de la persona que se está muriendo, y apela a otros valores éticos y espirituales
que se deben aprender. La computadora puede determinar varios tratamientos,
pero no respetar mi intimidad y pudor, acogerme, sostenerme, escucharme, animarme
a entregarme como se entregó Jesús. Quien no está evangelizado no puede
evangelizar, quien no posee ideas claras sobre su propia muerte no puede cuidar
de mi muerte.
El
que cuida debe aprender a hacer acabar bien al moribundo, con cuidados tales
como el confort, posición en la cama o el sillón, la estética que no es ningún
lujo sino la revalorización del cuerpo que se extingue y deforma, la higiene
sanitaria diaria en especial si no hay contención, el movimiento óseo muscular,
las comidas, los medicamentos sin exagerar con opiáceos y analgésicos que lo
dejan inconsciente sin necesidad, los paseos y toma de aire y sol, los contactos
familiares y sociales, la espiritualidad y sentido vital, logoterapia, del sufrimiento y de la muerte.
Hay
que enseñar a abandonar este curso de la historia para iniciar otra historia, la del alma inmortal
antes de la resurrección, sin cortar y más
allá de esta historia terrena. Implica hacernos conscientes de que el
pecado del mundo, la no aceptación de Jesús, con los pecados original personal
y estructural; me han quitado la capacidad de integrar mi muerte o Pascua hacia el Padre, en mi existencia;
de tal forma que no veo la muerte como un proyecto estupendo de Dios quien me
recoge con ternura de este mundo pasajero a la Patria de la Trinidad. Proyecto
al que me acoplo por Gracia en obediencia de fe, esperanza y amor. Ese hubiera
sido el Paso de Adán y de todos, si
no hubiéramos pecado. Es el Paso que da Jesús. Se entrega en libre obediencia
al designio del Padre, y con la energía del Espíritu, alcanza la perfección de
su humanidad en su Resurrección.
Gran cantidad de muertes, sufrimientos tribulaciones fracasos, nos van
alcanzando a lo largo de la vida, y la muerte es sin regateos nuestra suprema
vocación. Dios nos llama con inexorable parsimonia, y lo único que nos queda es
escuchar la voz de su llamada y
seguirlo, tú sígueme. Jn 21, 22 Ahí experimentamos nuestra
fragilidad, limitación y finitud. La muerte no es una puerta giratoria sino una
portentosa, misteriosa e inimaginable transfiguración sin retorno. De ahí el
miedo y la esperanza que conlleva, y Jesús
comenzó a sentir temor y angustia, y dijo mi alma está triste hasta la muerte.
Mc 14,
34 Con mayor o
menor intensidad sentiremos el pavor de la muerte.
Bajo el pretexto de amar la vida, el hombre se aparta de la muerte, y huye del enfrentamiento con ella. Pero la vida de la que se expulsa a la muerte es una vida falsa y truncada. La religión puede ser esta huida, del mismo tipo que la droga. Así se acusa a la fe de disfrazar a la muerte y su aspecto trágico con la perspectiva de una vida mejor. La ligereza del creyente, dogmático o ingenuo, puede a veces avalar esta hipótesis; pero la fe en sí misma no lo ha hecho. Burucoa, Jean Marie, El camino benedictino, Verbo Divino, Navarra, 1981, 172 p.
De ahí la importancia de lo que nos dicen la ciencia, la filosofía, el arte y la literatura universal, junto a la Biblia, sobre la muerte. Los ateos, los suicidas, los artistas angustiados, los enfermos mentales, los desesperados, los condenados a muerte y los delincuentes son también parte nuestra. No hay Eucaristía sin los lozadales que se purgan en el Sacramento de la Confesión. El sacerdote tiene en profundidad una de las vivencias más dramáticas del claroscuro del existir y desaparecer humanos, en este planeta por donde pasa presurosa, gozosa y doliente, la sombra de nuestro brevísimo peregrinar.
Bajo el pretexto de amar la vida, el hombre se aparta de la muerte, y huye del enfrentamiento con ella. Pero la vida de la que se expulsa a la muerte es una vida falsa y truncada. La religión puede ser esta huida, del mismo tipo que la droga. Así se acusa a la fe de disfrazar a la muerte y su aspecto trágico con la perspectiva de una vida mejor. La ligereza del creyente, dogmático o ingenuo, puede a veces avalar esta hipótesis; pero la fe en sí misma no lo ha hecho. Burucoa, Jean Marie, El camino benedictino, Verbo Divino, Navarra, 1981, 172 p.
De ahí la importancia de lo que nos dicen la ciencia, la filosofía, el arte y la literatura universal, junto a la Biblia, sobre la muerte. Los ateos, los suicidas, los artistas angustiados, los enfermos mentales, los desesperados, los condenados a muerte y los delincuentes son también parte nuestra. No hay Eucaristía sin los lozadales que se purgan en el Sacramento de la Confesión. El sacerdote tiene en profundidad una de las vivencias más dramáticas del claroscuro del existir y desaparecer humanos, en este planeta por donde pasa presurosa, gozosa y doliente, la sombra de nuestro brevísimo peregrinar.
Deben
enseñarnos la seriedad paradójica y la confianza amorosa de las últimas palabras del Hijo, Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu. Lc 23, 46 Y con David, despidiéndonos de
quienes nos cuidaron, porque solos responderemos a esta última llamada,
alcanzaremos el Descanso Eterno, en el Padre con nuestros padres, enterrados en
el cementerio y en el Cielo, hacia la Parusía del Señor en la Nueva Jerusalén. Sin olvidarnos que el lenguaje humano en que se expresa la Revelación, proveniente de la Trinidad Inefable Infinita, nos sobrepasa en todas las explicitaciones que le vamos dando en evolución homogénea, y que hoy necesitamos con urgencia nuevas expresiones debido a la complejidad y analogía en las
ciencias en sus aspectos teoréticos, metodológicos, epistemológicos, y en su
relación con el arte y la fe.
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