129. Meditar
qué clase de buena muerte desearía para mí: 2 Tim 4, 6-8
Yo estoy a punto de ser derramado como una
libación, y el momento de mi partida es inminente. He peleado hasta el fin el
buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe y amé su Epifanía o
Manifestación gloriosa. Sea la momentánea liberación de la prisión, o la muerte; lo cierto es
que Pablo ya está entre la vida y la muerte; su muerte es más que previsible y
el desmoronamiento hace progresos.
Será decapitado por el Evangelio. No sabemos si la gracia del martirio nos será
concedida, lo que sabemos es que de una u otra manera pronto moriremos.
Es
necesario recorrer un largo camino para asumir nuestra muerte, y acompañar la
vida terrenal lo mejor posible, hasta nuestro deceso. Según Hazlitt ser joven es ser un dios inmortal. Aunque
el joven vea morir y sienta ramalazos de terror ante su propia muerte, la patea
hacia adelante, a él le falta mucho y tal
vez no morirá. Es la diferencia entre juventud y ancianidad, entre
inmadurez y madurez, entre las fantasías que empacamos y desempacamos y la
realidad de que por el pecado entró la muerte; que para la fe católica tiene,
cual todo otro mal un sentido último positivo, ya que la Trinidad no permitiría
mal alguno sino sacara de él un bien mayor. Esta
doctrina es diga de fe, si morimos con Cristo, viviremos también con Él. 2 Tim 2, 11
Llega
pues el plazo en que nos queda un día, dos semanas o tres meses, y los signos
premonitorios de la muerte se hacen presentes. Parálisis, ataques a centros
nerviosos o arteriales, dolores musculares intolerables, infecciones urinarias
o pulmonares, nos ponen al borde de la asfixia, imposibilidad de deglutir, e
hipoglucemia. Deterioro y debilitamiento que no nos deja atendernos a nosotros
mismos. El cuerpo pone en pie todas sus defensas y lucha evocando la agonía. Se
percibe que la situación es irreversible. Los cambios psicológicos suelen ser
inquietud, tormento, miedo, desconcierto, angustia, agresividad o aceptación,
agitación, depresión, mutismo y decatexis o coma, sin posibilidad de comunicarse
con los que le rodean, si no se muere solo. Los signos de la muerte se imponen
a los de la vida. Como pasó con san Benito que al percibirlos pidió ser llevado al Oratorio. Y en la Eucaristía, comulgando, murió de pie. Esa es la muerte que suplico para este pobre monje y pastor cuya existencia giró alrededor del Altar. Por supuesto, luego de orar que no se haga mi voluntad sino la de nuestro Abba que tanto nos ama. Él sabe mucho mejor que nosotros cómo nos llevará a la Vida Feliz.
No
olvidemos, hasta su muerte real, el moribundo es una persona viva. En
consecuencia los cuidados paliativos son su derecho y nuestro deber. Los
sufrimientos físicos pueden atenuarse en el 93% de los casos, lo que le permite
retomar el sueño, conversar y mantener su mente y libertad aun para sus últimos
deseos o determinaciones. El sufrimiento psicológico y espiritual puede verse
también atenuado por la ayuda multidisciplinar de personal especializado. Y sus
vivencias religiosas hay que respetarlas, que se ore junto a él o se lo deje en
silencio con Dios. La Iglesia no acepta la eutanasia porque desea que muramos
en la ternura, viviendo nuestro último
instante. Es posible prever la proximidad de la muerte pero es imposible determinar
su momento exacto. Por ello la vida terminal continúa y es vida al ritmo de los
acontecimientos sociales, bajo el signo de lo que sucede hoy, con sus crisis y
superaciones. Jomain, Christiane, Morir en la ternura. Vivir el último instante, Paulinas, Madrid, 1989, 183 p.
Los
cristianos confesamos que el Hijo de Dios, nos ha salvado y liberado porque se
encarnó, verdadero Dios y verdadero
Hombre, murió crucificado y resucitó de entre los muertos. Después del
cisma del 1054 con la Iglesia Oriental y la Reforma protestante del 1517, sin
embargo, hemos enfatizado uno de esos aspectos y creado tres visiones
antropológicas con vivencias espirituales distintas. La antropología católica
está en la Encarnación representada en la imagen del Sagrado Corazón, Cristo
mientras vivió como hombre en este mundo. El católico se siente acogido por
Dios a través del consolador abrazo del Salvador. El catolicismo echa el ancla
en el Hombre como soporte de salvación, y el compromiso sociopolítico es típico
de los católicos. La antropología protestante está en el dramático realismo de
la Cruz. La naturaleza humana, después del pecado, quedó tan desfigurada que
sólo nos resta mirar a Dios con la cabeza gacha, sin decir ni pretender nada.
Sólo la Sangre del Crucificado cayendo sobre nosotros nos cubre y libra del
castigo eterno. La antropología ortodoxa contempla a Jesús Resucitado que
tiende la mano a Adán y Eva, a toda la humanidad, para llevárselos al Paraíso
recobrado, al Reino de su Manifestación
gloriosa. Tocados por las energías increadas viven ya en la tierra un
anticipo de divinización escatológica iluminados por la Luz Tabórica.
Nuestra muerte tiene que ver con los matices de la práctica de nuestra
fe. Esos énfasis los vivimos, de la timba al tambo, estemos donde estemos.
Optemos ya por la fe en el Verbo hecho carne de pecado. Ayudémonos a morir
abrazados a la Cruz del Hombre Dios en comunión con Todos. Y creamos que en
nuestra muerte el Resucitado nos vendrá a buscar.
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