jueves, 19 de diciembre de 2013

185. Asimilando los textos del Papa Francisco para la Evangelización Hoy: 1 Cor 1-2



    El mensaje de la Cruz es locura y escándalo para los que se pierden, pero para los que se salvan es Fuerza de Dios. Él ha querido salvar a los que creen por la locura de la predicación. Me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante. Mi predicación no tenía nada de la sabiduría humana. En la Consideración 163. Cambiando en la historia de hoy hacia el Pastor Hermoso del 27 de abril ppdo. decía, preparémonos a pasar de Benedicto a Francisco. Del tímido teólogo alemán, con la Congregación de la Doctrina de la fe bajo su brazo; al carismático pastoralista argentino con Aparecida entre sus manos. El cimbronazo del cambio de estilos y matices se siente. Nos conviene con urgencia hacer Lectura espiritual con las intervenciones del Papa Bergoglio para irlas asimilando. 
    Cito con libertad, lo que queda en mi memoria y agregando mis contextos. Se atora quien no digiere. Para proclamar con alegría la forma de Evangelio que Dios nos pide hoy a través del obispo de Roma y de los obispos donde vivimos en colegialidad. Lo que él afirma sobre la Lectio Divina, lo podemos aplicar a la Lectura de sus textos en comunión con la Biblia. Evangelii Gaudium, 152-153 Aconsejo hacer Lectio, Meditatio, Oratio, Contemplatio con los siete fragmentos que propongo.
    1. Hay una manera concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos Lectio divina. Consiste en la lectura de la Palabra de Dios en un momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve. Esta lectura orante de la Biblia no está separada del estudio que realiza el predicador para descubrir el mensaje central del texto. Al contrario, debe partir de allí, para tratar de descubrir qué le dice ese mismo mensaje a la propia vida. La lectura espiritual de un texto debe partir de su sentido literal. De otra manera, uno le hará decir a ese texto lo que le conviene, lo que le sirva para confirmar sus propias decisiones, lo que se adapta a sus propios esquemas mentales. Esto, en definitiva, será utilizar algo sagrado para el propio beneficio y trasladar esa confusión al Pueblo de Dios. Nunca hay que olvidar que a veces el mismo satanás se disfraza de ángel de luz. 2 Co 11, 14. Verbum Domini, 87 
    En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar. Señor, qué me dice a mí este texto. Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje. Qué me molesta en él. Por qué esto no me interesa. Qué me agrada. Qué me estimula de esta Palabra. Qué me atrae. Por qué me atrae. Cuando uno intenta escuchar al Señor, suele haber tentaciones. Una de ellas es sentirse molesto o abrumado y cerrarse. Otra tentación muy común es comenzar a pensar qué bien le vendría ese texto a otros, para evitar aplicarlo a la propia vida. También sucede que uno comienza a buscar excusas que le permitan diluir el mensaje específico de un texto. Otras veces pensamos que Dios nos exige una decisión demasiado grande, que no estamos todavía en condiciones de tomar. Esto lleva a muchas personas a perder el gozo en su encuentro con la Palabra. Pero sería olvidar que nadie es más paciente que Dios Padre. Nadie comprende y espera como Él. Invita a dar un paso más. Pero no exige una respuesta plena si todavía no hemos recorrido el camino que la hace posible. Quiere que miremos con sinceridad la propia existencia y la presentemos sin mentiras ante sus ojos. Que estemos dispuestos a seguir creciendo. Que le pidamos a Él lo que todavía no podemos lograr.
   2. Existen cristianos alérgicos a los predicadores. En realidad tienen miedo de abrir la puerta al Espíritu Santo. Se vuelven tristes, contreras a todo mensaje. No es lo que ellos piensan o esperaban. Jesús compara la generación de su tiempo con esos muchachos descontentos que no saben jugar. Rechazan la invitación de los otros. Si hay música, no bailan. Si hay cantos de lamentación, no lloran. Ninguna cosa les cae bien, no están abiertos a la Palabra. Su rechazo no es sólo al mensaje sino al mensajero. Siempre tienen motivos para criticarlo. Es un simplón. No, muy complicado. Eso lo dice por mí. Nos ataca. Puros fervorines. No, una teología difícil sin ganchos.
    Algunos contemporáneos de Jesús, preferían refugiarse en una religión más elaborada. En complicados programas éticos ritualistas, los fariseos. En el compromiso político, los saduceos. En la revolución social, los zelotas. En la espiritualidad gnóstica y aislada, los esenios. Querían un sistema limpio y bien hecho. Pero al predicador, no. Jesús les recuerda. Sus padres hicieron lo mismo con los profetas. El Pueblo de Dios tiene cierta alergia por los predicadores de la Palabra. A los profetas, los ha perseguido y asesinado.
    Estas personas dicen aceptar la verdad de la revelación. Pero al predicador y su predicación, no. Prefieren una vida enjaulada en sus ideologías, en sus compromisos, en sus planes revolucionarios o en su espiritualidad desencarnada. Son cristianos descontentos de lo que dicen sus anunciadores de Buenas Noticias. Están cerrados, enjaulados. Son depresivos, sin libertad.
    No creen en la Luz Divina que viene de la predicación. Esa que advierte, enseña, abofetea y llena de alegría a los pobres de Espíritu. Alegría que hace crecer a la Iglesia. Tienen miedo a la liberación del Espíritu, que viene por la predicación. Esta es la locura de la predicación, que termina en el escándalo de la Cruz. Escandaliza el que Dios nos hable a través de hombres limitados y pecadores. Y escandaliza mucho más que el Padre nos hable y nos salve a través de un Hombre que se proclama Hijo de Dios. Y termina como un criminal, clavado desnudo en el patíbulo de la Cruz, junto a dos malhechores.
    3. Cuando no creemos en la locura y el escándalo de la Cruz en la predicación, nos desligamos de quienes nos anuncian  la liberación en Cristo. Desfallece nuestra fe en que el Pueblo de Dios, por la acción del Resucitado y del Espíritu, se evangeliza sin cesar a sí mismo. Una comunidad eclesial alérgica a la predicación mata a los profetas, mata la Vida del Evangelio y cae en un legalismo de muerte. Se llena de  ritualismos y cumplimientos de vanos preceptos.
    Los predicadores profetas son conscientes de la Vocación de Dios en el pasado, la recuerda, la repite, la reenciende. De la Alianza de Dios en el presente. Mira a su Pueblo y siente la fuerza del Espíritu para anunciarle la Palabra que lo ayude a alzarse. De la Promesa de Dios, con la que empuja al Pueblo a continuar el camino hacia el futuro. El profeta es un hombre de tres tiempos. Vocación del pasado, Alianza del presente, Promesa del futuro. El Señor siempre ha custodiado a su Pueblo con los profetas, en los momentos difíciles. En los cuales estaba desalentado o destruido. Cuando no había Templo. Cuando Jerusalén estaba bajo el poder de los enemigos. Cuando el Pueblo se preguntaba, dónde está tu Dios. 
    Hoy la fe católica de muchos se enfrenta con el desafío de la proliferación de nuevos movimientos religiosos, algunos tendientes al fundamentalismo y otros que parecen proponer una espiritualidad sin Dios. Esto es el resultado de una reacción humana frente a la sociedad materialista, consumista e individualista. Y un aprovechamiento de las carencias de la población que vive en las periferias y zonas empobrecidas, que sobrevive en medio de grandes dolores humanos y busca soluciones inmediatas para sus necesidades. Estos movimientos religiosos vienen a llenar un vacío dejado por el racionalismo secularista.
    Es necesario que reconozcamos que si parte de nuestro pueblo bautizado no experimenta su pertenencia a la Iglesia, se debe también a unas estructuras y a un clima poco acogedores en algunas de nuestras parroquias y comunidades. A una actitud burocrática para dar respuesta a los problemas de la vida de nuestros pueblos. En ciertas partes hay un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como una sacramentalización sin otras formas de evangelización. Es hora de que con un oído en Dios y otro en el Pueblo, no nos dejaremos robar el Evangelio.
    4. La madre y los hermanos de Jesús fueron a verlo. No pudieron acercarse a causa de la multitud. Le dijeron a Jesús. Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte. Él respondió. Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican. Lc 8, 19-21 La Virgen con su corazón inmaculado, enamorada de José, escucha la Palabra, la encarna, la pone en práctica, y da a luz al Hombre Dios. Medita y sigue de cerca todos sus procesos de formación y desarrollo desde su concepción, durante su vida, hasta su muerte y resurrección. De ahí que el Rosario de María sea un compendio cristológico de toda la Biblia.
    Ella nos muestra cómo vivir los Misterios del Año Litúrgico. Cada celebración tiene un aspecto exterior, en los signos sagrados que le dan el significado de Cristo. Y otro interior para ir cambiando mis significantes y transfigurarme en Jesús. Orar ante el pesebre es una dulzura. Pero esta dulzura sería incompleta si Cristo no nace en mí, y se va formando hasta la plenitud de santidad y misión que el Padre planeó para mí. Jesús transfigurará nuestro cuerpo humilde y mortal, haciéndolo conforme a su Cuerpo Glorioso, según la energía de su dinamismo, para que la Totalidad se una a Él. Fil 3, 21 Esta conformación comienza ahora. El Cristo Exterior por la Transubstanciación es análogo al Cristo Interior que habita por la fe amante en nuestros corazones. Si la Transubstanciación no produce mi Transfiguración hacia la Resurrección, la Liturgia es inefectiva en mi existencia peregrinante.
    Los signos sacramentales son eficaces de por sí, ex opere operato. Sin embargo, esta eficacia depende de las disposiciones de quien los celebra, ex opere operantis, según su preparación, fervor y acción de gracias. Similar al agua que recogemos de una fuente, no depende sólo de ella sino del recipiente que utilizamos.
    Tienen que producirse muchos nacimientos de Cristo en mi interior. Hay zonas oscuras de mi ser donde la Luz del mundo no ha nacido. Así el contagio de la mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad, e incluso de amor a la Iglesia. Consiste en buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el Señor reprocha a los fariseos. Cómo es posible que ustedes tengan fe, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria que sólo viene de Dios. Es un modo sutil de buscar sus propios intereses y no los de Cristo Jesús. Jn 5, 44. Fil 2, 21.
    Esta mundanidad puede alimentarse de dos maneras emparentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que reconfortan e iluminan. Pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas. Se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser fieles a un determinado estilo de ser católicos. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario. En lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás. En lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar. Ni Jesús ni los demás interesan. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador.
    5. La oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes opuestas en apariencia pero con la misma pretensión de dominar el espacio de la Iglesia. En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. En otros, la misma mundanidad espiritual se esconde detrás de una fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas. En una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos. En un embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial.
    También puede traducirse en diversas formas de mostrarse a sí mismo en una densa vida social llena de salidas, reuniones, cenas, recepciones. O bien se despliega en un funcionalismo empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones. El principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como organización. En todos los casos, no lleva el sello de Cristo encarnado, crucificado y resucitado. Se encierra en grupos elitistas, no sale a buscar a los perdidos ni a las inmensas multitudes sedientas de Cristo. Ya no hay fervor evangélico, sino el disfrute espurio de una autocomplacencia egocéntrica.
    En este contexto, se alimenta la vanagloria de quienes se conforman con tener algún poder y prefieren ser generales de ejércitos derrotados antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando. Cuántas veces soñamos con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados. Así negamos nuestra historia de Iglesia, que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa, porque es sudor de nuestra frente. En cambio, nos entretenemos vanidosos hablando sobre lo que habría que hacer. Es el pecado del Ingeniero Hayque o Habriaqueísmo. Como algunos maestros espirituales y sabios pastorales que señalan desde afuera. Cultivamos nuestra imaginación sin límites y perdemos contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel.
    Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos. Rechaza la profecía de los hermanos. Descalifica a quien lo cuestione. Destaca los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia. Ha replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su inmanencia y sus intereses. En consecuencia, no aprende de sus pecados ni está abierto al perdón. Es una tremenda corrupción con apariencia de bien. Hay que evitarla poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres. Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales. Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos con una apariencia religiosa vacía de Dios. Evangelii Gaudium, 93-97
    6. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril. Lc 1, 7 De la imposibilidad de dar vida, viene la vida. La Revelación nos muestra a varias mujeres estériles. Dios interviene en ellas para decirnos que Él es capaz de dar vida. En los Profetas surge la imagen del desierto. La tierra seca es incapaz de hacer crecer un árbol, una flor, un fruto. Pero el desierto será como un bosque frondoso. El desierto florecerá, y la mujer estéril dará vida. La Promesa del Señor sigue en pie. Él puede de la esterilidad y sequedad, hacer surgir la vida y la salvación.
    La intervención de Dios nos hace fecundos. Nos da la capacidad de comunicar vida. Eso no podemos hacerlo por nosotros mismos. Sin embargo, tantos han hecho la prueba de pensar en autoliberarse y autoliberar a los demás. Los mismos cristianos. Basta recordar a los pelagianos. Pero todo es gracia. Sólo la intervención de Dios trae la salvación y la vida. Debemos reconocer nuestra sequedad, nuestra incapacidad de entregar vida. Y pedir la fecundidad al Señor. Que mi vida dé vida, que mi fe sea fecunda y pueda darla a los demás. Soy estéril, yo no puedo pero Tú puedes. Soy un desierto, yo no puedo pero Tú puedes.
    Los soberbios, los que creen que pueden hacer todo por sí mismos, son confundidos. Cual Mical, la hija de Saúl. 2 Sam 6, 16-23 No era estéril, pero era soberbia. No entendía qué cosa fuese alabar a Dios.  Es más, se burlaba de la alabanza de David. Quedó estéril hasta su muerte.
    La humildad es necesaria para la fecundidad. Cuántas personas creen ser justas y al final sólo dan lástima, como Mical. La humildad consiste en reconocer nuestra esterilidad y sequedad. Con la humildad del alma estéril y del desierto se recibe la gracia. La Gracia de florecer, de dar fruto y comunicar la Vida en abundancia.  Jn 10, 10
    7. Una forma de oración que nos estimula a la entrega evangelizadora y nos motiva a buscar el bien de los demás, es la intercesión. Miremos por un momento el interior de un gran evangelizador como Pablo, para percibir cómo era su oración. Esa oración estaba llena de seres humanos, en todas mis oraciones siempre pido con alegría por todos ustedes porque los llevo dentro de mi corazón. Flp 1,4.7 Descubrimos que interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, pues contemplación que deja fuera a los demás es un engaño.
    Con el Espíritu Santo, junto al pueblo siempre está la Virgen orante. Ella reune a los discípulos para invocarlo e interceder. Así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés. Y se repitió, una de tantas, en el México de Guadalupe.
    La estampación de María en la tilma de Juan Diego fue el signo profético de un abrazo. El abrazo de María a los habitantes de toda América y Filipinas. A los que estaban y a los que llegarían. Este abrazo de la Virgen embarazada de Jesús, señaló el camino que debería caracterizar a América. Ser una tierra donde pueden convivir pueblos diferentes. Capaz de respetar la vida humana desde el seno materno hasta la vejez. De acoger a los emigrantes y otros pueblos. A los pobres ninguneados, y a los ricos solidarios de todas las épocas. Lleno de amor por todos, el pobre es rico. Sin el amor que comparte, todo rico es pobre.
    En el Tepeyac María se muestra como Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminaremos de comprender el espíritu de la nueva evangelización. María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. El estilo evangelizador de María de Guadalupe es ése. El de la ternura y el cariño. Tierno es el amor no atropellador y duro. Ese que invade y amenaza con obediencias debidas y penas, exigente imperativo y despreciativo. Cariñoso es el amor que abraza y acaricia con respeto. El amor gozoso con sentimientos de profunda humanidad. Cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y el amor no son virtudes de los débiles sino de los fuertes. Que no necesitan del diabólico maltratar a otros para sentirse importantes e imponer su parecer.
    El carisma monástico es por esencia mariano. Mirando a la Virgen descubrimos que la misma que alababa a Dios, porque derribó de su trono a los poderosos y despidió vacíos a los ricos, es la que pone calidez de hogar a nuestras búsquedas de justicia. María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y en los imperceptibles de cada día. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana. De cada uno y de todos. 
    Es mujer orante, que lee la Escritura y trabaja en Nazaret. Saliendo de su ranchería para auxiliar a los demás sin demora. Esa dinámica de ternura y justicia, de cariño maternal y formador de Cristo en mí y en los demás, es lo que necesitamos para evangelizar. Quitar el rechazo a los predicadores. Anunciar, sin proselitismos o imposiciones, el escándalo de la Cruz y la locura de la predicación.

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