164. El gozo de sembrar la Palabra hacia la
Nueva Ciudad: Heb 11, 13-16
No se avergüenza de llamarse su Dios, y les ha preparado una Ciudad. Todo será Nuevo. Todo será transfigurado.
Todo será Don y tarea, en la Jerusalén Celestial a la que nos encaminamos; esa
Ciudad Santa, la Esposa de Jesús, que nos ha preparado la Trinidad, que
descenderá del Cielo, viniendo de Dios, como Puro Don, Gracia y Regalo, y como
tarea ya que su muralla tiene doce puertas y sobre ellas doce ángeles y los
doce nombres de las tribus de Israel. Y doce cimientos, con el nombre de cada
uno de los doce apóstoles del Cordero. El Resucitado retornará con todos los
ángeles y santos, cuyos nombres están inscritos en el Libro de la Vida, que
entrarán en la Ciudad ya que su gozo estuvo en sembrar la Palabra, dialogar con
todos los hombres y anunciar el Evangelio.
Es esencial que los católicos sintamos que esa
Novedad de un Mundo Resucitado hacia el cual peregrinamos ya se hace presente
en prenda e inicio en nuestras vidas terrenales. No es algo sólo en el futuro
sino aquí ahora en este momento. Hoy el Padre nos ofrece la opción por el
Hombre Nuevo, por la Nueva Creación, por la Totalidad Nueva. Jesús resucitado,
la Palabra hecha carne, se siembra en nosotros y por la Gracia y Energía de su
Espíritu nos transfigura. Claro, hay que escucharla y practicarla con amor
ferviente, pues el que oye la Palabra y no la practica, se parece a un hombre
que se mira en el espejo y enseguida se va olvidándose cómo es. En cambio el
que considera con atención esa Palabra que nos hace libres, se va transformando
de gloria en gloria. Sant 1, 19-25 y 2 Cor 3,
16-18
Los que nos rodean necesitan de nuestra Unción, no de nuestra mera
función. Funcionarios hay muchos, ungidos pocos. La Unción, el oleo de la
alegría Heb 1, 9; Sal 45 que recibimos del
Nuevo Adán permanece en nosotros, y unge a los que nos contactan. 1 Jn 2, 27 Ya
no buscamos entre los muertos al que está vivo. Lc 24, 4-8 No escarbamos entre carne y huesos putrefactos; entre
desilusiones, fracasos y pecados. El Eterno Viviente abarca el pasado presente
futuro, y nos arrojamos de cabeza a la alberca del Agua Viva, el gozo
indescriptible de sembrar a la Trinidad, en el espacio interior de los puros de
corazón, hacia la Ciudad Celestial.
Recogido en la Trinidad
salgo de mí y voy hacia ti, mi hermana y hermano muy queridos. Te miro, te veo, te
reconozco, te escucho, te nombro, te valoro, te abrazo, te amo y llevo tu
dolor. Te hago sentir tu enorme dignidad. Tienes derecho a ser incluido,
escuchado, tenido en cuenta, defendido, amado, protegido; ayudado a crecer
hasta tu máxima estatura de hijo del Eterno Silencio del Padre; te expreso que
no estás solo, que puedes afrontar tus problemas y desafíos, que eres capaz de
tomar decisiones definitivas y libres de por vida en la Palabra del Hijo.
También te defiendo, tú eres una
persona. El hombre es el capital más grande y no debe ser utilizado, explotado,
excluido, maltratado. Vales más que cualquier cosa. Debes ser respetado y reverenciado. Y aunque hayas caído en lo más bajo, puedes volver a tu Padre rico en
misericordia, que te espera y no se cansa de perdonarte. Abrir el corazón al
Espíritu del Encuentro y salir del yo, mío, para mí, e ir a las periferias
existenciales del sufrir universal. Los chicos internos en la cárcel
de Casal de Marmo le preguntaron al Papa Francisco, por qué había ido a
lavarles los pies. El Papa respondió, porque Jesús me lo ha enseñado así. Por
eso lo hago con todo mi corazón, con amor. Guillermo
Ortíz
Lucas nos dice que terminado el servicio de
Jesús en Galilea, cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al
cielo, se afirmó en su rostro la decisión de ir hacia Jerusalén. Lc 9, 51 Mientras sube a la Ciudad santa, donde tendrá lugar su Éxodo de este mundo, según lo que habla con Moisés y Elías en la
Transfiguración, 9, 31 Jesús ve ya la Meta y el Fin, la Jerusalén Celestial.
Es consciente que el camino que lo trasladará de nuevo a su Padre pasa a través
de la Cruz, de la obediencia al Proyecto de Liberación para la humanidad y el cosmos. La
elevación en la Cruz significa y preanuncia la elevación de la Ascensión al
Cielo. Así en Lucas como en Juan 12 la glorificación o elevación no es sólo Resurrección y Ascensión, sino Cruz y Muerte. Esto lo tenemos que tener claro en nuestra vida pascual, sólo abajándonos con
humildad, en el amor evangélico, seremos elevados. RB, 7 y 72 Esta Elevación nada tiene que ver con el carrerismo que tanto ha condenado
Benedicto y ahora Francisco. Es un gran daño que causan al Pueblo de Dios los
hombres y mujeres de la Iglesia que son arribistas o escaladores, que utilizan a
la Iglesia, a los hermanos y hermanas a quienes deberían servir, como trampolín
para sus propios intereses y ambiciones personales.
Entrar en la gloria de Dios exige la
fidelidad cotidiana a sus Planes incluso cuando requieran sacrificios o cambiar
nuestros propios planes. De hecho la Ascensión de Jesús sucede cerca de Betania,
alrededor del Monte de los Olivos, lugar donde se había retirado, en oración de
sangre, antes de la pasión para permanecer en unión con el Padre, ya que la
oración nos da la gracia de no hacer nuestras propias voluntades sino las de
Dios.
La Ascensión no es la ausencia de Jesús,
sino el anuncio de que Él es el Eterno Viviente en medio nuestro de una manera
nueva; ya no está sólo en Israel y Palestina tal como era antes de subir al
Cielo; ahora está en el Seno de la Trinidad, presente en todo espacio y tiempo con sus Energías Increadas,
junto a cada uno de nosotros. Nunca estamos solos. Jesús resucitado con su
Espíritu nos guían. A nuestro lado hay muchísimos hombres y mujeres que en el
Silencio del Padre, la Palabra del Hijo y el Encuentro del Espíritu; con sus
angustias y dolores con sus alegrías e ilusiones, viven la fe esperanzada y
enamorada en la Presencia del Ascendido al Cielo que jamás dejará de ser nuestro compañero de
peregrinación hacia la Patria Trinitaria en Plenitud.
La Ascensión y estar Sentado a la derecha
del Padre significan la Meta y el Fin, san Juan Casiano de nuestro caminar. Tienen que ver con la Pureza de corazón que ve a Dios y el Reino de los Cielos. En los Tres ya tenemos toda la Bienaventuranza y Felicidad humana, nada más
nos hace falta. Dios quiere que los ángeles, los hombres y el universo, vayamos
entrando con el Resucitado en la Nueva Ciudad que nos tiene preparada donde la
Trinidad es Todo en todos. Fil 3, 17-21
No hay comentarios:
Publicar un comentario