domingo, 11 de noviembre de 2012


129. Meditar qué clase de buena muerte desearía para mí: 2 Tim 4, 6-8



    Yo estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida es inminente. He peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe y amé su Epifanía o Manifestación gloriosa. Sea la momentánea liberación de la prisión, o la muerte; lo cierto es que Pablo ya está entre la vida y la muerte; su muerte es más que previsible y el desmoronamiento hace progresos. Será decapitado por el Evangelio. No sabemos si la gracia del martirio nos será concedida, lo que sabemos es que de una u otra manera pronto moriremos.
   Es necesario recorrer un largo camino para asumir nuestra muerte, y acompañar la vida terrenal lo mejor posible, hasta nuestro deceso. Según Hazlitt ser joven es ser un dios inmortal. Aunque el joven vea morir y sienta ramalazos de terror ante su propia muerte, la patea hacia adelante, a él le falta mucho y tal vez no morirá. Es la diferencia entre juventud y ancianidad, entre inmadurez y madurez, entre las fantasías que empacamos y desempacamos y la realidad de que por el pecado entró la muerte; que para la fe católica tiene, cual todo otro mal un sentido último positivo, ya que la Trinidad no permitiría mal alguno sino sacara de él un bien mayor. Esta doctrina es diga de fe, si morimos con Cristo, viviremos también con Él. 2 Tim 2, 11
    Llega pues el plazo en que nos queda un día, dos semanas o tres meses, y los signos premonitorios de la muerte se hacen presentes. Parálisis, ataques a centros nerviosos o arteriales, dolores musculares intolerables, infecciones urinarias o pulmonares, nos ponen al borde de la asfixia, imposibilidad de deglutir, e hipoglucemia. Deterioro y debilitamiento que no nos deja atendernos a nosotros mismos. El cuerpo pone en pie todas sus defensas y lucha evocando la agonía. Se percibe que la situación es irreversible. Los cambios psicológicos suelen ser inquietud, tormento, miedo, desconcierto, angustia, agresividad o aceptación, agitación, depresión, mutismo y decatexis o coma, sin posibilidad de comunicarse con los que le rodean, si no se muere solo. Los signos de la muerte se imponen a los de la vida. Como  pasó con san Benito que al percibirlos pidió ser llevado al Oratorio. Y en la Eucaristía, comulgando, murió de pie. Esa es la muerte que suplico para este pobre monje y pastor cuya existencia giró alrededor del Altar. Por supuesto, luego de orar que no se haga mi voluntad sino la de nuestro Abba que tanto nos ama. Él sabe mucho mejor que nosotros cómo nos llevará a la Vida Feliz.
    No olvidemos, hasta su muerte real, el moribundo es una persona viva. En consecuencia los cuidados paliativos son su derecho y nuestro deber. Los sufrimientos físicos pueden atenuarse en el 93% de los casos, lo que le permite retomar el sueño, conversar y mantener su mente y libertad aun para sus últimos deseos o determinaciones. El sufrimiento psicológico y espiritual puede verse también atenuado por la ayuda multidisciplinar de personal especializado. Y sus vivencias religiosas hay que respetarlas, que se ore junto a él o se lo deje en silencio con Dios. La Iglesia no acepta la eutanasia porque desea que muramos en  la ternura, viviendo nuestro último instante. Es posible prever la proximidad de la muerte pero es imposible determinar su momento exacto. Por ello la vida terminal continúa y es vida al ritmo de los acontecimientos sociales, bajo el signo de lo que sucede hoy, con sus crisis y superaciones. Jomain, Christiane, Morir en la ternura. Vivir el último instante, Paulinas, Madrid, 1989, 183 p.
    Los cristianos confesamos que el Hijo de Dios, nos ha salvado y liberado porque se encarnó, verdadero Dios y verdadero Hombre, murió crucificado y resucitó de entre los muertos. Después del cisma del 1054 con la Iglesia Oriental y la Reforma protestante del 1517, sin embargo, hemos enfatizado uno de esos aspectos y creado tres visiones antropológicas con vivencias espirituales distintas. La antropología católica está en la Encarnación representada en la imagen del Sagrado Corazón, Cristo mientras vivió como hombre en este mundo. El católico se siente acogido por Dios a través del consolador abrazo del Salvador. El catolicismo echa el ancla en el Hombre como soporte de salvación, y el compromiso sociopolítico es típico de los católicos. La antropología protestante está en el dramático realismo de la Cruz. La naturaleza humana, después del pecado, quedó tan desfigurada que sólo nos resta mirar a Dios con la cabeza gacha, sin decir ni pretender nada. Sólo la Sangre del Crucificado cayendo sobre nosotros nos cubre y libra del castigo eterno. La antropología ortodoxa contempla a Jesús Resucitado que tiende la mano a Adán y Eva, a toda la humanidad, para llevárselos al Paraíso recobrado, al Reino de su Manifestación gloriosa. Tocados por las energías increadas viven ya en la tierra un anticipo de divinización escatológica iluminados por la Luz Tabórica.
    Nuestra muerte tiene que ver con los matices de la práctica de nuestra fe. Esos énfasis los vivimos, de la timba al tambo, estemos donde estemos. Optemos ya por la fe en el Verbo hecho carne de pecado. Ayudémonos a morir abrazados a la Cruz del Hombre Dios en comunión con Todos. Y creamos que en nuestra muerte el Resucitado nos vendrá a buscar.

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