miércoles, 25 de septiembre de 2013

178. Edificación sólida y rocosa no líquida y arenosa: Heb 11, 13-16



    
    Dios nos está preparando una Ciudad. Pólis y politéia En el centro de la fe bíblica está el amor de Dios, su solicitud concreta por cada persona, su proyecto de salvación que abraza a la humanidad entera y a toda la creación, y que alcanza su cúspide en la encarnación, muerte y resurrección del Verbo hecho carne. La fe viva y amante es indesligable del amor iluminado y de la esperanza planificadora hacia la Ciudad, Jerusalén, que la Trinidad nos prepara y quiere que habitemos ya. La fe no sólo se presenta como un inaudito Camino de Belleza de Encuentro con el Resucitado para cada hombre, sino también como Edificación de relaciones solidísimas con Dios los hermanos y el universo. Como un Lugar en el que el ser humano puede aprender a convivir, a interrelacionarse con las Tres Personas de Dios, sus hermanos y la naturaleza, contra todas las tormentas de la pecadora condición humana.
   El primer constructor es Noé que en el Arca, logra salvar a su familia, a los animales y las plantas. Después Abrahán, edificador de una familia que se convertirá con los siglos en el Pueblo de Dios. Nace así, en relación con la fe, una nueva fiabilidad, una nueva solidez, que sólo puede venir de Dios. Si el hombre de fe se apoya en el Dios del Amén, en el Dios Fiel, Is 65,16 evita lo líquido y la arena y adquiere lo sólido y la roca. La fe nos da la Buena Noticia de hasta qué punto pueden ser sólidos los vínculos humanos, cuando Jesús se hace presente en medio de nosotros, contaminados por la volatilidad globalizadora que no acepta responsabilidades y compromisos de por vida. No se trata sólo de una solidez interior, convicción firme del creyente; la fe ilumina también las interrelaciones humanas, porque sigue la dinámica del Amante, el Amado y el Amor de las Tres Personas de Dios. El Dios digno de fe  nos construye, no un desierto movedizo y aislado sino Jerusalén, la Ciudad de la Paz. La fe no es intimista ni privada sino comunitaria. Creo y Creemos son inseparables.
    La luz de la fe permite valorar la riqueza de las relaciones humanas, su capacidad de mantenerse, de ser fiables, de enriquecer la vida común. Sin un amor fiable, nada podría mantener unidos a los hombres. La unidad entre ellos se podría concebir sólo como fundada en el utilitarismo, en la suma de intereses manipuladores y el miedo, pero no en la bondad de vivir juntos, ni en la alegría que la sola presencia del otro nos suscita. La fe permite comprender la arquitectura dramática de las relaciones humanas, porque capta su fundamento último y su destino definitivo en la Muerte y Resurrección de Jesús, y así ilumina el arte de la edificación contra todo poder satánico de destrucción. La fe es un bien común que nos otorga el arte de convivir en Paz con todos. Como dice san Bernardo donde no hay paz, tampoco está Dios, porque su Morada está sólo en la Paz. Sal 75, 3; Carta 462, 4  
    Esa convivencia a la que nos impulsa la fe que edifica la Ciudad de la Paz, actual y futura, no es inmovilidad de muerte sino el movimiento impetuoso de la vida que reconstruye un inicio de mundo mejor una y otra vez, pase lo que pase con las pujanzas aniquiladoras de turno. Frente a la crisis del cambio de época podemos caer en la resignación y el pesimismo hacia toda posibilidad de intervención eficaz. En cierto sentido llamarnos afuera de la misma dinámica del actual viraje histórico, denunciando sus aspectos más negativos con una mentalidad semejante a aquel movimiento espiritual y teológico del siglo segundo dC llamado apocalíptico, que no entendió el empuje del Apocalipsis. Esta concepción pesimista de la libertad humana y de los procesos históricos lleva a una parálisis de la memoria, la inteligencia y de la voluntad. La libertad crece en el corazón que se siente amado y tiene fe en el futuro. La desilusión esclavizadora lleva a la fuga y al aislamiento. Es algo semejante a Pilato lavándose las manos. Una actitud que parece pragmática pero que, de hecho, ignora el grito de justicia, de humanidad y de responsabilidad social, y lleva al individualismo, a la hipocresía y al cinismo.
    No dejemos ofuscar la esperanza, huir de la realidad, lavarnos las manos o encerrarnos en nosotros mismos. Aunque ciencia en el sentido más estricto de la palabra lo son solo las matemáticas, en las materias específicas cada ciencia tiene su propia forma, según la particularidad de su objeto. Lo esencial es que aplique un método verificable, se excluya lo arbitrario y se garantice la racionalidad en las respectivas demostraciones. La exégesis históricocrítica es necesaria para una fe que no propone mitos con imágenes históricas, sino que reclama una historicidad verdadera y por eso debe presentar la realidad histórica de sus afirmaciones también de forma científica. En el ámbito histórico y en el del pensamiento filosófico, la teología ha producido resultados duraderos, aunque no sean iguales a los de la lógica matemática. Una función importante de la teología es la de mantener la religión unida a la razón y la razón a la religión. Ambas funciones son de esencial importancia para la humanidad. Existen patologías de la religión y no menos peligrosas patologías de la razón. Ambas necesitan la una de la otra, y tenerlas conectadas es una tarea de la teología. La ciencia ficción existe en el ámbito de muchas ciencias. Son visiones y anticipaciones, para alcanzar un verdadero conocimiento, sólo imaginaciones con las que buscamos acercarnos a la realidad. Si sustituimos a Dios con la naturaleza, queda la pregunta, quién o qué es esta naturaleza. En ninguna parte se la define con precisión y aparece por tanto como una divinidad irracional que no explica nada. En una religión de las matemáticas tres temas fundamentales de la existencia humana quedan sin considerar, la libertad, el amor y el mal. Carta del papa emérito Benedicto al matemático italiano Piergiorgio Odifreddi, 30/VIII/2013, en respuesta a su libro abierto Caro papa, ti scrivo, Mondadori, 2011.
    En Cristo tenemos un camino nuevo y viviente, Heb 10, 20 histórico científico teológico, más allá de toda fantaciencia, para recorrer en este momento histórico promisorio que vivimos; y que nos impulsa a buscar y a encontrar vías de esperanza, que abran horizontes nuevos a la Iglesia y la sociedad. Benedicto XVI explicó en Friburgo el 25/IX/2011 su proyecto de una Iglesia desmundanizada y pobre, llamada a centrarse en la adoración a Dios y el servicio al prójimo. Aquí es precioso el gozo de la oración, el estudio y el trabajo para enfrentarnos con los dolores de los hombres que siempre existirán. Viendo la unión amorosa de Jesús con su Abba, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz, aprendemos a tener una luminosa mirada pascual. La luz de la fe no disipa todas nuestras sombras, si no lo hace cualquier saber menos este Supremo, sino que en unión con el amor y la esperanza nos proyecta hacia un futuro cierto, la Jerusalén de aquí y del Cielo, más allá de las ilusiones e ídolos de nuestros pecados. No permitiremos que nos roben la esperanza teologal con falsas soluciones inmediatas que cristalizan los procesos vitales, igual que una pobre lombriz disecada al sol, en vez de proyectarlos hacia Jesús resucitado que nos acompaña en nuestro sendero, hasta sostenernos en la muerte, en que Dios nos dirá el último, sal de tu tierra, ven hacia Mí y entra por las puertas de la Ciudad. Ap 22, 14
    

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