157. Transmentalización
y Conciencia mística: Mc 1, 14-15
El
tiempo en que Dios interviene salvándonos, ha alcanzado su plenitud. El Reino
de Dios está cerca. Conviértanse, metanoeîte y tengan fe, pisteúte en el Evangelio. Este
tiempo, kairós
no es cronológico, no está relacionado del todo con hechos mensurables, no hay
relación entre pecado y mala fortuna, ni tampoco entre Gracia y buena fortuna.
Se trata de convertirse, transmentalizarse, para tener la mente de Jesús en la
koinonía de su Reino. Se trata que por iluminación
adquiera una nueva conciencia. Nuestra conciencia puede ser de toda clase de
entes, de sí misma, y pura conciencia o conciencia mística, puros de corazón, que ve y contacta al
Padre, por la energía del Espíritu, en el Verbo hecho carne y cosmos.
La Trinidad puede tener más o menos presencia o ausencia en mi conciencia, que es conocimiento compartido entre mi
yo y lo que conozco. Dios, y sus mandamientos, pueden desaparecer de mi campo
de conocimiento por largos períodos. Vivo di-vertido
en vez de con-vertido al pozo de Agua
Viva que mana en mi interior, cegado por piedras de apegos desordenados. El
monólogo interno intercepta la Voz de Dios con zangoloteos diabólicos, en vez de simbólicos.
La conversión me enfrenta a la alternativa
entre cerrarme en mi egolatría o abrirme al amor de las Tres Personas de Dios,
de los hermanos y de la naturaleza. Convertirse significa no enfrascarme en la
búsqueda del propio sentimiento, éxito, prestigio o posición, sino hacer que
cada día, la fe, la esperanza y el amor a la Trinidad se conviertan en lo más
importante de mi jornada. Convertirse es percibir que el Resucitado habita por
la fe en mi corazón, siguiéndolo de forma que su Evangelio sea la guía concreta
de mi vida. Dejar que Dios me transfigure, dejar de pensar que soy el único
constructor de mi existencia. Reconocer que soy una criatura finita, que
dependo para todo del Dios Infinito, y sólo perdiendo mi vida y mis efímeros
proyectos lo encontraré Todo en Él, a la luz de la Biblia y de la Iglesia.
Las
tentaciones que nos acechan son muchas y tocan a mi vida personal y social. No
es fácil ser fiel al sacerdocio, a la vida consagrada o al sacramento del
matrimonio, practicar la compasión en nuestro camino cotidiano, dejar espacio a
la oración y al silencio. Mi conciencia Inhabitada por las Tres Personas de la Trinidad, puede dispersarse en miles de creaturas y su falso yo, sin intentar vaciarse, huir y callarse atraída para aquietarse, Fuge Tace Quiesce, en la identidad del Yo Soy. Percibir
lo creado desde la concentración en lo Increado, como la Virgen Inmaculada que nunca se movió por apego a creatura alguna. Esa pura
conciencia, que vive en el Misterio del Trino Amor y su creación, es la mística
de Jesús, hecha de memorial Eucarístico, de conocimiento de la Palabra, de amor a Dios a
los hermanos y al trabajo.
Una mística así sortea los peligros que
tiene la ambigüedad de experiencias cumbres
no discernidas. Importante hoy, donde el efecto del peyote, de una dopa, un
psicotrópico euforizante, una histeria colectiva de fans, o un experimento
paranormal o cuántico es llamado místico.
Nos libera del vacío o nada patológica que se adueña de quien al volverse sobre
su conciencia no encuentra a las Tres Personas que son su definitivo misterio
en relacionalidad. Es la mística que va participando en la conciencia de Jesús,
el místico supremo en su vida muerte y resurrección; donde conocimiento, amor y
acción son Uno.
Si no tomamos conciencia de nuestro pecado
y desemejanza con la Trinidad y no iniciamos un serio proceso de transmentalización
o conversión a esa Forma que es la de Cristo, la mística se desfigura. Una conciencia cristiana auténtica, fragmentada
en la historia, vive en coherencia con la impotencia y fragilidad de la Cruz de
Cristo, cierto indespegable de su resurrección, mas no triunfalista constantiniana o cientificista, sino escondida en el
secreto del Padre. El Amor de Jesús, en el que tenemos que permanecer, Jn 15, 8-11 se manifiesta en la exposición
desprotegida y desinteresada de los que viven de Él. Un Amor que perdona y cura
la culpa con el perdón, alivia el sufrimiento, el sinsentido del absurdo, del
egoísmo y la muerte, salvándonos a todos
juntos al no desesperar de su Misericordia. El infierno existe, pero podría estar vacío de seres humanos. Nadie
puede alcanzar, a través de sus fragmentos históricos, la Totalidad del
Espíritu Absoluto, a no ser que su conciencia limitada se abra a la percepción
del Otro Increado, y aún esto será fragmentario por toda la Eternidad, que
jamás se identificará con la creatura.
Este es el proyecto de educación, formación y transfiguración cisterciense. Vino la Forma a la que se debe conformar el libre arbitrio, pues sólo se puede recuperar la forma primera, si la reforma el que primero la formó. Esta Forma es la Sabiduría. Y la conformación consiste en que la Imagen realice en el cuerpo, lo que la Forma hace en el universo, desde el ángel más glorioso hasta el gusano más insignificante. Y todo lo hace sin que tenga que emplear coacción alguna. San Bernardo, Gracia y libre albedrío, 33
Este es el proyecto de educación, formación y transfiguración cisterciense. Vino la Forma a la que se debe conformar el libre arbitrio, pues sólo se puede recuperar la forma primera, si la reforma el que primero la formó. Esta Forma es la Sabiduría. Y la conformación consiste en que la Imagen realice en el cuerpo, lo que la Forma hace en el universo, desde el ángel más glorioso hasta el gusano más insignificante. Y todo lo hace sin que tenga que emplear coacción alguna. San Bernardo, Gracia y libre albedrío, 33
Vertidos
en la Luz, pasaremos a una conciencia pascualizada, iluminada, a la
bienaventuranza de la catarsis del corazón que ve a Dios en la Forma sin formas porque Dios no es forma ni algo formado. Su Forma de Dios Fil 2, 6 integra todas las formas, cual la luz integra todos los
colores. Mientas que el alma es anima se afemina dirigiéndose con facilidad hacia lo que es carnal; por el contrario, al ser animus o espíritu, no piensa sino en las cosas viriles o espirituales; y sin represión, no pierde los
deleites sino que los pasa del cuerpo al animus, de los sentidos a la
conciencia, en la Unidad de Espíritu. Guillermo de Saint Thierry, Carta de oro, 89, 198, 202 y 235. Oración 12º, 17-18 En peregrinación hacia el Reino Eterno, hasta que se acabe el tiempo y se cumpla el Misterio de Dios. Ap 10, 6-7
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