martes, 27 de agosto de 2013

175. Fe que escucha, ve y toca al Verbo hecho carne: Rom 10, 14-17 y Jn 12, 44-47


    La fe nace de la escucha, y la escucha se realiza en virtud de la Palabra de Cristo.  El conocimiento de la fe, ligado a la alianza con un Dios que es Amor, fe amante con obras y amor iluminado con teología, Verbo que me dirige su Palabra en esperanza, es presentado por la Biblia como escuchar con el oído. Dios por Pablo habla de la fides ex auditu, la fe nace del mensaje que se escucha. El conocimiento asociado a la palabra es siempre personal, reconoce la voz, la acoge en libertad y la sigue en la obediencia de la fe. Rm 1,5; 16,26 La fe es un conocimiento que se aprende en un camino o proceso de seguimiento. Escuchar ayuda a representar bien el nexo entre conocimiento y amor.
    La escucha se ha contrapuesto a veces a la visión, que sería más propia de la cultura griega, europea, distinta de la hebrea, asiática. La luz, si por una parte posibilita la contemplación de la Totalidad, a la que el hombre siempre aspira, quitaría espacio a la libertad, pues desciende del cielo y llega a los ojos, sin esperar a que el ojo responda. Además, sería como una invitación a una especie de contemplación extática, Theoría ver a Dios, separada del tiempo concreto en que el hombre goza sufre y muere. Así el acercamiento bíblico al conocer estaría opuesto al griego, que buscando una comprensión completa de la realidad, ha vinculado el conocimiento a la visión.
    Sin embargo, esta supuesta oposición no se corresponde con el dato bíblico. Ya la Primera Alianza ha combinado ambos tipos de conocimiento, puesto que a la escucha de la Palabra de Dios se une el deseo de ver su rostro. De este modo, se pudo entrar en diálogo con la cultura helenística, diálogo que pertenece al corazón de la Escritura y de la Revelación a través de los siglos. El oído posibilita la llamada personal y la obediencia, y también, que la verdad se revele en el tiempo; la vista aporta la visión completa de todo el recorrido y nos permite situarnos en el gran Proyecto del Padre. Sin esa visión, tendríamos sólo fragmentos aislados de un todo desconocido. No captaríamos la Totius Christi Visio. Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. Vi la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén. Y una voz que decía ésta es la Morada de Dios que estará con ellos y secará todas sus lágimas porque el esquema del mundo viejo ya pasó. Ap 21, 14
    La conexión entre el ver y el escuchar, como órganos del conocimiento de la fe, aparece con  claridad en la literatura joánica, donde creer es escuchar y, al mismo tiempo, ver. La escucha de la fe tiene las mismas características que el conocimiento propio del amor, es una escucha personal, que distingue la voz y reconoce la del Buen Pastor, Jn 10,3-5 una escucha que requiere seguimiento, como en el caso de los primeros discípulos, que oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jn 1,37 Por otra parte, la fe está unida también a la visión de los signos de Jesús que suele preceder a la fe, como en el caso de aquellos judíos que, tras la resurrección de Lázaro, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Jn 11,45 Otras veces, la fe lleva a una visión más profunda, si crees, verás la gloria de Dios. Jn 11,40 Al final, creer y ver están entrelazados, el que cree en mí, cree en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Gracias a la unión con la escucha, el ver también forma parte del seguimiento de Jesús, y la fe se presenta como un camino de la mirada, en el que los ojos se acostumbran a ver en profundidad. Así, en la mañana de Pascua, se pasa de Juan que, todavía en la oscuridad, ante el sepulcro vacío, vio y creyó, Jn 20,8 a María Magdalena que ve, ahora sí, a Jesús Jn 20,14 y quiere retenerlo, pero se le pide que lo contemple en su camino hacia el Padre, hasta llegar a la plena confesión de la misma Magdalena ante los discípulos, he visto al Señor. Jn 20,18
    La síntesis entre el oír y el ver la hace posible la persona concreta de Jesús, que se puede ver y oír. Él es la Palabra hecha carne, cuya gloria hemos contemplado. La luz de la fe es la de un Rostro en el que se ve al Padre y la Unción del Espíritu. La verdad que percibe la fe es la manifestación del Padre en el Hijo, en su carne y en sus obras terrenas, verdad que se puede definir como la vida luminosa de Jesús. Esto significa que el conocimiento de la fe no invita a mirar sólo una verdad interior. La verdad de la fe está centrada en el encuentro con Cristo, en la contemplación de su vida, en la percepción de su presencia. En este sentido, santo Tomás de Aquino habla de la oculata fides de los Apóstoles, la fe que ve, ante la visión corpórea del Resucitado. Vieron a Jesús resucitado con sus propios ojos y creyeron, es decir, pudieron penetrar en la profundidad de aquello que veían para confesar al Hijo de Dios, sentado a la derecha del Padre.
    Sólo así, mediante la encarnación, compartiendo nuestra humanidad, el conocimiento propio del amor podía llegar a su plenitud. En efecto, la luz del amor se enciende cuando somos tocados en el corazón, acogiendo la presencia interior del amado, que nos permite reconocer su misterio. Entendemos entonces que en Juan, junto al ver y escuchar, la fe es también tocar, como afirma en su primera Carta. Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida. 1 Jn 1,1 Con su encarnación, con su venida entre nosotros, Jesús nos ha tocado y, a través de los Sacramentos, también nos toca hoy; de este modo, transformando nuestro corazón, nos ha permitido y nos sigue permitiendo reconocerlo y confesarlo como Hijo de Dios.
    Con la fe, nosotros podemos tocarlo, y recibir la Energía de su Gracia. Si no veo la marca de los clavos en sus manos, no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su pleura, no lo creeré. Señor mío y Dios míoJn 20, 25-29 Agustín de Hipona, comentando el pasaje de la hemorroísa que toca a Jesús para curarse, afirma, tocar con el corazón, eso es creer. Lc 8, 45-46 También la multitud se agolpa en torno a él, pero no lo roza con el toque personal de la fe, que reconoce el misterio del Hijo unido al Padre y al Espíritu. Cuando estamos configurados con Jesús, recibimos ojos adecuados para verlo. Ese ver confluye en un compromiso evangélico que prolonga la Carne del Resucitado en los hermanos y en el cosmos. Brille ante los hombres la Luz que hay en ustedes, a fin de que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el Cielo. Mt 5, 13-16

   

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