viernes, 1 de noviembre de 2013

180. El Amor Humilde de Jesús en el corazón benedictino: Gal 2, 19-21

   
    Estoy crucificado con Cristo. Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. La vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí. Esta revelación, que Benito no cita de manera explícita, es la clave de los doce peldaños, grados o escalones de la Humildad, en capítulo VII de su Regla, y el centro de la mística benedictina. Así como para san Francisco la Pobreza es cual un trascendental de Dios, para Benito Dios es Humilde, Yo Soy Humilde de Corazón. Mt 11, 29 No se trata sólo de una virtud, fundamento, después de la fe, de la vida espiritual, sino del mismo Amor de Cristo.
    La comunidad monástica reunida alrededor de Jesús Amor Humilde es comunión con la Trinidad, familiaridad con el Padre, el Verbo y el Espíritu, que se prolonga en la comunión con los ángeles, los hombres y el cosmos. Si estamos incluidos en el seno del Amor que es la Trinidad, nos convertirnos en un único corazón y una sola alma, porque el amor de Dios quema la soberbia con nuestros egoísmos, nuestros prejuicios, nuestras envidias y exclusiones. El Amor Humilde convierte en Luz las tinieblas de todo vicio y pecado.
    Si existe este enraizamiento en la Fuente Trinitaria del Amor, entonces también existe la comunión de los hermanos en Jesús, la experiencia de la comunión fraterna que me lleva a la comunión con Dios. Estar unidos entre nosotros nos lleva a estar unidos con los Tres. Nuestra fe necesita el apoyo de Otros, de modo urgente en las dificultades. Es estupendo aprender a apoyarnos los unos a los otros. La tendencia a cerrarme en mí se desliza en la espiritualidad. Pero resulta que todos experimentamos dudas, inseguridades y oscuridades en el sendero de la Luz de la fe. Todos, yo a diario. Es parte del camino de lo que no vemos, de nuestro existir humano marcados por la fragilidad, la limitación y el pecado. No hay que asustarse ni entrar en ataques de pánico. En esos momentos de tentación y sufrimiento hay que orar pidiendo la ayuda de Dios, y al mismo tiempo, encontrar el coraje y la humildad para estar abiertos a los demás, y pedirles que nos ayuden, que nos den su mano y el Dedo de Dios. El quinto grado de humildad es si por una humilde confesión no oculta a su abad ninguno de los logismoi que sobrevengan a su corazón y el mal cometido a escondidas. La Escritura nos pide esto al decir, Descubre al Señor tu camino y ten esperanza en Él. La comunión de los santos y pecadores está donde niños jóvenes adultos y ancianos se ayudan y apoyan a porfía. Aquí se entiende a Benito. La apertura de la mente y el corazón nos zambullen en la Verdad, abrirme a Dios, a Todo y a un sabio, me muestra que soy como cualquiera de los demás hombres, puedo creer cuando alguien, con mis mismas sombras y tinieblas, cree en mí y nos cuidamos en confidencialidad. Que sean muchos los que te saludan, pero el que te aconseja sea uno entre mil. Ecli 6, 6
    El sexto grado de humildad es que el monje esté contento en toda vileza y lo peor, y en todo lo que le manden se juzgue cual operario malo e indigno. Vivir en la Iglesia es lo mismo que vivir en la comunión de los santos, tanto por la participación en las cosas santas, sancta, como por la comunión entre las personas santas, sancti. El Sancta sanctis se da al máximo en la Eucaristía, cuando el sacerdote da el pan y el vino transubstanciados a los fieles, para que crezcamos en la comunión o koinonía del Espíritu y comuniquemos la Vida del Padre al mundo. Consagrar y dar la comunión es el acto supremo del Amor de Jesús unido al humilde servicio de los presbíteros y obispos, dar la Trinidad a los pobres, necesitados del Espíritu. Si amar es querer y hacer el bien a los demás, no hay Bien más grande que regalar al mismo Dios. Llevo celebradas 16.900 misas, y antes de ordenarme participé de 4.600. Es el único recuerdo, por dos o tres días ya que pronto todos nos olvidan, que deseo tengan de mí luego de mi muerte. Nos dio a Jesús Eucaristía, y con Cristo nos dio el Amor a Todo, a la Trinidad a los ángeles a los hombres y al cosmos.
    Creer en la Iglesia, en mi concreta familia o comunidad eclesial, y creer en la comunión de los santos peregrinantes, purgantes y celestiales, es la misma realidad.  En Cristo todo es comunión inclusiva y la exclusión una mala palabra y un pecado. La sabiduría revelada ama tres cosas, la concordia entre los hermanos, la amistad entre vecinos y una esposa y un esposo que se aman y llevan muy bien. Además un bello adorno para los ancianos es saber discernir, y  el aconsejar con sabiduría. Ecli 25, 1-12 Es decir la armonía entre las generaciones. Benito se hace eco de este camino salvífico con los grados de humildad. Diferencio entre humildad, humillar y humillado. La humildad es una virtud o Fuerza muy propia de Jesús que consiste en la moderación del deseo desordenado por mi propio ego o excelencia. Humillar es un pecado sádico, y a nadie le está permitido cometerlo. El humillado es un neurótico alfombra masoquista, le gusta que lo pisen, rechacen, castiguen y lo muelan a palos injustos.
    La humildad que nos pide la multitud de la comunión de los santos es estar contento de ocupar el último lugar, ceder el sitio a los otros para que crezcan y yo disminuya, y vivir bien con las diferencias generacionales, jóvenes Promesa, adultos Servidores, Ancianos Memorial. La Eucaristía, Dios lavándonos los pies y alimentándonos, nos hace a todos servidores inútiles, cooperadores con el plan de Dios. 
    El séptimo grado de humildad consiste en que no sólo se proclame con su lengua el último y más vil de todos, sino que lo crea así con íntimo sentimiento del corazón, diciéndose soy un gusano no un hombre, oprobio de todos y deshecho del pueblo. Bueno fue aprender la humildad, así encontré los Mandamientos de Dios. Ni a Jesús, ni a Benito, le interesan las apariencias humildes, ni las cortesías y etiquetas de monjes, gamberras gandulerías con fachadas postizas que nada tienen que ver con su interioridad. Cuando la humildad se manifieste en el cuerpo será porque fluye del corazón unido al Único Corazón Humilde.
    La humildad es el olvido de mi egolatría reemplazada por la Presencia de la Trinidad que es mi verdadera identidad y misterio. Lo más contrario a la humildad es la preocupación por mi ego, y dado que en el monacato no hay otro fin que la búsqueda de Dios, si no hay humildad enloqueceré tarde o temprano. Estamos acostumbrados a monjitas o monjitos muy humilditos en pantomima teatral, basta contrariarlos un poco y saltan peor que leche hervida. Cuando ya no sea un hombre egoísta, sino un gusano, y mi Todo sea el Padre, habré desaparecido del pueblo, y comenzará mi aventura monástica a favor de la Iglesia y del Mundo. Cuando sé que soy el más vil de todos, paso a ocupar el último lugar evangélico, las sombras nunca me apartarán de la Luz Resucitada.
    Ser humilde es experimentar que soy el primer pecador entre todos, pues mis pecados están patentes a mi conciencia, en cambio los de mis hermanos los barrunto o conjeturo y no puedo estar seguro, Dios sólo penetra mi intención. En consecuencia Pablo se tiene por el peor de los pecadores, un aborto, el último de los santos y de los apóstoles, pero al vaciarse por la Gracia de Dios ha podido interpretar su propia música o rol en el proyecto de Dios en comunión con la Iglesia, y la Gracia lo ha hecho trabajar cual humilde servidor del Reino, más que a todos los otros. La humildad es la simplicidad de la aceptación de mi vida. Come tu pan con alegría, y bebe tu vino con tranquilidad. Sea tu ropa limpia y blanca, nunca falte el perfume en tu cabeza, y goza de la Mujer que amas. Si vives muchos años disfruta de todos ellos, pero recuerda que serán muchos los días sombríos y que todo lo que sucede es vanidad. Ecl 9, 9 y 11, 8
    La humildad, entrelazada con las virtudes teologales, empieza con la fe escuchando la voz de Dios y de su Iglesia, camina por la esperanza y concluye en el amor que echa fuera la esclavitud del miedo. Es suma liberación en el Espíritu. Olvido del ego en Memorial de la Trinidad los hermanos y el universo, contra el olvido de Dios y la obsesión  enfermiza por mi bienestar y exaltación demencial. No se puede ser monje sin poner el Amor Humilde de Jesús en el centro de mi vida.
    El octavo grado de humildad es que nada haga el monje sino lo que persuade la Regla común del monasterio y el ejemplo de los ancianos. RB 7, 55  La comunión con la multitud de los difuntos que está purgando sus pecados e intercediendo por nosotros, plantea más al rojo vivo la interrelación generacional. Si en la única Familia de Dios, formada por millones de seres humanos, todos aspiramos al carrerismo del primer puesto nos despellejamos vivos; y lo mismo sucede si somos neuróticos buscadores de humillaciones. Nos toca hoy ver cómo a los jóvenes los ancianos no les interesan ni son ejemplares ni conocen más. El joven de hoy está convencido de que sabe mucho más que los viejos. Los años ya no señalan competencia sino incompetencia. En los monasterios es notorio cómo luego de un período inicial de docilidad y docibilidad, los jóvenes se reafirman en sus convicciones, no están dispuestos a largos períodos de aprendizaje evangélico y menos a modelarse según los criterios de monjas viejas o no tan viejas, desfasadas, desactualizadas, llenas de chocheras desmemoriadas que no son ejemplos de Gertrudis la Grande o Serafines de Sarov  transfigurados.
    Si se confronta al inicio y en demasía esta actitud se puede destrozar una verdadera vocación. Ellos piensan que no son como los demás monjes. Una breve oración privada vale más que una Eucaristía en común.  Trabaja con fervor en sus propias cosas y es perezoso en las comunitarias. Vela en la cama y duerme en el coro. Hay que llevarlos con paciencia y dejarlos seguir hasta que la vida en comunidad les dé un buen cimbronazo y se conviertan a Jesús en medio. Sí, los viejos somos pecadores y estamos cerca del hoyo, cual fieles difuntos, desconocemos las tecnociencias juveniles pero somos su profecía sino captan que la vejez honorable no consiste en vivir mucho tiempo, ni se mide por el número de años, los cabellos blancos del hombre son la prudencia, y la vejez una vida intachable. Sab 4, 8-9 Pues este grado nos desafía también a los ancianos que aprendemos cantidades de los jóvenes. Si los viejos somos guías de comunión entonces debemos vivir y proclamar que la vida monástica vale la pena, que la Regla común del monasterio aleja de la arbitrariedad, y los años acercan al Resucitado. Los viejos somos un tesoro de santos y pecadores peregrinantes, glorificados y purgantes, un Camino escondido en la tumba de la clausura, hasta que los jóvenes, sorpresa, ya son viejos y nosotros nos fuimos.
    

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