173. Fe, entender y subsistir, Verdad subsistencia de verdades:
Is 7, 1-9
El Señor dijo a Isaías, ve al encuentro de Ajaz, tú y tu hijo Sear Iasub, que significa Un Resto Volverá, y dile. Si no creen no entenderán. La versión griega de la Biblia traduce así las palabras
del profeta Isaías al rey de Judá Ajaz. 736-716 De este modo, la cuestión
del conocimiento de la verdad se colocaba en el centro de la fe. Pero en el
texto hebreo el profeta dice al rey, si no creen no subsistirán. Se trata de un
juego de palabras con dos formas del verbo ’amán, creer, taamínu,
y subsistir teaménu. Amedrentado por la fuerza de sus enemigos, el rey
busca la seguridad de una alianza con el imperio asirio. El profeta le invita
entonces a fiarse sólo de la verdadera roca que no vacila, el Dios de Israel.
Puesto que Dios es fiable, es razonable tener fe en él, cimentar la propia
seguridad sobre su Palabra. Es este el Dios al que Isaías llamará más adelante
dos veces el Dios del Amén, Is 65,16 fundamento indestructible de fidelidad a la alianza. Francisco, Lumen fidei
Se podría pensar que la versión griega al traducir subsistir por entender, ha hecho un cambio profundo del
sentido del texto, pasando de la noción bíblica de confianza en Dios a la
griega de comprensión. Sin embargo, esta traducción, que aceptaba el diálogo
con la cultura helenista, no es ajena a la dinámica profunda del texto hebreo.
La subsistencia que Isaías promete al rey pasa por entender la acción de Dios y
de la unidad que él confiere a la vida del hombre y a la historia del pueblo.
El profeta invita a comprender los caminos del Señor, descubriendo en la
fidelidad de Dios el plan de sabiduría que proyecta los siglos. San Agustín
hizo una síntesis de entender y subsistir en sus Confesiones, cuando
habla de fiarse de la verdad para mantenerse en pie, me estabilizaré y consolidaré en ti, en tu Verdad. Por el contexto
sabemos que Agustín quiere mostrar cómo esta verdad fidedigna de Dios, según
aparece en la Biblia, es su presencia fiel a lo largo de la historia, su
capacidad de mantener unidos los tiempos, recogiendo la dispersión de los días
del hombre.
Leído a esta luz, el texto de Isaías lleva a una conclusión, el hombre
tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no
puede subsistir, no va adelante. La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a
nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de
felicidad, algo que nos satisface en la medida en que queramos hacernos una
ilusión. O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma,
pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de ánimo o de la situación de
los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida. Si la fe fuese
eso, el rey Ajaz tendría razón en no jugarse su vida y la integridad de su
reino por una emoción. En cambio, gracias a su unión intrínseca con la Verdad,
la fe es capaz de ofrecer una luz nueva, superior a los cálculos del rey,
porque ve más allá, porque comprende la actuación de Dios, que es fiel a su
alianza y a sus promesas.
Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aun más necesario
por la crisis de verdad en que nos encontramos. En la cultura contemporánea se
tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnocientífica, es verdad
aquello que el hombre consigue construir y medir con su ciencia; es verdad
porque funciona y así hace más cómoda y fácil la vida. Hoy parece que ésta es
la única verdad cierta, la única que se puede compartir con otros, la única sobre
la que es posible debatir y comprometerse juntos. Por otra parte, estarían
después las verdades del individuo, que consisten en la autenticidad con lo que
cada uno siente dentro de sí, válidas sólo para uno mismo, y que no se pueden
proponer a los demás con la pretensión de contribuir al bien común. La Verdad
grande, la Verdad que explica la vida personal y social en su conjunto, es
vista con sospecha. Esa ha sido la verdad que han pretendido los grandes
totalitarismos del siglo pasado, una verdad que imponía su propia concepción
global para aplastar la historia concreta del individuo. Así, queda sólo un
relativismo en el que la cuestión de la Verdad
Total, que es en el fondo la cuestión de Dios, ya no interesa. En esta
perspectiva, es lógico que se pretenda deshacer la conexión de la religión con
la verdad, porque este nexo estaría en la raíz del fanatismo, que intenta
arrollar a quien no comparte las propias creencias. A este respecto, podemos
hablar de un gran olvido en nuestro mundo contemporáneo. En efecto, la pregunta
por la verdad es una cuestión de memoria, de memoria profunda, pues se dirige a
algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de
nuestro yo pequeño y limitado. Es la pregunta sobre el origen de todo, a cuya luz
se puede ver la meta y, con eso, también el sentido del camino común. La Verdad
Total amalgama nuestras verdades parciales.
Desdramatizar el acontecer de la
caducidad es algo cada vez más percibido por el postmodernismo. El hombre no vuela
como el pájaro, ni nada como el pez, ni corre como el tigre. Comienza torpe,
aprende con dificultad, acaba desvalido. Vuelve a la tierra y no sabemos del
todo que ocurre con él. Muchos creen que pasa a otra vida, otros piensan que
con la muerte el individuo se deshace, en ambos casos se habla de lo que se
cree no de lo que se comprende. Puede organizar y estabilizar algo su vida en
la tierra, pero es también responsable de desastres y crueldades sin igual. Es
el enigma de la evolución. No sólo aparece y enseguida pasa. El hombre vive
pasando, envejeciendo, deshaciéndose con el sello de la caducidad. El verdadero
motor y la casi siempre tácita finalidad de todo lo que sucede entre los
humanos es el dinero. Es el soberano que sostiene familias y amistades, decide
sobre ciencia, moral y religión, arropa o desnuda artes y deportes y, por ser
el que pone y depone a los gobernantes, es la eminencia gris de la política.
Los mismos movimientos religiosos que suelen comenzar pobres y humildes, como
intentos de elevar al hombre por encima de su mezquindad y de mamona, acaban
convirtiéndose casi siempre en potencias políticas cuya influencia depende del
dinero que manejan. Niñez, juventud, madurez, vejez y muerte. Todos los
fenómenos humanos recorren ese camino. Un amor, una familia, una profesión
tienen su nacer, su cénit, su declive, caída y muerte. Luego el modelo de
convivencia, tanto en el matrimonio, como la vida consagrada y clerical, pasan
del entusiasmo a la lucha contra el aburrimiento de la repetición. Es mejor que
estos compromisos sean temporales, el que una opción o estado de ánimo acabe
después de un tiempo no es un defecto, sino una cualidad del hombre caduco y
cambiar es la forma genuina de desarrollo de la caducidad. La muerte es
inevitable, no hay que buscar respuestas, pero sí respetar el misterio. La
imaginación debe abrir senderos sin tragedias, que permitan en paz, sin miedo y
con alegría, entrar en la oscuridad de nuestra finitud caduca. José Sánchez de
Murillo, director del Instituto de investigaciones científicas Edith Stein de
München
Aunque no como las cosas pero sí
parecidos, en nuestra dignidad humana tenemos fecha de elaboración, lote y
caducidad. La revelación hablaría de conclusión de la peregrinación por este
mundo. Sin olvidar los dolores y el enigma de la muerte, no obstante el que se me
dé un tiempo limitado tiene sus encantos. Los griegos ya lo habían percibido,
la inmortalidad de los dioses o ángeles helenos era más una carga
insoportable que una bendición. En un mito, parecido a la historia de David
acostándose con Betsabé y asesinando a su esposo Urías, 2 Sam 11
Zeus se
enamora de la esposa de Anfitrión, joven soldado del ejército griego. Mercurio
le sugiere a Zeus que aleje a Anfitrión en alguna maniobra bélica para que en
su ausencia se haga pasar por él y hacer el amor con su esposa. Pero terminada
la aventura ambos mantienen un diálogo que trastorna a Zeus, ella habla de su
juventud, de envejecer y de morir. Y Zeus le dice a Mercurio, nos falta la urgencia de lo pasajero, el
anhelo por algo que tenemos la certeza nunca podremos retener. No se sabe
si los humanos amarían tanto si supieran que no van a morir. Hasta la
inmortalidad de Adán y Eva era caduca,
debían irse al Cielo.
La urgencia nos viene de perlas, no nos permite
empantanarnos, maravillosa ocurrencia de Dios para nuestra cosecha. La caducidad lejos de hacer temporales nuestros compromisos los
refuerza, pronto vamos a completar y
nuestra misión debe acabar, aunque siempre resulte inacabada, y tengamos que
dejarles la continuación a nuestros sucesores. Tenemos que partir hacia otros Mundos, la Verdad de la fe nos hace entender mucho más y le da subsistencia a algo obvio, hay que dejar este planeta e ir hacia la Trinidad en su dimensión cara a cara. Misterio sorprendente, Zeus tuvo que seguir con su mitológica inmortalidad, el Dios Verdadero prefirió y sufrió la muerte en solidaridad, enamorado de sus criaturas caducas. Sabiendo Jesús que había llegado su Hora de pasar de este mundo al Padre, amó a los suyos hasta el fin, lavándole los pies a sus discípulos para que tuvieran fe que Él es Yo Soy Amor. Jn 13, 1-20; Ex 3, 14; Deut 6, 4-9; 1 Jn 4, 7-16
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