domingo, 12 de agosto de 2012

112. San Bernardo sobre la Gracia y el libre albedrío: Tit 2, 11-15; Sal 115



    Ha habido una epifanía, epefáne de la Gracia de Dios, fuente de salvación para todos los hombres. Esta Gracia nos educa a rechazar la impiedad y la concupiscencia cósmica, para vivir con sobriedad, justicia y piedad; mientras aguardamos la bienaventurada esperanza y la epifanía de la Gloria de nuestro Gran Dios y Salvador, Cristo Jesús, que se entregó por nosotros para redimirnos, lutrósetai de toda iniquidad. Las cartas pastorales quieren salvar a las comunidades eclesiales de los errores, las divisiones y el poder del Maligno a quien Jesús hace desaparecer con el Espíritu de su boca, 2 Tes 2, 8 infundiendo la esperanza en la acción de la Gracia que es la participación física y análoga en la manifestación de la encarnación del Verbo.
    Sin la ayuda de la Gracia sobrenatural y natural, el hombre no puede hacer nada. Pero si todo es Gracia podríamos borrar de un plumazo el libre albedrío cayendo en una pereza e indolencia malsana, una  acedia quietista irresponsable, como si no tuviéramos razón y voluntad de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar por nosotros mismos acciones deliberadas y libres, o en una soberbia pelagiana autosalvífica. Parece que hay oposición entre Gracia y libertad, incompatibilidad entre la acción omnipotente de Dios y la persona que Él mismo quiso dejar en manos de su propia decisión Ecli 15, 14 para que sufra y goce buscándolo sin coacciones externas o internas, con mérito o demérito.
    Bernardo se encontró con estas hondas problemáticas espirituales y escribió el  Libro sobre la Gracia y el libre albedrío en 1127, con 37 años y 12 de abad en Claraval. Se lo dedica y envía a su amigo benedictino Guillermo, abad de Saint Thierry, para que lo lea, corrija y aclare lo necesario antes de su publicación. No es un innovador; he expuesto sin la debida competencia temas profundos, y repetido de manera superflua lo que tantos otros ya han explicado. Siendo, no obstante, un santo profeta reformador que influye con sus 68 fundaciones; los Templarios, la II Cruzada, las relaciones internacionales, económicas, políticas y eclesiales; resonará en Pedro Lombardo, Tomás de Aquino y Lutero.
    Por otra parte, Bernardo no es un freelance sino un gran escritor, su latín es bello y vivificante, hechiza lleno de asonancias y paronomasias. No se aparta de los 1.100 años de Tradición cristiana que ha hecho suya, pero la recicla en su chándal de experiencia mística; para proyectar una vida más evangélica en la conducta de otros; con una teología monástica orante; que no busca reducir el arte, arquitectura escultura pintura música literatura; a un frío silogismo y opta, con el lenguaje de Nietzsche, por ser un activo creativo que plantea valores sin discutirlos, alejándose sin descartarlo, de lo reactivo que dialoga rechazando la necedad y la mala fe. Baste con la Visión del Sol Resucitado, verdadero mediodía. Cuando el calor y la luz están en su cumbre, y el sol en su zenit. Sin que exista sombra alguna. Cuando las aguas estancadas se secan, y sus malos olores se dispersan. Solsticio sin fin, cuando la luz del día no tiene ocaso. Luz del mediodía, marcada por la suavidad de la primavera. Estampada con la belleza provocativa del verano. Enriquecida con los frutos del otoño. Y no parezca que lo olvido, calmada por el reposo del invierno. SC, 33, 6
     Dios lleva a cabo la salvación de aquellos cuyos nombres están inscritos en el Libro de la Vida. Algunas veces por medio de las creaturas y sin su consentimiento. Otras veces mediante ellas y contra su voluntad. Y otras, por su medio y con ellas. Son muchos los favores que vienen a los hombres a través de las creaturas insensibles o irracionales. Por eso digo que se hacen sin su consentimiento, porque carecen de inteligencia y no son conscientes. Otros muchos bienes hace Dios a través de los malos, sean hombres o ángeles. Y así digo contra su voluntad, porque no colaboran en ello. Quieren dañar al hombre, y le benefician. Las criaturas por medio de las cuales y con las cuales obra Dios son los ángeles y los hombres buenos, que quieren y hacen lo que Dios quiere. Consienten con libertad en el bien que realizan, y Dios les hace partícipes de lo que por su medio realizan. Por eso Pablo, refiriéndose a las muchas obras buenas que Dios hizo por medio de él, dice, pero no yo, sino la Gracia de Dios que está conmigo. 1 Cor 15, 10; Gr, 44
    San Bernardo piensa que la Gracia es como la experiencia de Dios que redime, salva y libera al hombre humilde en su pecado, y que sin Jesús nada puede obrar. Toda la gloria le corresponde a Dios, no a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre da la GloriaSal 115 que lo injerta en la Iglesia Santa con la alegría del Espíritu. La Gracia es la Buena Noticia de esos Tres Amores Personales que vienen corriendo a socorrernos, pero no anula sino que apoya y eleva a la libertad para que, movida en paradoja por Dios, coopere en poseerse y darse a la Trinidad. El libre albedrío es el objeto de la salvación.  Nuestra libertad implica elegir entre el bien y el mal, de crecer en Dios o de flaquear y pecar; y no hay verdadera libertad  sino en el servicio del Señor, el que peca es esclavo del pecado. Jn 8, 34-36 y Rom 6, 17 Si se suprime el libre albedrío no hay nadie a quien salvar, y si se quita la Gracia no habrá con qué salvar. Dios es el Autor de la salvación, la libertad pura capacidad de salvación. El consentir nos salva, consentire salvari est. Consentir al influjo divino es justificación y bienaventuranza, disentir es pecado e infelicidad.
    En el libre albedrío, libre en cuanto a la voluntad, albedrío en cuanto a la razón; distingue tres libertades o liberaciones, de la naturaleza sobre la coacción, de la gracia sobre el pecado, y de la gloria sobre nuestra última miseria o debilidad que es la corrupción de la muerte. La imagen y semejanza se encierran en estas tres libertades. La de la naturaleza es la imagen, la de la gracia y la de gloria es la semejanza que puede aumentar por la humildad y el amor o desaparecer con el pecado. Todo pensamiento bueno, todo consentimiento y toda obra buena proceden de Dios, pero no se dan sin nosotros. Quien quiere justificarse a sí mismo, atribuyendo a sus méritos otra fuente distinta de la Gracia, ignora la justicia de Dios que lo hace justo. Tanto el querer, y su ejecución por nuestra buena voluntad, son obra de Dios quien es el autor del mérito. Nuestros méritos son semillas de esperanza, incentivos de la caridad, presagios de la futura felicidad. Dios no glorifica a los justos sino que los hace justos, santos y Nuevas Creaturas en la Resurrección, donde el Fin es el Inicio en Eterno Desarrollo.

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