martes, 14 de enero de 2014

187. El vínculo del Bautismo impele a todos los cristianos a Evangelizar: Rom 6, 3-4


    Quienes hemos sido bautizados en Cristo nos hemos sumergido en su muerte. Por medio del Bautismo fuimos consepultados con Él. Para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva. El Bautismo no es un mero rito sin infusión del Amor, o sin derechos ni deberes. Es el Encuentro con el Calvario y el Jardín de Jesús. Él nos sella con el carácter y derrama la Gracia Divina configurándonos con la Trinidad.
    Sin discriminaciones odiosas, todos los seres humanos tenemos la misma dignidad, no es igual una persona bautizada que una no bautizada. Los ángeles y demonios captan esta diferencia que debería ser nítida en nuestro ser. Nadie se bautiza a sí mismo. Ni Jesús lo hizo. Nadie se sana ni salva solo. Nos sanamos y salvamos en la Iglesia Universal, en nuestra Diócesis y Parroquia. En nuestra familia y comunidad. Allí nos ayudamos a porfía a vivir y evangelizar la comunión con el Dios Trino y Uno. Ellos son el origen, el camino y la meta de los bautizados en manos entrelazadas, y abiertas a los demás muy diferentes de nosotros, por toda la Eternidad.
    Por el Bautismo somos sumergidos en aquella fuente inagotable de Vida que es la muerte y resurrección del Dios Hombre. El supremo acto de amor en la historia de la humanidad. Gracias a este amor, podemos vivir una vida nueva. No más a merced del mal, del diablo, del pecado y de la muerte. Sino en comunión con las Tres Personas de Dios, los hermanos y el universo.
    Es importante saber la fecha en la que fui Sumergido, y agradecerla con frecuencia. Sino el riesgo está en perder el Memorial de lo que Jesús realizó por mí, sin mérito alguno de mi parte. Terminamos considerándolo un evento del pasado sin incidencia en el presente y el futuro. Una Vocación sin Alianza ni Promesa.
    Debemos reencender nuestro Bautismo. Si logramos seguir a Jesús y perseverar en nuestra misión, con nuestras fragilidades, límites y pecados, es gracias al Bautismo, sacramento de la fe. Nos salva del pecado original y de todos los pecados, y nos transforma en nuevas criaturas, injertándonos en Dios. Divinizando nuestra humanidad. Hijos del Padre. Discípulos misioneros de Cristo. Templos del Espíritu. Portadores de una esperanza en la Nueva Jerusalén que jamás nos defraudará. Capaces de perdonar y de amar a quien nos ofende y nos hace mal. Reconocer en nuestros prójimos, y en los pobres y sufrientes, el Rostro de Jesús que nos visita. Ungidos para participar en el sacerdocio de la Eterna Alianza. Liberándonos de volvernos untuosos, apegados y engrasados, con los ídolos de mamona, de narciso y del eros del poder que humilla.
    El Bautismo, junto a la Confirmación que lo fortalece y la Eucaristía que lo alimenta hasta transfigurarnos en Cristo, es el sacramento de la vida monástica. Radicaliza la Tumba de Jesús.  El Calvario y el Jardín. Enterrado en la clausura con Jesús voy palpando la increíble Energía de su resurrección. Contra toda acedia egoísta. Pues no es el exceso de actividades. Sino las actividades mal vividas, sin motivaciones divinas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga gozosa. Eso es lo que cansa, estresa y enferma. Con una tristeza dulzona y desesperanzada. El más preciado de los elixires del demonio. Diario de un cura de campaña Es un deber de los bautizados el Evangelizar, con opción preferencial por los descartados y más necesitados de nuestro cariño. Nunca nos deberíamos dejar robar la alegría de regalar el Evangelio del Resucitado al Mundo. E.G., 83 Allí radica nuestra dignidad.
    Por eso no hay actualización de nuestro Bautismo sin una apasionada reactivación de nuestra misión evangelizadora. El gozo del Evangelio es ese que nada ni nadie nos podrá quitar. Jn 16, 22 Los males de nuestro mundo, y los de la Iglesia, no deben ser excusas para reducir nuestro fervor espiritual y nuestra entrega a la misión. Dos caras de la misma medalla. Son desafíos para crecer. La mirada creyente es capaz de reconocer la luz que el Espíritu derrama en la oscuridad. Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Rom 5, 20 Nuestra fe es desafiada a vislumbrar el vino que saldrá del agua. A multiplicar el trigo que crecerá entre la cizaña.    
    Una de las tentaciones más serias que ahogan la audacia evangelizadora es la conciencia de derrota. Ésta nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con caras amargadas de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía en el triunfo evangélico. El que comienza sin confiar pierde de antemano la mitad de la batalla. Entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos. Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad. 2 Co 12, 9 El triunfo para los seguidores de Jesús será siempre una cruz. Cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria. Se lleva con ternura de lucha ante los embates del mal. El mal espíritu de la derrota tiene un hermano. Es la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña.
    Es cierto que en algunos lugares se produjo una desertificación espiritual y misionera. Fruto de sociedades que van olvidándose de Dios o relativizan sus raíces cristianas. Allí la cultura cristiana se está haciendo estéril. Se agota como una tierra sobreexplotada, convertida en arena que nos sofoca y asfixia. Pero es a partir de la experiencia de este desierto o vacío, como podemos descubrir de nuevo la bienaventuranza de la fe. En el desierto se vuelve a rever el valor de lo que es esencial para vivir. Hoy son muchos los signos de esa sed de Dios. Del sentido último de la vida. A menudo signos manifestados de forma implícita o negativa.
    En el desierto somos llamados a ser cántaros que dan de beber a los demás. Podría ser que el cántaro se convierta en una pesada cruz. Fue en la cruz donde, traspasado, Jesús se nos entregó como fuente de Agua Viva. Basta abrir los ojos para ver la fuerza impetuosa de las redes sociales. Transformémoslas en instrumentos de comunión. Y el desierto será un Jardín sin conflictos destructivos.
    No se podrá ya decir en el siglo XIII. Pero en el siglo XII, el éxito más espectacular de la vida consagrada fueron los cistercienses. En parte se debió a que los tres fundadores Roberto, Alberico y Esteban, hicieron prevalecer la unanimidad. Que no es uniformidad sino comunión, sobre el conflicto que aniquila la convivencia. Tuvieron que enfrentar muchos, tanto dentro como fuera. Dos historiadores contemporáneos de ellos tienen opiniones diversas. Guillermo de Malmesbury dice, se piensa que Císter es el mejor camino hacia las Altas Cumbres. RB, 73 Concierne a la gloria de Inglaterra que le ha dado a Esteban cual fundador y pilar. Orderico Vital, la renovación introducida por Císter es un cambio en las antiguas costumbres monásticas.
    Se le pueden agregar decenas. La reforma gregoriana. El cambio de época. Las polémicas entre cluniacenses y cistercienses. La importancia de los pobres en el monasterio. La vuelta a las fuentes en el desierto. La salida y escisión de los benedictinos. La búsqueda de la propia identidad y consolidación. La transformación creativa que realiza san Bernardo. El genio femenino con Isabel de Vergy en Tart. Los cientos de Comunidades con miles de monjas y monjes, santos y pecadores como nosotros. Todo creaba conflictos. Blogs, 4-8-9-21-37
    Y el Monacato Ayer Hoy Mañana seguirá enfrentando otros. La vida, al ser choque de libertades, es conflicto que no puede ser ignorado o disimulado. Debe ser  pensado, con inteligencia intrapersonal e interpersonal, diagnosticado, y resuelto en alternativas y perspectivas. Atrapados en él, la comunidad se fragmenta. Detenidos en él, perdemos el sentido de la Unidad en la Totalidad. Ante el conflicto, algunos siguen adelante como si nada pasara. Se lavan las manos para poder continuar en su aislamiento. Olvidan el compromiso social propio del cristianismo. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros de él. Proyectan en las instituciones sus propias Sombras. La Koinonía se hace imposible. La forma más adecuada de situarse ante el conflicto, es aceptar sufrirlo, resolverlo y transformarlo. En un nuevo eslabón de una cadena de fe en proceso de Epéktasis evangelizadora
    Así se hace posible desarrollar la solidaridad entre seres distintos. La comunión es el modo acertado de hacer historia. Un ámbito donde los conflictos, las tensiones y los opuestos alcanzan una unidad pluriforme que engendra nueva vida. No se trata de sincretismos. Tampoco de la absorción de uno en el otro. Sino de la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtudes de las polaridades en pugna. Edward De Bono nos mostró el pensamiento lateral creativo, distinto del lógico desarrollador. La Persona de Jesús nos recuerda este criterio de los fundadores. Cristo ha unificado todo en sí. Dios y hombre. Eternidad y tiempo. Ángeles y cosmos. Carne y espíritu. Persona y comunidad. Él es la Paz de cada monje y del cenobio.
    La evangelización necesita con urgencia del testimonio de comunidades  fraternas y reconciliadas donde los conflictos se resuelven y crece la comunión. Esa Luz atrae al mundo. Por ello duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades de consagrados, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, envidias, atropellos hirientes, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que se parecen a cazas de brujas. No se evangeliza con comportamientos implacables. Menos a portazos y bastonazos.
    Es necesario también aplacar la lucha competitiva entre varones y mujeres. Debemos ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. El genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida en común. Se ha de garantizar la presencia de las mujeres en los diversos lugares donde se toman decisiones importantes. Tanto en la Iglesia como en la sociedad. El cristianismo tiene la firme convicción de que el varón y la mujer tienen la misma dignidad. El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión. Pero puede volverse conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder. Cuando hablamos de potestad sacerdotal nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad. El sacerdocio ministerial es uno de los medios que Jesús utiliza para que su Pueblo Santo sea querido y acompañado con la ternura del Pastor. Pero la gran dignidad viene del Bautismo, accesible a todos. 
    La configuración del sacerdote con Cristo Cabeza, como fuente capital de la gracia, no implica una exaltación que lo coloque por encima del resto. En la Iglesia las funciones y servicios no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros. Una mujer, María, es más importante que toda la jerarquía. Aun cuando la función del sacerdocio ministerial es jerárquica, hay que tener presente que está ordenada a la santidad de los miembros de la Iglesia. Su clave y su eje no son el poder entendido como dominio, libido dominandi San Bernardo, Cons III, 1, 2 sino la potestad de celebrar y administrar la Eucaristía. De aquí deriva su autoridad. Un humilde servicio al Pueblo de Dios.
    El mal espíritu es mentiroso, asesino y ladrón. Todos los cristianos por el Bautismo estamos unidos por el vínculo sacramental de la unidad. No deberíamos dejarnos robar jamás la fuerza y comunión que nos da el Bautismo. Ser Profetas, Sacerdotes y Servidores para evangelizar, sin imposiciones ni conflictos, el Amor Supremo del Resucitado a toda su creación.

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