194. Hacerse pobres con los pobres desde el vacío de nuestro Desierto, 2 Cor 8, 6-15
Conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo
rico, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos con su pobreza. Pablo se dirige en el año 57 a los cristianos de Corinto para que sean
generosos y ayuden a los fieles de Jerusalén que necesitan ser socorridos.
Muestra el estilo de Dios. Actúa con pobreza, no con riqueza.
Cristo igual al Padre en poder y
gloria, se hizo pobre. Descendió, se encarnó, se acercó a cada hombre. Se vació
y se desnudó en la Cruz para ser semejante a nosotros. Flp 2, 7 y Heb 4, 15 La razón es su Amor divino que es Gracia,
generosidad, deseo de proximidad. No duda en darse y sacrificarse por las
criaturas a las que ama. El amor es compartir en todo la suerte del amado. El
amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba muros y distancias. Dios hizo
eso con nosotros que somos todos pobres.
La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma,
sino enriquecernos con su pobreza. Es la lógica del Amor Trinitario, de la
Encarnación y de la Pascua. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación como
una limosna que le sobraba. Cuando Jesús entra en el despojo y la pobreza del Desierto
no lo hace porque necesita conversión. Lo hace para estar en oración de
comunión con su Padre y con nosotros necesitados de perdón y discernimiento. Ese
es el camino que ha elegido para liberarnos de nuestras miserias. En el vacío del Desierto somos invitados a vivir la misión de nuestro bautismo. A no
acostumbrarnos a las difíciles y degradantes situaciones de miseria, violencia, pobreza o indiferencia
de Dios. A hechos que nos narcotizan. El Desierto ayuda a recobrar la capacidad
de reaccionar ante el mal. A los demonios que se oponen a los ángeles.
No se dice que fuimos liberados por la riqueza
insondable de Cristo. Ef 3, 8 Sino por su
pobreza. Esa pobreza consiste en que tomó nuestra carne de pecado,
comunicándonos la misericordia de Dios. La pobreza de Cristo es su mayor
riqueza. Consiste en entregarse al Padre, buscando sólo esa Voluntad Paterna y su
manifestación. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo. Cuando
nos invita al Desierto, nos invita a enriquecernos con esa rica pobreza y pobre
riqueza. León Bloy dijo que la única verdadera tristeza es no ser santos.
Podríamos decir que la única verdadera miseria es no vivir pobres enriquecidos cual hijos del Padre, hermanos de Cristo el
Mesías Pobre, y transfiguradores por el Espíritu del Jardín del Universo.
Francisco da signos concretos para captar
si vivimos bien o mal la Eucaristía. El primero es nuestra manera de ver y
considerar a los demás. En la Eucaristía, Jesús lleva a cabo el don de sí mismo
realizado en la Cruz. Su vida es un acto de total entrega por amor. Por eso
amaba estar con sus discípulos y con las personas que tenía ocasión de conocer.
Compartía sus deseos, sus problemas, lo que agitaba sus vidas. Hoy en la Misa
nos encontramos con hombres y mujeres de todas las clases. Niños, jóvenes,
ancianos, pobres y acomodados, lugareños o forasteros, acompañados o solos. La
Eucaristía debe llevarme a sentirlos a todos como hermanos. Debe hacer crecer
en mí la capacidad de alegrarme con el que se alegra y de llorar con el que
llora. Empujarme a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados y descartados. Reconociendo
en ellos el Rostro de Jesús. Vamos a Misa porque amamos a Jesús y queremos
compartir su pasión y su resurrección. Para amar como Jesús
quiere que amemos. De preferencia a los hermanos más frágiles y necesitados.
El segundo signo es la gracia de sentirnos perdonados y dispuestos a perdonar. Algunos se interrogan para qué se debe ir a Misa, si los que participan son tan pecadores como yo. Quien va a la Eucaristía no lo hace porque se considera o quiere parecer mejor que los demás. Sino porque se reconoce necesitado del Amor misericordioso de Dios. Si no nos sentimos pecadores es mejor irse a confesar. Vamos a Misa, porque tenemos sentido del pecado, del perdón de Jesús, y de perdonar a los hermanos. Todos comprometidos por un inicio de mundo mejor en el dinamismo del Espíritu que nos libera de nuestras innumerables pobrezas.
El segundo signo es la gracia de sentirnos perdonados y dispuestos a perdonar. Algunos se interrogan para qué se debe ir a Misa, si los que participan son tan pecadores como yo. Quien va a la Eucaristía no lo hace porque se considera o quiere parecer mejor que los demás. Sino porque se reconoce necesitado del Amor misericordioso de Dios. Si no nos sentimos pecadores es mejor irse a confesar. Vamos a Misa, porque tenemos sentido del pecado, del perdón de Jesús, y de perdonar a los hermanos. Todos comprometidos por un inicio de mundo mejor en el dinamismo del Espíritu que nos libera de nuestras innumerables pobrezas.
El tercer signo nos lo ofrece la relación
entre celebración eucarística y vida de nuestras comunidades. La Eucaristía no es
algo que hacemos nosotros con nuestras fuerzas. Es un Memorial de aquello que
el Hombre Dios ha dicho y hecho. Una acción del Cristo Total. Es Cristo quien
actúa sobre la sede, el ambón y el altar. Es el Resucitado que se hace presente
y nos reúne en torno a sí, para nutrirnos con su Palabra y su Cuerpo. Una celebración
puede resultar impecable, bellísima. Pero si no nos conduce al encuentro con
Jesucristo, los hermanos y las cosas, corre el riesgo de no traer ninguna
transfiguración a nuestro corazón. Por la Eucaristía Cristo entra en nuestra
existencia y la permea con su Gracia y su Pobreza. Para que en cada comunidad
haya coherencia entre liturgia y vida en fraternidad al servicio de los pobres.
El Papa tiene una visión de transfiguración
misionera para la Iglesia que debe estar extravertida, abierta, en salida hacia
el mundo. Quiere que el evangelio sea predicado a todos, en cualquier situación
en que se encuentren. Por eso su lenguaje es ordinario y normal. Quiere llegar
a las periferias. Sin confundir identidad católica con abrazo a todos. No tiene
in mente ideas abstractas que aplica a la realidad. Moldeándola de acuerdo a su
propia visión. Procede paso a paso, haciendo un discernimiento sobre la
historia, acompañando los procesos que se van dando en la Iglesia. Y en su
relación con el mundo. Lo importante es lo que pasa. Considera el proceso de
reforma desde dentro de cada uno.
Bergoglio se formó en la espiritualidad
ignaciana desde joven. Entró en la Compañía a los 21 años. Su forma de actuar,
de ver, de considerar la realidad está unida a los Ejercicios que apuntan a la
presencia de Jesús en la historia. No es una espiritualidad optimista pero sí llena
de esperanza. Si Jesús actúa ya en el mundo nosotros llegamos siempre después y
tenemos que reconocer su presencia. Es un pontificado de discernimiento acerca
de cómo Jesús se mueve en medio nuestro. Buscar y hallar la voluntad de Dios,
las inspiraciones del Espíritu, para actuar aquí y ahora. Lo franciscano en él
se vive en el interior de lo ignaciano. Muestra una enorme atención a la
pobreza y a la reconstrucción de la Iglesia. En un mundo plagado de inmensas
injusticias.
De ahí su imagen de una Iglesia hospital de
campaña en emergencia. La realidad es superior a las ideas. La miseria no
coincide con la pobreza. La miseria es pobreza sin confianza, sin solidaridad y
sin esperanza. La miseria material toca a cuantos viven en una condición que no
es digna de la persona humana. Privados de sus derechos fundamentales y de los
bienes de primera necesidad. Comida, agua, higiene, trabajo, descanso,
desarrollo y crecimiento cultural.
Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su
servicio para curar las heridas que desfiguran el rostro de los pobres en
quienes está el Rostro de Jesús. Sus esfuerzos se orientan a encontrar el modo
de que cesen las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los
abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el
lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una
distribución justa de las riquezas. Es necesario que las conciencias se
conviertan a la justicia, a la simplicidad, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.
En todo lugar y época, Dios sigue salvando
a los hombres y al mundo mediante la pobreza de Cristo. Jesús se hace pobre en
la Palabra, los Sacramentos y en la Caridad de su Iglesia, que es un Pueblo de
pobres. Cierto, necesitamos de medios para asistir a los pobres. A veces de
cuantiosos bienes. Sostener hoy una escuela, un hospital, un monasterio, una
universidad exige fortunas. La propiedad y la riqueza son buenas al servicio de
los pobres. Pero hay que distinguir entre los medios para la misión y nuestro
ser en contacto con el necesitado. La pobreza de Dios no puede pasar a través
de nuestra riqueza, sino a través de nuestra propia pobreza, personal y
comunitaria. Pobres con los pobres, asistimos desde nuestra pobreza. Cual Cristo,
en cuyas llagas y pobreza hemos sido curados. Los católicos no podemos avergonzarnos
de la carne purulenta de nuestros hermanos. Tenemos que palparla, cargar con
ella, sanarla o aliviarla.
Jesús está lleno de ternura hacia la gente,
en especial hacia los pobres, los excluidos, los pecadores, los sin techo, los
enfermos de los que nadie cuida. La miseria humana tiene infinitas caras. Los cristianos envueltos en batas de laboratorio
y tapabocas, aislados en cámaras asépticas no ayudan a los enfermos. No sirve una pobreza teórica,
sino la pobreza que se aprende tocando la carne de Cristo pobre, en los
humildes, en los miserables, en los enfermos y en los niños. La Iglesia es como
un gran hospital de campaña repleto de
heridos. Muchos en cuidados intensivos. Heridos por problemas materiales, por
escándalos eclesiales, o por ilusiones de apegos mundanos. Ni el rigorismo ni el
laxismo curan a los demás. Mientras que el compasivo y misericordioso solidario sana
desde sus propias heridas. Lo hace a través del sufrimiento solícito del
samaritano. Amamos sufriendo por y con las personas. Como el buen samaritano
sufre, acompaña y ayuda a los extraños y expoliados.
Debe surgir una cultura del compartir. El Camino bíblico del diezmo no ha sido borrado. Deberíamos llevar un control de nuestros diezmos mensuales y anuales. El
Espíritu de Jesús nos convierte en personas sabias y pobres. No en el sentido
de que tengamos una respuesta para todo, que lo sepamos todo. La sabiduría del Dios Pobre no nos da eso. Sino que sabe cómo actúa Él. Conoce cuando
un camino es de Dios y cuando no es de Dios. La Iglesia tiene que aprender a colaborar mucho más con los Estados y las Instituciones de la Comunidad Internacional. El presidente del Banco Mundial
Jim Yong Kim, acaba de afirmar que 1.000 millones de personas viven en pobreza extrema. Los
cinco países que congregan al mayor número de pobres en el mundo son India 33 %,
China 13 %, Nigeria 7 %, Bangladesh 6 % y la República Democrática del Congo 5
%. Sumados son 760 millones. Una séptima parte de la población mundial. No
sabemos si el objetivo que él plantea de erradicarla en 25 años será posible. Sí que será muy
difícil o imposible. Pero esta podría ser la generación que comience a hacerlo
con seriedad.
Lo importante es medir bien lo que cada uno y cada comunidad necesita y regalar lo demás sin esperanza de recibir algo en cambio. Es hipocresía dar de lo que nos sobra sin que nos duela. Todos debemos despojarnos y dar. También los pobres de su pobreza. Privarnos no sólo de lo superfluo, sino de lo que necesitamos a fin de ayudar y transfigurar a otros desde nuestra miseria. La pobreza duele. No es válido despojarse sin esta dimensión de dolor, sacrificio y conversión a Dios. Desconfiemos de la limosna que no nos cuesta. Jesús ve a ricos que dan al Templo, pero alaba sólo a la pobre viuda que dio de su indigencia. No de lo que le sobraba. Entregó todo lo que tenía para vivir. Lc 21, 1-4
Lo importante es medir bien lo que cada uno y cada comunidad necesita y regalar lo demás sin esperanza de recibir algo en cambio. Es hipocresía dar de lo que nos sobra sin que nos duela. Todos debemos despojarnos y dar. También los pobres de su pobreza. Privarnos no sólo de lo superfluo, sino de lo que necesitamos a fin de ayudar y transfigurar a otros desde nuestra miseria. La pobreza duele. No es válido despojarse sin esta dimensión de dolor, sacrificio y conversión a Dios. Desconfiemos de la limosna que no nos cuesta. Jesús ve a ricos que dan al Templo, pero alaba sólo a la pobre viuda que dio de su indigencia. No de lo que le sobraba. Entregó todo lo que tenía para vivir. Lc 21, 1-4
No hay comentarios:
Publicar un comentario