miércoles, 7 de agosto de 2013

173. Fe, entender y subsistir, Verdad subsistencia de verdades: Is 7, 1-9



    El Señor dijo a Isaías, ve al encuentro de Ajaz, tú y tu hijo Sear Iasub, que significa Un Resto Volverá, y dile. Si no creen no entenderán. La versión griega de la Biblia traduce así las palabras del profeta Isaías al rey de Judá Ajaz. 736-716 De este modo, la cuestión del conocimiento de la verdad se colocaba en el centro de la fe. Pero en el texto hebreo el profeta dice al rey, si no creen no subsistirán. Se trata de un juego de palabras con dos formas del verbo ’amán, creer, taamínu, y subsistir teaménu. Amedrentado por la fuerza de sus enemigos, el rey busca la seguridad de una alianza con el imperio asirio. El profeta le invita entonces a fiarse sólo de la verdadera roca que no vacila, el Dios de Israel. Puesto que Dios es fiable, es razonable tener fe en él, cimentar la propia seguridad sobre su Palabra. Es este el Dios al que Isaías llamará más adelante dos veces el Dios del Amén, Is 65,16 fundamento indestructible de fidelidad a la alianza. Francisco, Lumen fidei
    Se podría pensar que la versión griega al traducir subsistir  por entender, ha hecho un cambio profundo del sentido del texto, pasando de la noción bíblica de confianza en Dios a la griega de comprensión. Sin embargo, esta traducción, que aceptaba el diálogo con la cultura helenista, no es ajena a la dinámica profunda del texto hebreo. La subsistencia que Isaías promete al rey pasa por entender la acción de Dios y de la unidad que él confiere a la vida del hombre y a la historia del pueblo. El profeta invita a comprender los caminos del Señor, descubriendo en la fidelidad de Dios el plan de sabiduría que proyecta los siglos. San Agustín hizo una síntesis de entender y subsistir en sus Confesiones, cuando habla de fiarse de la verdad para mantenerse en pie, me estabilizaré y consolidaré en ti, en tu Verdad. Por el contexto sabemos que Agustín quiere mostrar cómo esta verdad fidedigna de Dios, según aparece en la Biblia, es su presencia fiel a lo largo de la historia, su capacidad de mantener unidos los tiempos, recogiendo la dispersión de los días del hombre.
    Leído a esta luz, el texto de Isaías lleva a una conclusión, el hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante. La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de felicidad, algo que nos satisface en la medida en que queramos hacernos una ilusión. O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida. Si la fe fuese eso, el rey Ajaz tendría razón en no jugarse su vida y la integridad de su reino por una emoción. En cambio, gracias a su unión intrínseca con la Verdad, la fe es capaz de ofrecer una luz nueva, superior a los cálculos del rey, porque ve más allá, porque comprende la actuación de Dios, que es fiel a su alianza y a sus promesas.
    Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aun más necesario por la crisis de verdad en que nos encontramos. En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnocientífica, es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir con su ciencia; es verdad porque funciona y así hace más cómoda y fácil la vida. Hoy parece que ésta es la única verdad cierta, la única que se puede compartir con otros, la única sobre la que es posible debatir y comprometerse juntos. Por otra parte, estarían después las verdades del individuo, que consisten en la autenticidad con lo que cada uno siente dentro de sí, válidas sólo para uno mismo, y que no se pueden proponer a los demás con la pretensión de contribuir al bien común. La Verdad grande, la Verdad que explica la vida personal y social en su conjunto, es vista con sospecha. Esa ha sido la verdad que han pretendido los grandes totalitarismos del siglo pasado, una verdad que imponía su propia concepción global para aplastar la historia concreta del individuo. Así, queda sólo un relativismo en el que la cuestión de la Verdad Total, que es en el fondo la cuestión de Dios, ya no interesa. En esta perspectiva, es lógico que se pretenda deshacer la conexión de la religión con la verdad, porque este nexo estaría en la raíz del fanatismo, que intenta arrollar a quien no comparte las propias creencias. A este respecto, podemos hablar de un gran olvido en nuestro mundo contemporáneo. En efecto, la pregunta por la verdad es una cuestión de memoria, de memoria profunda, pues se dirige a algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de nuestro yo pequeño y limitado. Es la pregunta sobre el origen de todo, a cuya luz se puede ver la meta y, con eso, también el sentido del camino común. La Verdad Total amalgama nuestras verdades parciales.
    Desdramatizar el acontecer de la caducidad es algo cada vez más percibido por el postmodernismo. El hombre no vuela como el pájaro, ni nada como el pez, ni corre como el tigre. Comienza torpe, aprende con dificultad, acaba desvalido. Vuelve a la tierra y no sabemos del todo que ocurre con él. Muchos creen que pasa a otra vida, otros piensan que con la muerte el individuo se deshace, en ambos casos se habla de lo que se cree no de lo que se comprende. Puede organizar y estabilizar algo su vida en la tierra, pero es también responsable de desastres y crueldades sin igual. Es el enigma de la evolución. No sólo aparece y enseguida pasa. El hombre vive pasando, envejeciendo, deshaciéndose con el sello de la caducidad. El verdadero motor y la casi siempre tácita finalidad de todo lo que sucede entre los humanos es el dinero. Es el soberano que sostiene familias y amistades, decide sobre ciencia, moral y religión, arropa o desnuda artes y deportes y, por ser el que pone y depone a los gobernantes, es la eminencia gris de la política. Los mismos movimientos religiosos que suelen comenzar pobres y humildes, como intentos de elevar al hombre por encima de su mezquindad y de mamona, acaban convirtiéndose casi siempre en potencias políticas cuya influencia depende del dinero que manejan. Niñez, juventud, madurez, vejez y muerte. Todos los fenómenos humanos recorren ese camino. Un amor, una familia, una profesión tienen su nacer, su cénit, su declive, caída y muerte. Luego el modelo de convivencia, tanto en el matrimonio, como la vida consagrada y clerical, pasan del entusiasmo a la lucha contra el aburrimiento de la repetición. Es mejor que estos compromisos sean temporales, el que una opción o estado de ánimo acabe después de un tiempo no es un defecto, sino una cualidad del hombre caduco y cambiar es la forma genuina de desarrollo de la caducidad. La muerte es inevitable, no hay que buscar respuestas, pero sí respetar el misterio. La imaginación debe abrir senderos sin tragedias, que permitan en paz, sin miedo y con alegría, entrar en la oscuridad de nuestra finitud caduca. José Sánchez de Murillo, director del Instituto de investigaciones científicas Edith Stein de München
    Aunque no como las cosas pero sí parecidos, en nuestra dignidad humana tenemos fecha de elaboración, lote y caducidad. La revelación hablaría de conclusión de la peregrinación por este mundo. Sin olvidar los dolores y el enigma de la muerte, no obstante el que se me dé un tiempo limitado tiene sus encantos. Los griegos ya lo habían percibido, la inmortalidad de los dioses o ángeles helenos era más una carga insoportable que una bendición. En un mito, parecido a la historia de David acostándose con Betsabé y asesinando a su esposo Urías, 2 Sam 11 
    Zeus se enamora de la esposa de Anfitrión, joven soldado del ejército griego. Mercurio le sugiere a Zeus que aleje a Anfitrión en alguna maniobra bélica para que en su ausencia se haga pasar por él y hacer el amor con su esposa. Pero terminada la aventura ambos mantienen un diálogo que trastorna a Zeus, ella habla de su juventud, de envejecer y de morir. Y Zeus le dice a Mercurio, nos falta la urgencia de lo pasajero, el anhelo por algo que tenemos la certeza nunca podremos retener. No se sabe si los humanos amarían tanto si supieran que no van a morir. Hasta la inmortalidad de Adán y Eva era caduca, debían irse al Cielo. 
    La urgencia nos viene de perlas, no nos permite empantanarnos, maravillosa ocurrencia de Dios para nuestra cosecha. La caducidad lejos de hacer temporales nuestros compromisos los refuerza, pronto vamos a completar y nuestra misión debe acabar, aunque siempre resulte inacabada, y tengamos que dejarles la continuación a nuestros sucesores. Tenemos que partir hacia otros Mundos, la Verdad de la fe nos hace entender mucho más y le da subsistencia a algo obvio, hay que dejar este planeta e ir hacia la Trinidad en su dimensión cara a cara. Misterio sorprendente, Zeus tuvo que seguir con su mitológica inmortalidad, el Dios Verdadero prefirió y sufrió la muerte en solidaridad, enamorado de sus criaturas caducas. Sabiendo Jesús que había llegado su Hora de pasar de este mundo al Padre, amó a los suyos hasta el fin, lavándole los pies a sus discípulos para que tuvieran fe que Él es Yo Soy Amor. Jn 13, 1-20; Ex 3, 14; Deut 6, 4-9; 1 Jn 4, 7-16


No hay comentarios:

Publicar un comentario